Las relaciones del arte contemporáneo con la herencia precolombina han dado vida a los más variados monstruos de la producción imaginaria actual. Desde los clichés más gastados y remanidos a las declamaciones más burdas de una identidad nacional, local o regional miope; desde los estereotipos y la cursilería más reaccionarios hasta los discursos políticos más peligrosos, anclados en un pasado tan idealizado como ignorado, tan distorsionado como cosmético, tan abusado como irreal. Que un artista latino haga referencia a ese pasado parece un derecho irrecusable, y probablemente lo sea. Pero la aproximación acrítica de la gran mayoría de esos intentos nos hacen pensar si no existe, en realidad, algún tipo de incompatibilidad profunda, de oscuridad irreducible, de conflicto básico que es necesario abordar antes de emprender la tarea.
La obra de Leandro Katz parte, justamente, de ese conflicto. En su confrontación de la tradición precolombina con el presente, no sólo no hay idealismo alguno, sino que se hace patente toda una problematicidad que involucra a la historia, la memoria, el mundo actual, la política, la representación y las políticas de la representación. Su trabajo investiga la contemporaneidad haciéndola trizas contra esos monumentos de la representación que son, en realidad, las ruinas que todavía hoy nos convocan desde algunos rincones de Centroamérica.
El procedimiento básico que utiliza el artista es la confrontación. Partiendo de las imágenes de las edificaciones precolombinas tomadas de libros antiguos -donde se las retrata por primera vez de manera pretendidamente científica, sin alusiones a las tradiciones culturales europeas-, induce la comparación, a veces colocando la imagen histórica a la par de una fotografía actual del mismo objeto; otras, incluyendo su propia mano con el libro abierto frente al monumento, desde el lugar aproximado donde éste fue retratado en la publicación.
Una primera mirada apunta al paso del tiempo; al desgaste, la ruina, el deterioro. Este último aspecto incorpora un nuevo elemento: el "uso" de esos monumentos, principalmente turístico, como agente aún más nocivo que los años y las agresiones climáticas. Con sutil ambigüedad, a veces es la desidia la causante de los trastornos; otras, el "cuidado" excesivo que ha transformado a los monumentos según el capricho de las restauraciones.
Una mirada aun más profunda, no puede dejar de notar el eco entre esas representaciones antiguas y las que nos ofrece el artista. Los grabados de Catherwood que éste toma como referencia histórica fueron, en su momento, un intento por plasmar de la manera más objetiva la magnificencia de la arquitectura maya. Para eso, el explorador inglés recurrió a la cámara lúcida, un procedimiento técnico que producía, para sus contemporáneos, las representaciones más fieles de la realidad.
Leandro Katz recurre a la fotografía, otrora también paradigma del registro objetivo. Pero tanto en las fotografías como en los grabados asistimos al carácter elusivo de la representación. Unas y otros exhiben, ante los monumentos, sus propias limitaciones; la principal diferencia es, quizás, que Katz es absolutamente conciente de ellas. De ahí su aparición en las imágenes como marca que apunta al fuera de campo, a resaltar el recorte, al sujeto detrás de la representación. De ahí también la constante aparición de los turistas como marco, ahora de la explotación capitalista, que debe leerse como contexto a la hora de abordar las arquitecturas ancestrales. Un video sobre la explotación bananera acompaña al conjunto fotográfico como otra marca. Un signo de las controvertidas relaciones -o las sutiles similitudes- entre el presente capitalista y el pasado colonial. Info: Hasta el 14 de septiembre, en el Centro Cultural de España, Florida 943
|
|