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Milo Lockett (1967) fue por tercer año consecutivo el artista que más vendió en ArteBA. Su obra trasciende fronteras vertiginosamente y le llueven propuestas de todo el mundo, pero él elige vivir y pintar en el Chaco.
A veces políticamente incorrecto, por momentos irónico y provocador, siempre solidario. Por estos días presenta su libro, una cuidada publicación que recopila su prolífica producción. Toda la recaudación será donada para construir una Casa Garrahan Chaco, una nueva muestra de su compromiso.
Reconocido por su perfil social, Milo ha colaborado con Unicef y anualmente efectúa donaciones de sus obras para subastas a beneficio del Hospital Pediátrico de Resistencia. También desarrolla actividades con las comunidades aborígenes wichi y pilagá, en las provincias de Chaco y Formosa.
El libro está basado en su vida y sus obras, donde escribieron varias anécdotas personas de su círculo íntimo y cuya venta tendrá una misión social. El proyecto pretende fundar un hogar que le dará asilo a niños con leucemia u otras enfermedades y será el primer establecimiento fuera de la sede ubicada en el mismo hospital.
Obra con identidad
No resulta difícil reconocer una obra de Milo. Mucho color, el gesto de la línea que define a sus personajes e incluso la recurrente utilización de palabras." La obra se alimenta de la misma obra, el arte contemporáneo se alimenta todo el tiempo del arte contemporáneo", reflexiona a la hora de mirar su propia producción.
Trabaja muchas horas en su taller y sin dudas esa retroalimentación es la que impulsa el caudal de trabajo que caracteriza al artista. Se identifica con influencias del art brut, "no sólo por la forma sino por la poca formación" confiesa.
"Mi obra puede considerarse como investigación, no tiene una línea y va para muchos lados. Es muy espontánea, tiene mucho de acertijo. De probar y en esa prueba aparece siempre algo nuevo" define mientras invita una taza de café que prepara él mismo.
Si hay algo que nadie puede negar es que en una de las provincias más pobres de Argentina Milo Lockett instaló el arte como un objeto de deseo hasta convertirlo en mercancía. Descubrió la pintura y dijo "quiero ser artista y vivir del arte" con la fuerza de una verdad absoluta. Dando sus primeros pasos en ese mundo, con atinado desprejuicio opinó: "El arte siempre es una mentira", y hoy explica: "Cuando decís eso estás diciendo una verdad contundente porque nadie dice "yo quiero vender mi cuadro, nadie dice quiero ser famoso y rico". Desde ese lugar de provocador, uno dice un montón de
verdades". Ante sus declaraciones considera: "La gente que estuvo quieta dentro del arte se empieza a mover porque tiene miedo a perder un lugar, un lugar que nunca tuvo", se ríe con ironía y agrega: "Creo que le generé deseo de pintar a mucha gente, le di valor a algo que estaba muerto y que no era el cuco".
Es cierto que Milo coquetea con la fama y se pone serio cuando dice que le gustaría desarrollar su carrera comprometido con lo social para ayudar a la gente, decisión que casi se convirtió en un ejercicio político y de la que sobran pruebas. "Si mi fama sirve para ayudar, está perfecto; pero ser famoso por ser famoso no me gusta. Es importante el reconocimiento y cuando la carrera avanza crece la fama, es muy difícil que una cosa no lleve a la otra y creo que el lugar público a veces es peligroso".
La fama seduce
"Soy de una provincia pobre y seduje a la gente más rica del país", se asombra con orgullo de haber vendido a los principales coleccionistas argentinos y al establisment del arte nacional. Al mismo tiempo, cuenta que "el dinero está detrás de mí. Gané dinero desde que tengo 12 años". Casi con cierto misticismo recuerda: "Estando en la peor de la sequedad seguía teniendo abundancia porque todo lo que siempre di, volvió". Consciente de lo que genera y de lo que quiere aclara: "Soy ambicioso pero no codicioso, cuando me preguntan que lugar quiero, quiero el mejor, quiero primera fila.
Y por eso me va bien, porque soy honesto. Digo la verdad aunque parezca una locura. Y cuando miento es una estrategia, para provocar algo".
Desde hace casi un año lo tientan de mudarse a Buenos Aires pero está convencido que "desde el Chaco se puede seguir construyendo una obra que sea contemporánea y que esté posicionada en el mercado". Esa postura sorprende a quienes integran el circuito del arte -coleccionistas, críticos y galeristas- pero casualmente es lo que respalda su éxito aunque no deja de reconocer que "eso habla del prejuicio hacia el interior del país y es una realidad que Dios atiende en Buenos Aires".