Una torre silenciosa y serena se angosta hacia las alturas. Como salida de un sueño, esta magnífica construcción se eleva en un paisaje verde y brumoso, pero a la vez aparece delineada con estricta precisión. El simbolismo de una torre es universal y en este caso, apela "a lo vertical como representación del ser humano erguido ante lo divino", expresaba Roberto Aizenberg (1928-1996), sobre este motivo emblemático de su producción artística. Poderosa y significativa, esta imagen fue recurrente en la obra de este artista, y es hoy la tapa del flamante libro dedicado a su persona y trayectoria.
Penetrar en el enigma de una vida es una tarea compleja y fascinante, como ascender o descender por esa torre. Y cuando se trata de un artista "inclasificable" como Aizenberg, la experiencia es aún más movilizadora. Hoy, este recorrido se materializa en la impecable edición "Aizenberg", resultado de una importante investigación realizada por la historiadora del arte Victoria Verlichak. La curaduría es de Silvia Bloise y la edición de la fundación Ceppa.
"Creo que cada uno de nosotros es un instrumento elegido por alguien para algo", dijo alguna vez Roberto Aizenberg, como si un destino poderoso y pre-determinado lo llevara por un camino misterioso y sorprendente. Y leer este libro permite recorrer esa trayectoria, e indagar en la historia de un artista muy respetado y "sumamente fino, un poco anacrónico y siempre muy bien vestido", aclara la autora.
Pero, ¿cómo fue la tarea de reconstrucción de esa vida? Convocada por los nietos de la artista, tras ser recomendada por Ruth Benzacar, Verlichak comenzó un minucioso estudio de trabajo documental y testimonial vivo, que la llevó hasta Federal, en Entre Ríos, pueblo natal del artista, donde conversó con amigos, parientes y vecinos.
Verlichak hizo varios descubrimientos sobre las producciones artísticas de Aizenberg. "Algunas de sus torres tienen que ver con los antiguos postes de alumbrado de su pueblo, Federal", comenta la autora.
También los misteriosos humeantes seres sin cabeza tienen relación con el Golem, la figura del texto de Gustav Meyrink, que parece haberlo influenciado a Aizenberg, al igual que a Borges, personaje con el cual el pintor ha sido comparado.
"Aizenberg es inclasificable -con improntas metafísicas, desarrollos surrealistas, geometrías líricas-, el artista abre puertas y construye fuera del tiempo una obra notable también por lo circular", se lee en el libro. Una y otra vez dibuja y pinta torres, abanicos, bañistas, arlequines, pájaros, maniquíes, geometrías planas y volumétricas o facetadas, ciudades fantasmagóricas, construcciones vacías, monumentos, ventanas y máscaras.
La ciencia y el arte fueron vías de conocimiento importantes para él. Además, no era una persona politizada, pero padeció la dictadura del país y tuvo que refugiarse en Europa. "Sufrió cosas que no se esperaba, como la desaparición de los tres hijos de Matilde, la mujer que fue el amor de su vida y a la que acompañó en el exilio", cuenta Verlichak. "Fue un trabajo apasionante. Sufrí y gocé mucho", concluye la autora. Revelador y conmovedor como el legado de este artista, este libro se aproxima al misterio de su silenciosa existencia. Y "la pintura es un arte silencioso. Pero siempre, en manos de un gran maestro, quiebra su silencio. Todos los silencios", señalaba Griselda Gambaro, amiga del artista en el catálogo de la exposición "Homenaje a Matilde".
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