Desde sus contundentes esculturas, Juan Carlos Distéfano (Provincia de Buenos Aires, 1933) expresa sus percepciones e ideas acerca de la violencia en la sociedad argentina. La impresionante muestra, que ocupa los dos espacios de la galería Ruth Benzacar, no se digiere ni se olvida con facilidad, sacude. Es probable que el espectador se quede durante varios días pensando acerca de su experiencia frente a estas revulsivas piezas. Es que, más allá de la coyuntura política y social a la que ciertamente aluden, estas esculturas tienen la virtud de conmover y hacer florecer impensados sentimientos que remiten a situaciones nada evidentes.
"Yo no elijo la imagen, la imagen me elige a mí... Siempre se impone" dijo a Arte al Día el artista, que parece ocuparse, una vez más, del dolor y del poder, de los oprimidos y de los opresores. Si en el espacio de la entrada se despliegan tanto figuras de asesinos como de sacrificados, en las esculturas del segundo subsuelo dedicadas a la infancia truncada resulta difícil distinguir entre víctimas y victimarios: todos parecen ser víctimas, aún los que cometen actos horribles.
Lejos de la complacencia y el ornamento, el conjunto de esculturas emplazada en el primer espacio, junto a algunos dibujos preparatorios, se centra en torno al abuso de poder -de los dictadores, los medios, de la iglesia- que produjo las grandes tragedias de la humanidad. La figura de "La portadora de la palabra" es una muda presencia de mujer que abraza una copia de la Suma Teológica de Tomás de Aquino y lleva incrustados en su cuerpo recortes de prensa, como marcas imborrables, que narran conocidas masacres, mientras sus pies se convierten en botas, o viceversa, a lo Magritte ("Le Modí¨le Rouge").
"Por gracia recibida", una escultura en pequeño de su propuesta aún no concretada (y no por responsabilidad del artista) para el Parque de la Memoria, en la Costanera Norte, inicia la serie dedicada a la desaparición forzada de personas durante la última dictadura militar. Prepotentes, las cinco figuras de "Los iluminados" que representan a las fuerzas de "seguridad" del país (hay colores que las señalan), junto a una pintada de negro (¿un religioso?), cumplen con el popular dicho "a Dios rogando y con el mazo dando", ya que aparecen en actitud de recogimiento mientras miran para otro lado y no se hacen cargo de sus atrocidades.
Las nueve esculturas de "Kinderspelen", emplazadas en el espacio del segundo subsuelo, cortan la respiración. Homenaje a Pieter Brueghel (1525?-1569), en quien Distéfano de inspiró para su trágico "Juego de niños" (dichoso cuadro homónimo del maestro flamenco), y Eliana Molinelli (1943-2004), escultora mendocina que realizaba piezas con armas trocadas por alimentos, "Kinderspelen" resulta familiar. No hay que ir demasiado lejos para encontrar las escenas de violación, combate y drogadicción que describen las esculturas; estas acciones se repiten en las calles, plazas y estaciones de trenes de la ciudad. Ángeles caídos, los chicos/adolescentes aparecen con armas de fuego embutidas (provenientes del plan de desarme de la provincia de Buenos Aires) en sus regordetas figuras de mirada espantada, perdida, feroz. Son seres que saben que no tienen nada que perder, que se lastiman entre sí y acechan al resto.
Sensuales al tacto, las piezas, "amalgama de pintura y escultura", están realizadas con resina poliéster reforzada con lana de vidrio. Su impecable factura las hace brillar, mientras que las transparencias descubren desamparos y herramientas de destrucción, y las sombras se alzan en toda su magnitud. La muestra cuenta con un texto de presentación de Adriana Lauría y diseño de montaje de Gustavo Vázquez Ocampo. Hasta el 9 de septiembre en Ruth Benzacar Galería de Arte, Florida 1000.
|
|