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Cuando hacia 1992 conocí la obra de Jorge Diciervo propuse al espectador un juego: entrecerrar los ojos para comprobar que cada una de las formas geométricas que poblaban horizontalmente sus cuadros tenía vida propia.
Sobre fondos de lonas industriales con sus imperfecciones, costuras y tonalidades grises, desarrollaba un repertorio de claroscuros de carácter tenebrista sin resquicio alguno en lo formal.
En su exposición de 1999, el soporte era la tela blanca tradicional, las formas encontraron un espacio inmaterial que las contenía, concentrando en ellas toda la atención. Aparecían enfrentadas, dialogando y hasta tenían apariencia humana.
Llegamos a 2001. Las formas encontraron su lugar en el espacio. Una metamorfosis del dibujo a la pintura al objeto y a la escultura tanto en madera como en bronce con su habitual minuciosidad y equilibrio.
¿Qué pasa ahora en su actual muestra en Palatina? Los elementos se han verticalizado, un protagonista es el negro absoluto al que como señala Diciervo no hay que temerle contradiciendo a Kandinsky cuando lo definió como “ la nada sin posibilidades”.
Negro con tierra, negro opaco y negro barnizado, una combinación inquietante, casi lujosa No hay que cerrar los ojos como al principio, todo se da directamente, hay un denso cromatismo pero como contraste hay danzas de rojos y blancos.
Hay que descubrir otras tonalidades, azul negro, algunos verdes o lo que sucede cuando el artista tira, literalmente, el barniz sobre la composición y espera, en actitud Zen, el resultado generalmente azaroso.
Hay homenajes a la música que viene de su infancia, hay maderas de voluptuosa formas toroides, hay sensualidad en la aplicación de la materia, se permite “desprolijidades” antes inconcebibles, una búsqueda insaciable. Con orgullo y a su vez humildad, Diciervo dice: “Es mi muestra más linda”. “Me siento pintor” lo que en cierto modo ejemplifica el pensamiento nietzcheano acerca de que “el arte existe como una necesidad imperiosa de conocimiento”.
Info: Durante julio, en Palatina, Arroyo 821