Con la presentación de la obra de Carlos Amorales, el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (MALBA) acerca al público argentino una figura clave del arte mexicano contemporáneo. Un conjunto de collages de papel recortado y una animación construida con tres proyecciones de diapositivas componen esta sucinta pero distintiva muestra del autor, que se focaliza en la producción de los últimos tres años.
La animación The Bad Sleep Well, (Los malos duermen bien) (2003) constituye una bisagra en el trabajo del artista. Su punto de partida fue una indagación del universo urbano mexicano, en la búsqueda de elementos góticos e imágenes infrecuentes sobre la ciudad. Así, como muchos artistas de su generación, Amorales recurrió al entorno social como fuente de inspiración, aunque el tratamiento formal que siguió a la investigación lo alejó de sus colegas.
Efectivamente, en lugar de inclinarse por la provocación o los estereotipos de la violencia, Amorales prefirió erigir un universo poético, a medio camino entre el registro fotográfico y el diseño gráfico. Desde entonces, el artista construye lo que denomina un "archivo líquido", conformado por imágenes de las más variadas procedencias: personales, sociales, públicas, extraídas de Internet, etc.
Esas imágenes son manipuladas digitalmente y clasificadas para su uso posterior. La maleabilidad del formato digital le permite utilizarlas en distintas maneras y contextos, aplicando cambios de escalas, superposiciones, repeticiones, fusiones. Conforman un tesoro iconográfico en potencia, infinitamente configurable y siempre disponible.
Los collages presentados en la presente muestra surgen de ese archivo inacabado. Son, en su mayoría, el resultado de superposiciones realizadas con una laboriosa técnica de composición a partir de papel recortado en diferentes capas.
Las piezas exhiben un grado de perfección formal admirable. Resultado de una labor obsesiva, ponen en evidencia la inmensa planificación que se oculta detrás de cada figura.
A primera vista, sugieren simplicidad, principalmente por el recurso a una escala cromática reducida, que en muchos casos se limita al negro y al blanco. Sin embargo, vistos con detenimiento y en proximidad, los trabajos ponen en evidencia la precisión de los recortes, la inmutabilidad de las líneas, la solapada superposición de capas que conforma el sustrato de las imágenes exhibidas. La suavidad de algunas superficies curvas contrasta rápidamente con el nerviosismo del entramado vectorial, el método preferido por el artista para el tratamiento digital de sus figuras.
Por otra parte, las piezas casi nunca son autónomas, sino que están organizadas por series. Se establece de esta forma un esbozo de narratividad, que las conecta con la animación con la que entablan un diálogo secreto. Como la animación también, oscilan entre la hechura artesanal y la frialdad de un diseño preciso, casi impersonal. En esta relación dialógica se cifra uno de los puntos fuertes de la exposición. Aun cuando sabemos que lo expuesto es sólo una parte ínfima de la producción del artista, quizás ni siquiera la más representativa, la organicidad que atraviesa el conjunto ofrece una mirada comprensiva a la labor de uno de los artistas mexicanos más originales de los últimos años. Hasta el 27 de noviembre, en el MALBA, Figueroa Alcorta 3415
|
|