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Desde su debut, hace cuatro años, Buenos Aires Photo, la primera feria latinoamericana dedicada en exclusividad a la fotografía, dejó un saldo positivo: hacía falta un evento de esta naturaleza, que brindara visibilidad a un mercado en ascenso.
El interés del público masivo que suscita esta disciplina se confirmó en la última edición con la cifra de 21.000 visitantes y un cierre a toda orquesta: la extensa cola que rodeaba el Palais de Glace.
Hasta hace poco menos de una década, la fotografía se asomaba como una invitada humilde a la gran fiesta del arte, pero ahora, convertida en uno de los soportes más atractivos de la producción artística, ocupa un lugar que parecía estar esperándola, un lugar del que ya no se vuelve.
Toda Feria tiene sus hits, y en la última hubo varios aciertos, como el díptico “Autorretrato Richter-Berni” de Nicola Costantino (Galería Sicart), donde la artista se apropia de los personajes del pintor alemán y el argentino. En el retrato de Richter hay una jovencita con gesto expectante; en el de Berni, una mujer ensimismada y melancólica que apoya la cabeza sobre su mano, ajena al mundo que la rodea. En ambos autorretratos, de intenso carácter emotivo, la artista luce sweters rojos. Más allá de la fotografía, Costantino se revela como una actriz consumada, como excelente intérprete de diversos prototipos psicológicos.
Hay imágenes que atrapan de inmediato todas las miradas, y la de Alejandro Kuropatwa (Ruth Benzacar), donde un perro sostiene un calamar entre sus fauces, posee esa condición. El artista supo jugar con un doble contraste: el encuentro imposible sumado a la discrepancia entre el pelo blanco y algodonoso del perro y los tentáculos brillantes y gomosos del calamar.
El afán de sorprender, las apropiaciones de la historia del arte y los montajes escenográficos, se volvieron una constante cuando la fotografía dejó atrás la representación mimética de la realidad para internarse en la ficción. El Colectivo MR (Enlace) transporta familias indígenas a lugares glamorosos y las fotografía engalanadas con sus trajes típicos en las coquetas butacas de un restaurante fashion de Lima, o en una muestra de Warhol. Las imágenes provocan el extrañamiento que buscaban los surrealistas con el encuentro del paraguas y la máquina de coser, pero con una gran diferencia, producto sin duda de los tiempos que corren: se trata de personas y no de objetos los que se exponen para evidenciar “la injusticia”.
El universo de la fotografía se ha tornado complejo. Gabriel Valansi (VVV Gallery) utiliza recursos de la tecnología para su “Palier”, un backlight cuyo clima varía según la intensidad luminosa regulada con un reóstato. Son varios los fotógrafos que trabajan en la oscuridad, como Arturo Aguiar, que “pinta” sus imágenes con la luz de una linterna; Ignacio Iasparra (Premio Deloitte), que toma perfiles incomparables de la naturaleza al cerrar la lente y prolongar el tiempo de exposición; o, Bruno Dubner, que con una simple ventana como tema trae el recuerdo del inquietante y conocido cuento “Cielo de claraboyas” de Silvina Ocampo.
Fabiana Barreda (Gonzalo Vidal) trabaja una vertiente sensible y muestra una mano femenina que, con una puesta en abismo, adopta la forma de una flor para sostener otra flor aún más delicada, un loto de cristal. La tensión como tema y problema de la sociedad contemporánea está registrada en una foto de Mónica Van Asperen (Laura Haber), en la que dos cuerpos desnudos sujetan en inestable equilibrio una larga fila de vasos entre sus espaldas. El barroco latinoamericano con sus excesos vive en una vidriera atiborrada de santos, velas, exvotos y estampas de Guillermo Srodek Hart.
Un “Gardel preocupado” (título de la obra) y engominado, descubre el grotesco argentino de Marcos López sabiamente cruzado con un Pop a la Argentina, y situado ante el edificio de ATC.
En la selección de fotos del Premio Petrobrás predominó el estilo documental, y la obra del ganador, Santiago Porter, encuentra la belleza de inspiración gótica en una estatua decapitada de Eva Perón.
En riguroso blanco y negro y con las líneas netas de un dibujo, las fotos de Jorge Miño (Zavaleta Lab) capturan el esplendor de los salones de la embajada de Francia porteña. Las formas de un nadador de Sandro Pereira (Daniel Abate), al estar recubiertas con los brillantes recortes circulares de sus autorretratos, sellan una alianza entre la fotografía y la escultura; el wallpaper de Elisa Estrada exhibe la fusión de la foto y el diseño, mientras los ornamentales ajíes de Verónica Bonta y Sol Mattas (1/1 Caja de Arte) se aproximan sin prejuicio a lo decorativo.
La arquitectura como espacio de la desolación fue el tema que abordaron Hugo Aveta (Corazón Cordobés) –al representar el desamparo en la fragilidad de una maqueta–, y Florencia Temperley y Paula Toto Blake (Arte x Arte), quien mostró unas elocuentes tomas de la serie “La casa como amenaza”.
Entretanto, la inmaculada casa racionalista de Julio Fuks (713 Arte Contemporáneo) se percibe como un sólido monumento destinado a perdurar.
El paisaje estuvo presente en el río de Laura Glusman (Del Infinito) –dueña de una técnica perfecta–, en el faro que habita la llanura de Matilde Marín, en los bellísimos puentes de Dino Bruzzone y Esteban Pastorino y las intervenciones de Carlos Palazzesi.
El galerista Jorge Mara presentó una muestra temática, Cherchez la femme, con las innovadoras de los años 30: Grete Stern y Iellen Auerbach. La imagen del torso de un hombre ajustándose un corset, y cuyo sexo se adivina bajo las puntillas cuando asoma el pelo de sus piernas, fue tomada por Auerbach cuando ambas fotógrafas tenían un estudio en Berlín. La galería Vasari también presentó los clásicos, como las fotos vintage de Pepe Fernández –un desnudo masculino al estilo de Mapplethorpe–, los retratos de Sammeer Makarius y, de Anatole Saderman, imágenes que traen las de Edward Weston a la memoria, y que atrajeron a los compradores del Malba con el aura de la gelatina de plata. En línea de los clásicos figuraban las niñas de Rosa Revisn (Arcimboldo), herederas del arte de Margaret Cameron. En la sobrecarga y variedad de estímulos visuales de la Feria, Gustavo Di Mario (Dabbah Torrejón) recupera la frescura de la instantánea con escenas que no aspiran al “instante decisivo” y que, por el contrario, reflejan la gracia de las cosas comunes y los placeres mínimos. En la misma tendencia, Hernán Corera (Aldo de Souza) con la toma de un perro en un bosque, invita a valorar los instantes que pasan fugaces ante nuestros ojos. La experiencia estética demanda una pausa, el tiempo que lleva volver a encontrar la magia de lo aparentemente intrascendente. La gran virtud de Buenos Aires Photo es su heterogeneidad, la variedad de propuestas que ofrece al espectador, que se amplió en esta edición con el humor de Rochelle Costi y el conceptualimo de Luis Camnitzer, entre otros que integraron la muestra paralela del hotel Park Hyatt.