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La muestra se llama El misterio del niño muerto y consiste en más de quince fotografías digitales de gran formato.
Flavia Da Rin continúa con su poética de autoclonación y todos los personajes que aparecen, sean femeninos, masculinos, niños, adultos o viejos se originan en su propia imagen, luego modificada por la tecnología digital. La autoclonación ha sido un recurso explotado por jóvenes artistas como Juan Balza o Osías Yanov y parece ser una reacción ante la dificultad de los vínculos humanos que todos padecemos y que algunos –particularmente los más jóvenes- solucionan con la comunicación virtual, léase skype, msn, facebook o similares. La existencia del “otro” parece ser un aspecto difícil de digerir para un “yo” amurallado por las nuevas formas de comunicación virtual. Como el pasajero de tren que le confiesa todos sus secretos al eventual compañero de asiento –amparado por la certeza que nunca más volverá a cruzárselo- Da Rin vuelca toda su intimidad en sus fotografías digitales. La similitud entre un vernissage y un entierro fue uno de los motores de este conjunto: “Los invitados beben café o vino y charlan entre sí, se van turnando para mirar el cuerpo o a la obra. Es una celebración, se acompaña a los deudos y al artista, que se han separado de ese ahora inanimado, enmarcado en madera oscura”, apunta la artista. La elección de la temática es poco frecuente en el arte contemporáneo que prácticamente ha negado la presencia de la muerte. Son asaz excepcionales los casos de Sophie Calle o Bill Viola que filmaron a sus madres moribundas o el de Christian Boltanski que ha meditado profundamente sobre el tema; las fotografías baleadas de Oscar Bony y su serie de “El triunfo de la Muerte” o “Suicidios” son igualmente excepcionales para el arte local. Si bien los medios de comunicación nos atosigan con muertes violentas, accidentes viales y catástrofes naturales devastadoras, lo que no está instalado en la sociedad es el rito de pasaje que necesitamos ante la muerte: el luto se considera demodé, las necrópolis han sido reemplazadas por cementerios parque, el velorio se apura o directamente se anula y las visitas a los cementerios se han convertido en turismo urbano. Flavia aborda el tema de una manera festiva, casi a la manera del “velorio del angelito”, una costumbre extendida en las zonas rurales de nuestro país –también en Chile- que consiste en organizar un baile, con músicos y abundante bebida, cada vez que muere un inocente menor de diez años, pues a la par del dolor, los padres tienen la certeza que el niño libre de pecados irá directamente a conformar el coro celestial que acompaña al Todopoderoso. Hay antecedentes en una pintura de Alfredo Gramajo Gutiérrez y en nuestro folklore se canta una chacarera alusiva. Da Rin retoma este tono con El misterio del niño muerto, sin acentos folklóricos, más bien con los ademanes exagerados de una comedia inglesa (Cuatro bodas y un funeral) y con las apariciones estelares del niño rubio y difunto al estilo fantasmita de Hollywood. En la muestra hay un políptico homenaje a los retablos medievales -particularmente El Cordero Místico de Jan Van Eyck, con un coro angelical entonando un himno litúrgico-; en el que Da Rin retrata un grupo de chicas vestidas de negro, como el coro de un colegio americano practicando la comedia musical de fin de año.
Fiel a sus convicciones estéticas, Dan Rin renueva su savia creativa abordando un tema que progresivamente deberá reinstalarse en la sociedad: el rito de pasaje.
Info: Hasta el 3 de mayo
Galería Ruth Benzacar, Florida 1000