Buenos Aires corre y quienes la vivimos corremos también. Su vorágine nos empuja y nos acelera aún más.
Preocupaciones, ocupaciones y compromisos nos impiden detenernos a observar. Una invitación a aquietar la marcha para realmente ver, con la mente y el corazón, es lo que parecen "indicar" cada una de las obras de María Juana Heras Velasco (1924), escultora santafesina alineada a la abstracción geométrica desde 1958. Y esto es lo que ocurre cuando nos enfrentamos a sus formas simples, planas y netas: actúan como señales y, si nos detenemos y observamos, finalmente veremos.
Su obra es portadora de significado; una realidad concreta cuya función es darnos a conocer otra, integrada por líneas dinámicas que atraviesan el espacio en distintas direcciones, formas planas de colores puros dominadas por fuerzas ascendentes y descendentes; caminos infinitos y equilibrios sutiles. Líneas que generan espacios; espacios que nos hablan de vacíos. El vacío que es hoy su gran obsesión; el vacío como manifestación de la ausencia. Un vacío que deja su huella.
Mientras aviva su memoria renacen los recuerdos. "Comencé a dibujar en el Alto Paraná, donde mi padre tenía un establecimiento yerbatero, apenas guiada por una monja del colegio. Recién en el 47 conocí a Lucio Fontana y a Emilio Pettoruti en la Escuela Libre de Artes Plásticas Altamira, ellos me enseñaron a ver, siempre desde la práctica", comenta, a la vez que confiesa que Pettoruti aprendió a dibujar. "Era respetuoso, intransigente y estricto. Durante dos años trabajé con el punto de fuga. No nos permitía el uso de goma: si estaba mal, rompíamos el papel y volvíamos a empezar", rememora nostálgica. Heras recuerda la risa de su maestro cuando insistía en que la dificultad es buena. También con él aprendió el color. Sobre una mesa blanca colocaba una botella blanca, una manzana de yeso y un cubo también blanco y así durante una semana los hacía pintar una infinita gama de blancos. A Fontana lo recuerda extremadamente correcto y aún lo escucha llamándola "Signorina..." y alentándola a conservar su innato sentido del volumen. "Pronto comencé a tratar de aligerar la materia y en esta búsqueda por desmaterializar el volumen empecé a trabajar con la chapa de hierro. Aprendí a observar que una vertical se relaciona con otra forma y genera un vacío. Hoy soy sólo una chapista que habla del vacío", concluye.
Su primera muestra en el 59 en la Galería Van Riel fue el inicio de una importante sucesión de exposiciones en galerías y museos. Obtuvo numerosos premios nacionales e internacionales. No exponía individualmente desde 1985 en la Fundación San Telmo. En los últimos años, su trabajo se fue aquietando dedicada a acompañar a su marido. La actual muestra en el nuevo espacio de arte de la calle Carlos Pellegrini al 1200, curada por María Teresa Constantín y Diana Wechler, es una breve antológica que reúne piezas realizadas en hierro policromado, relieves en madera, una maravillosa escultura en acrílico y una serie de bocetos en los que está trabajando. "Una muestra tiene que ser una unidad, estoy muy contenta con la selección que hicieron las curadoras y sobre todo estoy feliz porque, gracias a ésta, ahora nuevamente estoy trabajando". "Empatía" es el nombre de este nuevo espacio de arte y esto no es casual, tiene que ver con la pasión y la identificación de sentimientos, y es que para su director, Marcial Sarrías, arquitecto con 25 años de profesión este espacio es un sueño y su pasión. Tampoco es casual que en la primera muestra haya invitado a María Juana Heras Velasco, una artista que aprendió a ver y a dejar su huella en el vacío. Hasta el 28 de octubre Empatía Espacio de arte Carlos Pellegrini 1255
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