Para el artista, este juego de descomposición, fragmentación, o bien, como prefiere decir él mismo, la diseminación de la solidez gráfica de un elemento dado, en el juego prismático irregular que ofrece la piedra, le revela un desarrollo desarticulado del cubo, cuya forma típica, que él incluso respeta en una de las instancias de la serie, enseguida se desglosa en una articulación de encastres, de segmentos cuadrangulares ensamblados en una rítmica consecutiva, que parecen sugerir la noción de secuencialidad seriada, en lo que se insinúa como el virtual inicio de todas las variables arquitectónicas posibles de ese cubo disuelto, primero en el puro reflejo y luego en el plano, otro espacio-reflejo.

No obstante, y volviendo a examinar la cuestión del reflejo, o de lo reflejo, quizás esto aquí importe mas en tanto y en cuanto todo objeto en Elía - incluso el objeto-pintura, el objeto-dibujo - parece no estar allí; los objetos Elia, los objetos sometidos al procedimiento Elía están del otro lado de si mismos, en el pliegue de ser y dejar de ser. Así la piedra de pirita y el papel con el cubo dibujado son puro doblez bifronte; justamente ahí, en su indiscutible sencillez de evidencia física, tal como los vemos, sólidos y fijos, en la simple plenitud de su entidad como tales, es donde la operación Elia los pierde para reencontrarlos diferentes en si mismos. Esta porción minúscula, arbitrariamente escogida, si se quiere artificial, de mundo, como el mundo todo, entendido como un inabarcable museo de todo aquello por rehacer, por ser re-creado, es materia de obsesión para el Elia-radar, siempre alerta y hambriento como un papel cazamoscas al que se adhiere todo lo que sobrevuela cerca de su electrizado campo gravitatorio.
Extracción Eduardo Stupia.

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Más info
A partir del 15 de octubre,
Galería van Riel, Juncal 790 PB.