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Ambos apenas se tocan por la tangente de la circunferencia.
Son dos relojes idénticos que funcionan al unísono; la manecilla de la hora, la de los minutos y la de los segundos se mueven acompasadas. La obra se llama “Amantes perfectos”, y es una de las tantas del cubano Félix González Torres que la curadora Sonia Becce seleccionó para “Algún lugar/ningún lugar”, la muestra antológica que se presenta en el Malba.
La obra de los relojes resume la poética del artista: utilizar objetos provistos por la industria (a la manera del ready made duchampiano) para hablar del amor entre dos personas, y más específicamente, entre hombres o entre mujeres. El mismo tema está presente en el cartel publicitario montado en las terrazas del museo (así como en otros puntos de la ciudad) donde se ven dos almohadas blancas, con la huella –casi tibia, se podría decir- de dos durmientes que abandonaron el lecho recientemente. Pocas veces en el arte se puede hablar de amor con tanta dignidad como lo hace FGT.
¿Quién es este cubano? Nació en Guaimaro en 1957 y murió en Miami en 1996, se formó en la ciudad de Nueva York en una década caliente y voluptuosa, cuando los grupos de activismo gay estaban en plena efervescencia, entre las fotografías homoeróticas y algo escandalosas de Robert Mapplethorpe, un enfermedad que se conoció inicialmente como peste rosa y un gobierno conservador que trataba de neutralizar todas las iniciativas de las minorías sexuales y raciales.
FGT hizo activismo desde un lugar metafórico, cargado de afecto y de crítica a la vez. En primer lugar se valió de la retórica del minimalismo para desmoronar su impronta patriarcal. Esta estética que en los 60 atravesó diferentes expresiones (escultura, arquitectura, música, teatro, danza) fue sostenida por una actitud masculina, cerrada y monolítica. FGT desarmó cada una de estas cualidades, transformó los tubos fluorescentes de Dan Flavin (duros, fríos, erguidos y rígidos como un falo) en cordeles maleables de lamparitas equidistantes, calientes y redondas. Los cubos de Robert Morris, Donald Judd y otros patriarcas del minimalismo fueron transformados en pilas de papeles que se regalaban al público mediante un novedoso concepto llamado endeless suply (provisión permanente). El museo o coleccionista debe reponer la pila a una altura preestablecida a medida que el público vaya disminuyendo el tamaño, esto implica que la obra se transmute en un organismo vivo que crece o decrece según la voluntad impredecible de gente que se anime a llevarse o no láminas de papel con impresiones de aguas, cielos o simplemente colores. A la cerrazón minimalista, FGT ofrece una obra que exige sí o sí la participación del público, se ofrece gratuitamente y pocos se privan de la tentación de llevarse a su casa una obra original del artista más importante de fin de siglo.
La generosidad infinita va acompañada de un “sentimiento trágico de la vida”, al decir de Miguel de Unamuno. Al artista le tocó vivir el peor momento de la epidemia del sida, cuando esta enfermedad era mortal y no se conocía muy bien ni la etiología ni el tratamiento. Le tocó ver como se iba deteriorando su compañero, la persona más amada, y poco después lo vivió en carne propia. El fin de la vida terrenal es vivido de distinta manera por las personas; con una incierta fecha de partida (o retorno, según se crea). La desesperación de ver un cuerpo consumiéndose inspiró a FGT una obra viva que nunca muere. Ante esta situación se olvidan los egoísmos y miserias humanas, amanece la generosidad infinita y el amor rotundo.
Otra serie de obras tiene como piedra angular a los caramelos; cuadrados o rectángulos de pequeños dulces (caramelos o chupetines) envueltos en papeles plateados o dorados o en un combinación tricolor de blanco, azul y rojo (más estadounidense que francés) dialogan otra vez con el minimalismo, con las baldosas frías y metálicas de Carl André. También está presente el antiguo problema filosófico de lo Uno y lo Múltiple, pues la obra es todos los caramelos juntos, y a la vez, cada uno de ellos; es la gota y es el mar. Aquí la participación del espectador es extrema: hay que llevarse la obra-chupetín a la boca, lamerlo, chuparlo y tragarlo, con la carga de erotismo que conllevan estas palabras y acciones. Cada golosina, cada afiche se dispersa por el mundo como un virus invisible; quién sabe en cuántas casas habrá un afiche rojo con bordes negros (sangre y luto que alude a la National Rifle Association, propiciadora de armas de fuego), otro con un mar infinito, quién sabe cuántos caramelos se habrán digerido en un museo, quién sabe qué y cuántos virus anidan en los cuerpos de hombres y mujeres de todo el planeta.
Aquellos relojes que caminan al mismo ritmo tienen pilas que en algún momento se descargarán, las manecillas ya no irán parejas. Pero no es el fin, se podrá reemplazar la pila. Y estos dos relojes son la metáfora de la condición humana, estar condenados al amor, a la muerte y nuevamente al amor y a la muerte en un ciclo misterioso e indescifrable.
Info: Hasta el 3 de noviembre
Malba - Fundación Costantini, Avda. Figueroa Alcorta 3415