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Contradiciendo a la divulgada noción de que el dibujo es proyecto, Eduardo Stupía dibuja con la entrenada naturalidad de su mano. Graficar es una tendencia muy temprana que se experimenta toda la vida y, en el caso de un artista como el que nos ocupa, una pasión envolvente que se redefine al ritmo del pensamiento plástico.
Las obras recientes de Eduardo Stupía, expuestas en la galería Jorge Mara- La Ruche, son, a juicio del artista, el “grado cero” del dibujo, el blanco y negro y los materiales secos. Toda la “zona lápiz” (carbonilla, grafito, pastel) está presente en esta serie en la que trabaja con las variadas posibilidades expresivas de cada uno. Raya, frota, borra, esfuma, imprime líneas sobre el papel con la punta dura de un H8.
Titulados paisajes, estos papeles montados sobre tela, son en general verticales, formato no tradicional para ese género. Si son paisajes, son fragmentos o secciones. Respecto a su producción anterior, el gesto se ha agrandado, las superficies vacías expandido y los espacios desabigarrado. En un sentido, estas obras parecen desarrollos aumentados, diseccionados, de algunos de los minuciosos núcleos temático-espaciales de sus dibujos anteriores. Sin duda implican otra dinámica. Una en la que el cuerpo, aborda el papel desde una distancia mayor, proyecta los brazos extendidos dando un ritmo más épico a lo que otrora fuera un relato intimista. Obviamente también el espectador se involucra de otro modo.
Stupía parte de un pequeño tema (signo, textura, línea) en un sector del papel y, desde allí, comienza a componer musicalmente. Hace contrapuntos, resuena motivos, en esos paisajes sin horizonte, sin referencias veristas. Gira el papel -pantalla en blanco- que irá recibiendo el resultado de las reglas del juego que en ese momento el artista ha decidido jugar. ¿Por qué un juego? Porque en la medida que comienza a desplegar el repertorio formal que le dicta su “motricidad conciente”, surge una regla autoimpuesta: “desnaturalizar todo lo que se estanca y se solidifica”. Es esta una consigna de máxima austeridad que garantiza la crítica. Por eso no es un expresionista. Stupía corta el impulso de cada gesto tanto como deja fluir el gesto de cada corte. Es decir, somete a juicio cada una de sus intuiciones hasta que, finalmente, se rinde a algunas de ellas. Por eso el poder evocativo de sus imágenes, porque como buen romántico busca y teme al desborde, contiene y libera en la justa medida como para que su propia subjetividad no lo aplaste. También siempre duda acerca de cuál es la justa medida. Por eso su dibujo es un “sistema estratégico” para guiar al ojo y enfrentarnos con el más refinado arabesco o el más rústico borroneo. Si siempre se habló en su obra de la acumulación y saturación, la presencia del horror vacui barroco, ahora Stupía parece desnudar lo que ese atiborrado paisaje encerraba: la belleza de la imprecisión.
Guiado por la historia del arte y la de su propio arte, Stupía busca un mundo de armonías quebradas y tensiones sostenibles. Centímetro a centímetro, su lapiz urga en los silencios y los gritos, las visiones y las intuiciones.
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Info:Hasta el 23 de junio, en Jorge Mara. La Ruche, Paraná 1133