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Inquieta, inconformista, activamente feminista, incorruptible y por sobre todo una hacedora, Sara Facio concibió un camino y lo construyó dejando su serena huella para que otros la sigan. Hoy, la exposición antológica que se presenta en Imago Espacio de Arte, curada por María Teresa Constantín, da cuenta de ello.
L a elección de la fotografía como medio de expresión llegó así como ella hace todas las cosas: descubriendo nuevos caminos con su mirada curiosa. Apenas recibida en la Escuela de Bellas Artes, se presentó junto con Alicia D’Amico, su compañera de estudios, a una beca del Gobierno de Francia y la ganaron. Se proponían hacer lo que aquí faltaba: un libro de estudios para la historia del arte en español. Corría el año 55; partieron a París, pinceles y lápices en mano, para conocer los museos y admirar las obras originales. El Museo del Louvre se convirtió en su escuela con asistencia perfecta. En el período de vacaciones llegaron a Alemania donde se encontraron con la nueva protagonista de las artes visuales: la fotografía. Comenzaron a frecuentar exposiciones de fotografía artística, conocieron las bases de la fotografía subjetiva, término con el que Otto Steinert retornó a la “nueva fotografía”, introducida en la década de 1920 por fotógrafos de la Bauhaus, pioneros de la fotografía experimental, en una búsqueda por ampliar las posibilidades expresivas y creativas en esta disciplina, y que habían sido fuertemente combatidos por el nazismo. Las grandes fábricas alemanas lanzaban sus equipos revolucionarios al mercado. “Nos compramos nuestras primeras cámaras, con telémetro y fotómetro, ¡todo un descubrimiento! Demasiado inquieta, pronto descubrí que prefería recorrer las calles con mi cámara en mano a estar encerrada en un estudio. Así fue como colgué los pinceles.”
El padre de Alicia tenía un negocio de fotografía en un barrio porteño y al volver a la Argentina comenzaron a hacer laboratorio allí. Sorpresivamente el destino reforzó su decisión; el padre de Alicia sufrió un ataque al corazón que las dejó al frente del negocio. Pero ella y Sara tenían claro que querían hacer fotografía artística y muy pronto abrieron su estudio. Por esta época conocieron a Annemarie Heinrich. “De ella aprendí el amor y respeto por la fotografía. Annemarie vivía para la fotografía; su felicidad consistía en estar en la galería haciendo fotos, más tarde se encontraba con sus modelos para mostrárselas y, cuando volvía, antes de acostarse, retocaba sus negativos. Se pasaba horas organizando sus archivos con la prolijidad germana que la caracterizaba. ¡Fue una experiencia única!”
Sara Facio participó activamente del Foto Club Buenos Aires, una institución que nuclea a fotógrafos profesionales y amateurs, que organiza premios y que, por ese entonces, era uno de los pocos caminos de legitimación en la profesión elegida. En 1963, su obra Cielo y Tierra recibió el primer premio de esta institución y fue reproducida por el Diario La Prensa a página entera. “Esto provocó que mis acciones subieran en mi familia, después de la decepción de haber dejado los pinceles.”
Sara considera una buena foto aquella que logra trasmitir un contenido emocional, no sólo estético, ni siquiera aquella que es técnicamente maravillosa. “La fuerza de la imagen es la que me impacta.”
Como afirma Rodrigo Alonso en el texto del catálogo de la muestra en Fundación Osde, Sara Facio es considerada, ante todo como una gran retratista, pero estos retratos no son el resultado de un encuentro momentáneo con figuras como Julio Cortázar, Jorge Luis Borges y Pablo Neruda, sino frutos de otro proyecto personal: plasmar el ambiente intelectual que le ha tocado vivir. Sus retratos se caracterizan porque trasmiten la esencia del retratado; hay algo que determina su ser. “Cortázar me impresionó porque era enorme y con unos ojos azules muy separados”.
Buenos Aires, -una de sus retratadas más queridas- hoy me trasmite tristeza por el nivel de abandono que sufre. Creo que todos somos responsables: gobiernos y gobernados.” En Buenos Aires, Buenos Aires, un ensayo fotográfico que realizó con Alicia D’Amico y que se convirtió en libro en 1968, retrata su ciudad buscando representar el clima que se palpa en los textos de algunos escritores y en la letra de los tangos. Julio Cortázar se emocionó al verlo y escribió los textos. “Este fue el principio de una linda amistad de esta vida y de muchos proyectos juntos.”
Su mayor dificultad como profesional fue que la llamaran para trabajar, por ser mujer, y más tarde que se publicaran los créditos fotográficos. Luchó incansablemente por esto; aún hoy hay diarios nacionales que no publican una fotografía de Sara Facio por temor a un juicio. “Pero yo no defiendo mis propios derechos, sino los derechos de la fotografía. Respetar la profesión de fotógrafo significa también valorarla en términos económicos. Si no hay independencia económica no hay libertad; con el feminismo y con el arte ocurre lo mismo. Es un concepto básico.”
Hacia 1973, siente que aún falta algo para consolidar la fotografía como disciplina artística. Conoció a la guatemalteca María Cristina Orive y, juntas, fundaron La Azotea, una editorial dedicada exclusivamente a la publicación de fotografías. En 1985 creó la Fotogalería del Teatro San Martín que dirigió hasta 1997 y actualmente es curadora del Museo Nacional de Bellas Artes para el que está armando la colección hasta completar el siglo XX, en base a donaciones privadas. Y, desde La Azotea, esta hacedora de sonrisa cómplice, que trasmite la serenidad de haber disfrutado y amado la vida que eligió, continúa con sus proyectos editoriales.
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Una mirada hacia el futuro
¿Qué le diría a un artista joven? “Que se dedique con alma y vida. Que no pierda la curiosidad. Que lea, que mire mucho a los artistas que lo precedieron, porque allí va a encontrar mucha nafta para alcanzarlos y superarlos. ¡Y que jamás pierda la capacidad de sorprenderse!”