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No es cierto que los mapas se inventaron para ubicarse. Planificar una cartografía es puntuar, remarcar esto por sobre esto otro, hacer un relevamiento, otorgar jerarquías, tener en claro dónde se está parado. Pero hacer un mapa es trazar una red de caminos posibles también. Animarse a las bifurcaciones. Y es pinchar el telgopor para elegir el color de las banderitas de los lugares conquistados. Pero dejarse conquistar es otra cosa, es poner la bandera en blanco. Es declararse perdido. Y eso hacen Sietecase y Fantino, ante la tarea imposible de contar Buenos Aires, se declaran perdidos.
¿Cómo no extraviar a Buenos Aires en el intento de decirla? Ella, de ahora en más, se vuelve esquiva, se les escapa todo el tiempo. Antes, estaba allí, imponente, presente contínuo. Es en el intento de apresarla, de volverla propia, donde se vuelve tango y nos deja plantados en el café de la esquina.
Pero ellos se encapricharon en perseguirla durante toda su expedición, que los tuvo de acá para allá cerca de dos años. Y mientras duraba el periplo le diseñaron un vestido, la vistieron con varias hileras de prosas y un par de relatos breves. Y también la dibujaron, probaron con distintos trazos, ensayaron cartas de distintos tonos. Y con todo le dedicaron un libro, que por supuesto tiene en la primer hoja lo que corresponde: una declaración amorosa.
Y entonces los mapas, hechos para trazar -inútilmente como Hansel y Gretel- el trayecto por donde hemos andado, se vuelven la línea que indica por dónde no hemos ido. Ni bien el límite está marcado, deja ver, como su revés, todo el territorio que aún queda por ser descubierto. Y los espacios en blanco, como las banderas de los que se dejan conquistar, como el pañuelo que agitan los derrotados en batalla, esperan.
Sietecase y Fantino parten -como si existiera un lugar que dice Exit- con la batalla perdida. Y es por eso que encuentran, porque sobretodo se encuentran, en ese mismo punto de partida, la mesa del café de la esquina, la de las servilletas blancas.
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Más info
Hasta el 26 de julio en el Museo Castagnino, sala central
Av. Pellegrini 2202, Rosario