La iluminación precisa le da una textura de seda y un brillo más que especial a las dos telas de Alfredo Volpi que dan la bienvenida al espectador que llega al segundo piso del MALBA. Poco conocida para el público argentino (y mucho menos para el internacional, sino confirmar con los únicos 9 renglones que le dedica la Wikipedia) la obra de este ítalo brasileño inaugura la temporada 2007 del museo palermitano.
¿Quién era Volpi? Un italiano nacido en la capital de la Toscana Lombarda, Lucca, en 1896 y fallecido a los 92 años en San Pablo, en 1988. Pocos recuerdos habrá tenido de su ciudad natal, pues a los dos años ya estaba radicado en el Brasil. Vino a este continente con sus padres, inmigrantes pobres, y habló portugués con acento toda su vida. Haber nacido entre Florencia y Pisa no fue un dato menor, siglos de tradición artística deben haber impregnado su espíritu a la fuerza. Volpi se inició en el arte no como "artista" sino como pintor decorador de paredes, un oficio que le permitió ganarse el pan. En 1922 la Semana de Arte Moderno en San Pablo conmocionó la escena artística local como nunca antes, Volpi ni se enteró; pero cuatro años después asistió a la conferencia de Filippo Tommaso Marinetti, promotor del futurismo, movimiento que no conmovió demasiado a nuestro artista. Habrá que esperar hasta después de la década del ´40 para encontrarse con un Volpi más prestigioso y comprometido con su pintura. La crítica lo aclamó y sus colegas lo condenaron; ganó el premio al mejor pintor nacional de la segunda Bienal de San Pablo, ex aequo con Emiliano de Cavalcanti. Cándido Portinari lo trataba de tacaño y Cavalcanti decía que era "un gringo que vino a ganar dinero" y se enfurecía con los "banderines" característicos del italiano (Volpi nunca adoptó la nacionalidad del país que le dio todo).
La griffe de Volpi son precisamente sus banderines, ninguna colección de arte contemporáneo latinoamericano que se precie de buena, carece de ellos. La inspiración viene directamente de las fiestas de San Juan celebradas en Brasil con multicoloridos banderines de papel colgados en las calles. Así como Piet Mondrian llegó a la abstracción geométrica desde la visión de la naturaleza (cfr. la serie del árbol), Volpi pintaba fachadas de casas con dichos ornamentos y fue eliminando información figurativa hasta llegar casi a un ícono típico, un chevron encerrado en un rectángulo. El holandés llegó a la síntesis pegado a la teosofía y al misticismo, el ítalo-brasileño por una economía de recursos que lo acercó -sin querer- al movimiento del arte concreto brasileño que -paradójicamente- reconoce parte de sus raíces en el neoplasticismo. Con buen tino, el curador Olívio Tavares de Araújo no insistió en la faceta más conocida de la producción sino en un marco de producción mucho más abarcador; así se pueden ver una serie de Madonas pintadas con el acento de lo popular y muy cercanas al estilo ingenuista de otra gran artista brasileña, Djanira da Motta e Silva (1914-1979). Dentro de este estilo aparece una espléndida Sirena (c. 1960) resuelta con la frescura de un niño y con los infinitos años del arte popular. La muestra viene "enlatada" desde el Museo de Arte Moderno de San Pablo y es un buen índice de la necesaria comunicación entre museos hermanos para conocer la producción histórica de nuestros vecinos. Hasta el 28 de mayo, en Malba, Avda. Figueroa Alcorta 3415.
|
|