News Argentina

jueves 17 de julio, 2008
EL NEW YORK DE GURVICH
Costa Peuser, Marcela
por Marcela Costa Peuser
EL NEW YORK DE GURVICH
 

Quiero detener lo espontáneo de la forma.
Quiero abrir una ventana en la nada...
en el espacio infinito.
Quiero hacer un arte que se dirija
hacia el centro mismo del HOMBRE.

Quiero detener lo espontáneo de la forma.
Quiero abrir una ventana en la nada...
en el espacio infinito.
Quiero hacer un arte que se dirija
hacia el centro mismo del HOMBRE.

Así­ describí­a su propia búsqueda José Gurvich en esos exigidos y productivos años en que vivió en Nueva York. Recorrer la muestra que se exhibe en el Museo que lleva su nombre, en Montevideo, es sumergirnos de lleno en la vorágine de una de las ciudades más cosmopolitas del mundo, sentir su velocidad, oler sus calles, captar la intensidad de sus colores, palpitar su ritmo voraz y entender su esencia; pero también es una invitación a escuchar la sutil vibración del alma de José Gurvich que aún vive en cada una de esas obras.
Esta es la segunda muestra organizada por el Museo y la Fundación Gurvich de este excepcional artista, discí­pulo de Torres Garcí­a, que rompió con su pasado y se aventuró a reconocer su propia voz. La muestra, curada por Julia Añorga, o mejor dicho " por Totó", su mujer, reúne obras de su última etapa, del 70 al 74; años que vivieron en Nueva York.
Lituano de origen judí­o, José Gurvich llegó a Uruguay con su familia en 1927, a los seis años de edad. Su primer encuentro con las artes visuales fue a través de la música pues, muy joven, mientras tomaba clases es de violí­n, conoció a Horacio Torres, hijo de Joaquí­n Torres Garcí­a. Al año siguiente se unió al taller en el que se enseñaba su teorí­a sobre el Universalismo Constructivo y del que también participaban los artistas Gonzalo Fonseca, Francisco Matto, Julio Alpuy y Augusto y Horacio Torres. Taller que continuaron, incluso, después de la muerte del maestro en 1949.
Inquieto y curioso, Gurvich manejó desde un principio un lenguaje propio, tanto en sus pinturas como en sus cerámicas; un lenguaje que se caracteriza por contener formas orgánicas y la expresión del movimiento insinuado por lí­neas ondulantes, destacadas y sombreadas para sugerir volúmenes. El interés de Gurvich por sus raí­ces hebreas se desarrolló en las tres visitas que realizó a Israel y donde que vivió en un kibbutz trabajando como pastor de ovejas. A partir de ese momento incorpora un lenguaje claramente figurativo con elementos del folclore y la fantasí­a.
Convencido de que para ser artista habí­a que estar en el centro del mundo artí­stico, aterriza en Nueva York, en diciembre de 1970, con su mujer y su hijo Martí­n. Pero el impacto fue muy fuerte para el artista; la ciudad, ruidosa, asfixiante e inhóspita, no resultaba el escenario ideal para este "soñador lí­rico" como lo describe cariñosamente Totó. Los primeros tiempos unos primos, sobrevivientes de Aushwitz, los alojaron en su casa de Long Island y trataron de acomodarse. Pero Gurvich no encajaba, armó su taller en el garage y pintó la primera obra "Hombre Cósmico en New York" que era una continuación de su obra en Montevideo y con la que se inicia la muestra. En el medio de la nada gris aparece el hombre como centro, con su gran mundo interior y todos sus simbolismos: manos que se extienden, pájaros que nacen, árboles, casas barriletes, relojes, hasta la carretilla de su jardí­n de Montevideo.
Se mudaron la baja Manhatann, donde viví­an varios miembros del taller de Torres y a partir de allí­ comenzó a salir cada mañana con su libreta de apuntes para captar las huellas propias de la ciudad, su velocidad, sus olores, sus colores y todas sus sensaciones. Volví­a temprano y completaba el trabajo en su minúsculo taller. Así­ nacen sus primeras composiciones, témperas en las que personajes anónimos, señales de tránsito, carteles, toldos, automóviles, tachos de basura, escaleras de incendio, edificios, brazos y piernas, forman parte del mismo remolino asfixiante, impenetrable y atemorizante. Una ciudad en la que no lograba vender una obra para sustentar a su familia pero que lo enriquecí­a con visitas a sus museos y las profundas discusiones de arte que a menudo tení­an con Fonseca, Torres, Alpuy y Marcelo Bonevardi. A medida que se fue acomodando al ritmo y los extremos de la gran cuidad, el vací­o volvió a tener presencia en su obra, trabajó mucho en cerámica, en exploraciones escultóricas, muchas de las cuales quedaron sin terminar. Comenzó a hacer proyectos para enormes monumentos, llamativamente abstractos. Sus collages, ensamblajes y esculturas de mesa asombran por su fantasí­a. La muerte lo sorprendió en plena tarea.
El hombre y su compromiso con el hombre mismo fue siempre el eje de la obra de Gurvich; lo vemos en obras como "Hombre señal" en la que distintos indicadores urbanos: semáforos, flechas y banderas conforman a un hombre urbano, anónimo y enajenado o, por el contrario, en el caso de sus hombres y parejas cósmicas en quienes que descubrimos seres vitales, dotados de un rico mundo interior cuyo motor es la alegrí­a.
"Sólo por el camino andado se sabrá del hombre", escribió José Gurvich. Esta magní­fica exposición, que puede visitarse hasta marzo del 2008, es un fiel testimonio de vida de este artista sensible e imaginativo y al que podemos descubrir a través de su obra.

 

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