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En Trieste, en 1872, en un palacio con estatuas húmedas y obras de salubridad deficientes, un caballero con la cara historiada por una cicatriz africana -el capitán Richard Francis Burton, cónsul inglés- emprendió una famosa traducción del Quitab alif laila ua laila, libro que también los rumíes llaman de las 1001 Noches". |
En Trieste, en 1872, en un palacio con estatuas húmedas y obras de salubridad deficientes, un caballero con la cara historiada por una cicatriz africana -el capitán Richard Francis Burton, cónsul inglés- emprendió una famosa traducción del Quitab alif laila ua laila, libro que también los rumíes llaman de las 1001 Noches". De esta forma comienza Jorge Luis Borges a narrar algo más parecido a la aventura que a la escritura, la traducción. Pasa revista a los traductores y a sus vidas, a sus exageraciones y a las depuraciones que les imponía el pudor en las pasiones del harem. La traducción fue asimismo ejercida por un ruso, Anatole Borisovich Saderman, nacido bajo el dominio del zar y expulsado con la Revolución de 1917. La tarea no fue hecha con las comodidades que le podría haber brindado su familia judía -enriquecida con los beneficios de la industria y el comercio textil-, sino en un pueblo árido de la provincia de Santiago del Estero. Su esposa Nina lo ayudó con algunas tragedias de Alexandr Pushkin. Sin embargo, otra traducción le suministró la fama; no tradujo la palabra, sino el alma de las personas; no usó la pluma sino una cámara fotográfica. Dió sus primeros pasos con la cámara que le regaló el director de una escuela de Montevideo donde el joven Anatole - que ya había pasado por Lituania, Polonia, Alemania y Paraguay- había terminado sus estudios. Nunca hubiera imaginado que al establecerse en Buenos Aires, se convertiría en una de las piedras angulares de la fotografía argentina. Saderman fue un fotógrafo casi centenario (1904 - 1993), hombre culto que -antes de abandonar Europa- había estudiado filología eslava, historia del arte y dibujo. Ante el avance el nazismo, partió con destino a Sudamérica, abrió estudios en Asunción, Formosa y Buenos Aires donde se radicó a principios de la década del treinta. En 1938 expuso sus "Retratos de Plásticos Argentinos" en la Sociedad Estímulo de Bellas Artes, fue socio fundador de la Asociación de Fotógrafos Profesionales, del Foto Club Argentino y del Foto Club Buenos Aires. En 1961 realizó su primera exposición retrospectiva y luego se mudó a Roma donde vivió hasta 1962. En 1974 se radicó en Santiago del Estero y publicó "Retratos y Autorretratos", dedicándose con Nina, su esposa, a traducir los clásicos de la literatura rusa. En "Un decálogo sin mucha importancia (que es muy importante leer)" Saderman argumenta las claves de su estilo: "un retrato hecho sin emoción no es un retrato sino una foto, una en un millón; ama al prójimo y a quien vas a retratar, si no puedes amarlo, ódialo, si te es indiferente, fotografía mejor una botella de alguna bebida gaseosa; estudia las caras de tu prójimo, de ojito, sin cámara: en el colectivo, en el bar, en la calle suceden milagros de expresión e iluminación; para hacer un retrato no te gastes en extravagancias; no busques un estilo "especial", si tienes garra tu estilo cristalizará cuando menos lo pienses". ¿Quiénes posaron frente a su cámara? Centenares, miles, incontables personas, pero se detuvo mucho más tiempo en la casa de artistas, escritores e intelectuales. Desde 1960 se conservan en el Fondo Nacional de las Artes unos trescientos retratos de artistas argentinos, algunos de ellos se pueden ver en la galería Vasari. Hasta el 20 de abril, en Galería Vasari, Esmeralda 135 |