News Argentina

lunes 20 de julio, 2009
Marcos Zimmermann
Desnudos sudamericanos
por Julio Sánchez
Marcos Zimmermann

Este provocativo ensayo fotográfico está integrado por una serie de imágenes de hombres de siete países del sur de América despojados de sus ropas y sorprendidos en sus propios mundos.

Que arroje la primera piedra quien no tuvo alguna vez en la vida la tentación de desnudar con la imaginación a tal o cual persona. Pues bien, parece que el fotógrafo Marcos Zimmermann se despachó con todo en la serie de Desnudos Sudamericanos, expuestos en la planta baja del Palais de Glace y reunidos en la cuidada edición del libro homónimo publicado por Larivière.
Las cuarenta y siete fotografías son blanco y negro y de un formato medio que rehuye a la costumbre de copiar a gran tamaño; todos los modelos son masculinos y son retratos en el entorno natural de su trabajo que en la mayoría de los casos acreditan nombre, profesión y procedencia geográfica de cada uno. Zimmermann desnuda a trabajadores de siete países del sur de América, y su planteo es rico por demás. En el libro de Desnudos hay textos literarios de Manuel Puig, Pedro Lemebel, Jorge Luis Borges, Manuel Scorza, y crónicas de Acarette du Biscay, Bartolomé de las Casas, Florian Paucke y Tomás Ortiz, entre otros. Las fotos de Zimmermann postulan un retrato de cuerpo entero, como si no se quisiera perder un centímetro de piel. Hay una especie de taxonomía del hombre sudamericano, clasificado según su escala social, casi todos trabajadores humildes, a tal punto que sólo dos llevan anteojos y se podrían acercar al tipo “intelectual”. Los hombres registrados por Zimmermann tienen algo de “bon sauvage” capturados en su hábitat; el signo de masculinidad es más laboral que natural, cado uno lleva, como un santo con su martirio, el emblema de su trabajo.
El catálogo de Zimmermann dialoga francamente con Hombres del siglo XX, aquel trabajo hecho por el fotógrafo alemán August Sanders (1876 -1964), un atlas de la sociedad alemana durante la República de Weimar, divido en siete secciones: campesinos, comerciantes, mujeres, clases y profesiones, artistas, la ciudad y el pasado. Si el alemán hace hincapié precisamente en el atuendo que marca diferencias, el argentino pulveriza las ropas pero exalta el entorno y los atributos, entendidos como elementos que identifican al modelo: desde una barca de totora hasta un carro tirado por bueyes.
Ninguno de estos elementos funciona como “paño púdico” -esos extravagantes mantos que usados por pintores barrocos para ocultar la masculinidad de dioses pagano, por el contrario se exalta la genitalidad en su forma más natural. Sólo aquel muchacho que intercambia su cuerpo por dinero es sorprendido con una erección. Todos, inevitablemente, miran a cámara, lo que equivale a decir, al espectador. Mirar a un hombre desnudo incomoda tanto al hombre como a la mujer, sin embargo, mirar una foto de un hombre desnudo lo pone a uno a salvo de ser juzgado. La vergüenza puede estar en el desnudado, pero más aún en el voyeur.
Los retratos ambientados en una playa, selva o lago, junto a una vaca, un caballo o una llama, tienen algo de inocencia edénica; la desnudez resulta natural, aunque sea cultural. En un colectivo, en un taller de tornería o en la sala de proyección de un cine, sí puede parecer perversa. Es lírica la escena de los hermanos que tocan el violín y el arpa, como también el luthier boliviano y mucho más aquel muchacho que toca la zampoña en el cerro Makipunku (Bolivia) que además se llama Jesús. En esta serie no hay “casting”, no es una selección de modelos publicitarios, hay patizambos y decrépitos, pero también cuerpos ennoblecidos por el esfuerzo del trabajo físico de todos los días. El mismo Zimmermann explica que su mirada se remonta a la admiración o indignación que pudieron haber sentido los primeros colonizadores que llegaron a este mal llamado Nuevo Mundo. Hace pocos meses se mostraron en el Centro Cultural Borges las magnificas fotografías de los indios selk´nam de Tierra del Fuego que hizo el alemán Martin Gusinde a principios del siglo XX. La pintura de los cuerpos desnudos no atenúa la genitalidad expuesta y sin embargo parece más decoroso mirar un indígena que a un obrero. Zimmermann desafía sin tapujos esta construcción de la mirada y fotografía a un minero boliviano, a un albañil de Maldonado y a un peluquero paraguayo como lo habría un antropólogo de nuestros días.

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Más info
Hasta el 26 de julio, en el Palais de Glace,
Posadas 1725, Ciudad de Buenos Aires
Horarios: de martes a viernes de 12 a 20 hs.,
sábados y domingos de 10 a 20 hs.

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