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Jugendstil, como modernismo, art nouveau, Liberty, y tantos otros nombres, surgió para designar ese estilo difuso pero contundente que se difundió por occidente a fines del siglo XIX y principios del XX.
El modernismo no fue pintura, ni arquitectura, ni escultura, ni diseño; fue todo eso fusionado en una manera de ver y producir. Desde lo formal, el movimiento se caracterizó por la recuperación de las formas orgánicas, de las curvas, de lo que fluye, de la belleza distante de ciertas imágenes femeninas. La fragmentación de la imagen, el mosaico, el teselado. Desde lo conceptual, la belleza aparece como una necesidad. En ese fin de siglo tan cambiante que no dejaba lugar para afirmarse en algo seguro, parecía que la belleza podía dar un respiro. Si en algún momento el modernismo se leyó como portador de cierta superficialidad, un análisis un poco más profundo nos revela inquietudes nostálgicas por recuperar un mundo ya pasado frente a un presente y un futuro inciertos.
Jugendstil es lo mismo, pero no. La palabra tiene, además del contenido conceptual propio del estilo que designa, el contenido del significado del término en alemán: “estilo joven o estilo juvenil”.
Todas esas características se recuperan, revisadas, en esta muestra de Antoniadis. Desde la entrada a la galería, ya se percibe esa voluntad de transformar en un evento artístico todo el espacio. Así, una instalación avanza desde el pequeño patio central hacia la sala la pintura se desprende del cuadro y se derrama sobre las paredes y un mueble exhibidor muestra los pequeños objetos que forman parte de ese mundo personal de la artista.
El vibrante colorido, uno de los motivos por el que se ha vinculado a la artista con el “pop”, se enriquece con la trama de arabescos en laca que enriquece la textura de las obras con una profundidad un poco enigmática. Los planos de color a veces son acompañados y a veces desmentidos en su geometría por esos elegantes trazos transparentes.
La muestra incluye una interesante instalación de fotos con marcos poligonales que muestran interiores de salas de estar de tiempos diversos ambientadas con papeles, cuadros y tapicerías en una exhibición de decorativismo un tanto obsesiva (esa insistente necesidad de lo bello). La misma fragmentación de las imágenes de las pinturas, que el ojo puede reconstruir a cierta distancia, se reproduce en pared rosada, donde las fotos van armando una figura que al acercarnos se desarma para exhibir la individualidad de cada objeto.
El conjunto de su obra es bello y decorativo al mismo tiempo que nostálgico y un poco ambiguo. Sus mujeres sin rostro, lo mismo que sus muebles colmados de adornitos como en los años setenta, están plagados de contenidos simbólicos y conceptuales sutiles.
La conclusión es rotunda: ¡Carolina Antoniadis es tan Jugendstil! Es una interesante y profunda modernista del siglo XXI.
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Info
Hasta el 15 de octubre
Delinfinitoarte, Quintana 325 PB, Recoleta, CABA