Todos coinciden en que tenía un ángel especial. Que era un poeta-duende de la vida y del arte. Quienes lo conocieron, y lo conocimos, sabíamos de esa sutil ironía que afloraba en su mirada traviesa, en sus palabras casi susurradas, de una ternura inexplicable, aureolando esa cabezota que encerraba un jardín de las delicias. Un universo de la más pura fantasía. Enrique Aguirrezabala fue una rara avis en el mundo de nuestro arte. Y su obra proyectaba esa condición única, pura emanación del espíritu.
Ahora, reunida en la Sala Cronopios, en una vasta retrospectiva, se hace evidente esa característica que habitaba en él y de la que da cuenta su producción: se la recorre como si una música interior, sin estridencias ni gestos vanos, fuera enhebrando núcleos muy diversos: Dibujos y tintas realizados en una clave onírica de fina caligrafía; collages, que al decir de Nelly Perazzo, "organizan cierto raro espacio de irrespetuosa locura" armando "secuencias de una melodía esgrimida en sordina"; el notable conjunto de acuarelas en las cuales, posiblemente Aguirrezabala alcanza el punto más alto de su labor por el juego sutil de las relaciones cromáticas y las variaciones tonales, de los espacios silenciosos, del perfecto equilibrio de las tensiones que logra con unos pocos toques de color sobre la rugosa superficie del papel, cualidad que se prolonga en los numerosos apuntes registrados en cuadernos que son como un laboratorio de ideas; y finalmente, la totémica serie de objetos realizados en papel maché, con una consistencia de volúmenes y colores que desafían el espacio, como si fueran partícipes de un bosque encantado. Hay en Aguirrezabala esa delicadeza de lo oriental, esa virtud exquisita de poner un toque de color que se abre como una ameba y que juega sobre el papel como 'el clave bien temperado' de una inefable cualidad poética. Todo es preciso, casi matemáticamente preciso, y sin embargo parece nacido del más puro azar.
El excelente diseño de montaje realizado por Clelia Taricco es especialmente virtuoso porque sigue el acompasado vaivén de la obra de Aguirrezabala y, sobre todo, de su mundo interior. "Mostrar-se, significa sobre todo plantear públicamente una proposición individual, más o menos clara, acerca de una poética, una ideología, una visión del mundo, un resumen de vida". Esto había escrito Aguirrezabala en 1981, al presentar su muestra de "Collages-acuarelas" en Arte Nuevo, la legendaria galería de Álvaro Castagnino, donde el artista realizó 17 de sus casi treinta muestras individuales. Un resumen de vida: es lo que está impreso en cada una de las piezas exhibidas, casi un centenar. Vale agregar un dato que hace a los sigilosos meandros de nuestro universo cultural: el Club Nada, una travesura, un juego que practicaba y practica un grupo de artistas, el de reunirse semanalmente para... nada; o para todo. Enrique lo integraba, junto con Álvaro Castagnino, Américo Castilla, Juan Lecuona, Luis Wells, Rodolfo Azaro (1934-87). Como la que organizaron en 2004, en el MAMbA en homenaje a Azaro, esta muestra ha sido gestada en la amistad. Una amistad que hace justicia a un artista de memoria imborrable.
Info: Hasta el 25 de noviembre Centro Cultural Recolecta, Junín 1930
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