La obra de Diego Acuña presenta una complejidad particular, tratándose de un artista que se mantiene estrictamente dentro del ámbito de la pintura y que investiga un tema más o menos constante: el cuerpo y su representación. Esa complejidad tiene que ver con la variedad técnica y estilística que emplea a la hora de enfrentarse con la tela. Cada obra parece el resultado de un nuevo desafío, una nueva forma de aproximarse a un tema bastante transitado, pero que sin embargo no ha perdido nada de su vigencia y vigor.
Hay, en líneas generales, una simplicidad estructural, incluso en las piezas cargadas de información plástica. Todo sigue un orden evidente, respeta una composición que se yergue como una de las claves del proyecto pictórico. A pesar del gusto notorio por las transparencias y las superposiciones, no hay en estas piezas mezcla ni confusión; a lo sumo, la necesidad de una contemplación prolongada que devele la profundidad y el misterio oculto tras cada capa de pintura.
La historia del arte parece haberse transformado en un tesoro de referencias en la obra de Diego Acuña. Hay una marcada inclinación hacia el pop, su iconografía popular y sus valores cromáticos, pero también hay mancha y expresión, elementos evitados por el arte pop más ortodoxo. Hay gráficos, esquemas, palabras, que delatan una vocación conceptual por detrás de la pura sensorialidad pictórica, y hay un uso de la gráfica que coquetea con el diseño. Hay, igualmente, remisiones científicas permanentes, que expanden la representación corporal hasta el lugar donde ésta trasciende la imagen para manifestarse en otros sistemas de realidad.
En todo caso, lo que aparece de manera evidente es la búsqueda de un lenguaje plástico, desarrollada pacientemente a lo largo de un conjunto de obras coherente, aunque no necesariamente homogéneo. Algunas de ellas muestran una tendencia a la abstracción y un cierto aire decorativo. Otras son netamente figurativas, introducen elementos gráficos ocupando planos diferentes, se abisman en juegos cromáticos de donde se desprenden colores muy contemporáneos, como los naranjas, los verdes manzana, los amarillos casi fluorescentes, las gamas de gris.
También es muy diverso el tratamiento que el artista da al tema del cuerpo y sus representaciones. A veces sólo hay órganos, trasladados de esquemas médicos o flotando en un cúmulo de chorreaduras que los invaden, entre festiva y siniestramente. En otras ocasiones hay figuras completas, con mayor o menos grado de abstracción, por lo general anónimas y muchas veces repetidas, seriadas. En otro grupo de obras hay atisbos de cuerpos en la presencia de siluetas, cuyo interior alberga imágenes de las más variadas. Y en otros casos aún, el cuerpo aparece apenas mencionado, en sus múltiples formas de escritura, principalmente las que derivan del campo de la anatomía y la medicina. La obra de Diego Acuña se produce en el marco del Proyecto Cubo, un espacio para la experimentación y el crecimiento de jóvenes artistas, que se despliega a lo largo de un año. Es fácil prever que en ese tiempo, su trabajo todavía encontrará otras vertientes de exploración conceptual y pictórica. No obstante, su estado actual nos da una clave de lo que probablemente vendrá: mayor consolidación técnica, refinamiento expresivo, profundización personal.
Info:
Hasta el 17 de noviembre, en Pabellón 4, Uriarte 1332
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