Una exposición que nos arroja de lleno al fantástico universo sensorial y plástico de Jesús Rafael Soto, maestro del arte venezolano del siglo XX, considerado el precursor del arte cinético en los años cincuenta.
Visualizar el movimiento, plasmarlo, hacerlo parte de su obra fue, desde muy temprano, el sueño de Jesús Rafael Soto (1923-2005). Un sueño que lo acompañó a lo largo de todas sus investigaciones plásticas; un sueño que comenzó a materializarse con La cajita de Villanueva -la primera construcción- allá por el año '55, un camino que continuó con una de sus últimas series de Formas Virtuales, serie a la que pertenece Sphí¨re Concorde, obra central de la extraordinaria muestra presentada en la Fundación Proa.
Soto fue un investigador; sus esculturas y construcciones no son otra cosa que un encadenamiento de ejercicios intelectuales que buscan introducir el movimiento -fuerza que se desplaza en el espacio-, convertirlo en un elemento espacial y sensible y hacerlo parte de su obra.
En su búsqueda por hacer visible el movimiento, utilizó todos los recursos posibles: la línea, la luz, la forma, el color y el espacio. Para ello se valió de elementos como tanzas, alambres, varillas e incluso el espectador, pues para Soto, el espectador se convierte en parte esencial de la obra.
Jesús Rafael Soto nace en Ciudad Bolívar, donde recibe una instrucción artística bastante elemental y, una vez graduado, dirige la Escuela de Artes Plásticas de Maracaibo. Decidido a ser testigo y actor en el lugar en que convergían las grandes ideas, viaja a París. Estudia primero la obra de Mondrian y luego de haber intentado dinamizar aquellas severas estructuras con nuevos ritmos lineales, investiga con el cuadrado -única forma creada por el hombre ya que no existe en la naturaleza-. Inicia así un camino hacia la abstracción total, que continúa con las repeticiones de las formas anónimas, como él las llamaba y que se convirtió en la fórmula más frecuente de la que se sirvió Soto para expresar lo cinético: la vibración, la vibración misma del ser humano.
Sus primeras cajas son verdaderas piezas escultóricas en las que incluye el aire-espacio como un elemento más en el interior de la obra. Con la ayuda de planos de plexiglás, con tramas de líneas y formas geométricas, logra un movimiento virtual al superponerlos a determinada distancia, cuando el ojo del espectador se desplaza.
Mas tarde, con el color logra generar espacios ilusorios a través del contraste entre unidades monocromáticas logrando que algunos elementos se adelanten y otros retrocedan. A la manera de Calder, quien revoluciona la idea de lo estático de la escultura, invade este espacio con formas móviles que flotan en el aire y vibran en relación a la trama de fondo.
Luego vendrían sus series Formas Virtuales. Comenzó a multiplicar el número de varillas suspendidas de hilos de nylon cubriendo el espacio físico y, al mismo tiempo, poniendo en evidencia su densidad y disolviéndolos mediante efectos lumínicos, logrando fascinantes volúmenes suspendidos en el aire. El paso siguiente fue hacer penetrar su obra por el propio espectador logrando estimular no sólo su sentido de la vista, sino el táctil y el auditivo. Su Penetrable azul, monumental obra creada en 1999, nos invita desde la puerta de Proa a navegar el fascinante mundo del artista. Jesús Rafael Soto representa el fiel reflejo de una actitud del hombre contemporáneo frente al concepto de lo que significa la libertad de expresarse sin limitación alguna. Visión en movimiento, muestra que reúne una selección de 27 obras, fue organizada por el Museo Tamayo Arte Contemporáneo, con la curaduría de Tatiana Cuevas y Paola Santoscoy por México y la coordinación de Cecilia Rabosi en Buenos Aires. Hasta el 3 de septiembre en Fundación Proa, Av. Pedro de Mendoza 1929, La Boca (Caminito).
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