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Valiosa, heterogénea y didáctica, la muestra de la colección Guerrico inaugurada recientemente en el Museo Nacional de Bellas Artes, brinda la posibilidad de aproximarse al mundo artístico del siglo XIX a través de más de 600 pinturas, esculturas y objetos, y revivir los inicios del coleccionismo en Argentina, cuyos aportes fueron fundamentales en la conformación de nuestro patrimonio artístico institucional.
Un bronce imponente de Auguste Rodin recibe al visitante, al ingresar en la primera de las dos suntuosas salas que reúnen la colección de Manuel José de Guerrico (1800-1876), considerado como el primer coleccionista argentino, y su hijo José Prudencio (1837-1902) que “enriqueció la colección se su padre y le otorgó al proyecto su verdadera dimensión institucional al donar 22 obras con el propósito de contribuir a la creación del Museo Nacional de Bellas Artes (MNBA)”, según explica la historiadora del arte María Isabel Baldasarre.
Padre e hijo compartieron un espíritu filantrópico y educativo. El primero fue estanciero y militar vinculado a Rosas. Tras un confuso episodio ocurrido en 1839, debió exiliarse en París, donde comenzó una nutrida colección que trasladaría a la Argentina hacia 1848. Su hijo, José Prudencio, enriqueció este primer conjunto de obras y realizó una primera donación para la conformación del MNBA, en 1895. “Sin embargo, fue recién a partir de 1938, cuando la mayor parte de la colección pasó a dominio público, gracias a la donación de 627 piezas concretada por los descendientes de ambos coleccionistas”, precisa Baldasarre.
Del conjunto de obras correspondientes a la primera donación, en su mayor parte adquiridas por Manuel José de Guerrico, se destacan un conjunto de pinturas anónimas o copias de maestros italianos, españoles, franceses y flamencos. También pueden verse cuatro obras de artistas locales extranjeros que vivían en Buenos Aires hacia el tercer cuarto del siglo XIX: El Velorio y Panorama de la Cordillera de los Andes, de Ernest Charton, y Asesinato del Dr. Manuel Vicente Maza y un boceto del Retrato de la señorita Manuela Rozas, de Prilidiano Pueyrredón.
En el conjunto de pinturas y esculturas donadas en 1938, sobresalen dos obras de Tiépolo, Los hebreos recogiendo maná en el desierto y El Sacrificio de Melquisedec, además de varias escenas de género flamencas como Nature norte de Jan Fyt, y algunos ejemplos de pintura religiosa española e italiana, entre los que puede destacarse un Monje orando, de Zurbarán.
De todas formas, predominan en la colección, las obras del siglo XIX como la monumental Diana Sorprendida de Jules Joseph Lefebvre y las esculturas en de Antonio Tantardini, obras que habían sido premiadas en los salones europeos y que ocupaban lugares de privilegio en la residencia de los coleccionistas.
En este sentido, además del valor de cada una de las obras expuestas, el conjunto exhibido en la muestra interesa por la forma en que se halla presentado. Las rojas paredes de las salas están superpobladas de pinturas cuidadosamente agrupadas, las más grandes arriba y las pequeñas abajo, integrando una abigarrada abundancia, propia de la manera de exhibir de la época, en residencias particulares y salones.
En la segunda sala, se destaca un grupo de telas de Genaro Pérez de Villamil, adquiridas por el primer coleccionista, Manuel José, y del otro lado sorprende un retrato de grandes dimensiones José Prudencio realizado por Joaquín Sorolla y Bastida en 1907, que curiosamente contrasta con una diminuta acuarela de su esposa, colgada a su lado.
Completan la colección, exquisitas piezas de platería colonial, delicados abanicos, una serie de grandes peinetas de carey, y un conjunto de pequeños objetos de distinto tipo que sintetizan el ánimo enciclopedista de los Guerrico y la voluntad de preservar y poseer un poco de cada cultura.
Info: Hasta el 31 de diciembre Museo Nacional de Bellas Artes,
Av. del Libertador 1473