La obra de Mónica Millán es sinónimo de exuberancia. No sólo por los temas que aborda, ligados en gran medida a su Misiones natal, sino principalmente por los medios en los que despliega su imaginerí­a pródiga, que van de los objetos al dibujo, de la cerámica o el bordado a la instalación, con una fluidez admirable.
Como en los últimos años, su trabajo parte de relatos personales, de historias extraí­das del ámbito rural, de sitios donde el tiempo y el espacio parecieran desarrollarse en otras sintoní­as. Entre ellas y las nuestras, las piezas establecen un diálogo de ida y vuelta, al que el espectador no puede sustraerse. Así­, la exposición se transforma en una trama de relaciones. No es casual, entonces, que la artista haya invitado a un grupo de colegas a dialogar con su producción.
La muestra posee una riqueza de recursos notable. Sus dibujos abstraí­dos de fotografí­as, están ahora intervenidos por insertos coloridos. Sus habituales jardines bordados, incorporan en esta ocasión una pluralidad de materiales y texturas. Dos instalaciones evocan los universos del recuerdo y de los sueños. El conjunto retrata a una artista sólida y personal.

Hasta el 16 de diciembre. Galerí­a Zavaleta Lab.