La ciencia, en su búsqueda ordenadora del caos, indaga sobre el principio de causa y efecto. Las matemáticas indagan el espacio y el tiempo, intentando así poner orden en el confuso fluir de la conciencia. La historia trata sobre las motivaciones, sobre las motivaciones de las motivaciones y así, ad infinitum.
El arte no "trata", no indaga, no forma conceptos que sean fruto de la abstracción, del mecanismo de concepción (parición de la conciencia). Es pura idea. Como tal, es una epifanía de lo absoluto, un destello del alma (el único que conocemos según Schopenhauer y Nieztsche). Cuando todo esta por desplegarse y todas las posibilidades están en ciernes, vibra en el corazón la potencia del alma. La juventud de la cultura permite ese lujo de no pensar en la muerte: nada hay para resguardar, porque todo es futuro y porque en el futuro, están todas las posibilidades. La creación aparece como un cuerno de abundancia infinita, inagotable. El alma puja por mostrarse y por mostrar su identidad, sus angustias, sus acechanzas, sus metas. La naturaleza, los encantamientos, el sexo, la conciencia, los peligros, el universo, la muerte, Dios, no Dios.
Inexorablemente llega el ocaso de la cultura. Ya casi no hay destellos del alma. Es "el fin de la raza", el escepticismo ilustrado, la "café society". Todas las posibilidades se han cumplido, algunas porque han sido, y otras porque no serán jamás. Nada queda por desplegarse: todo lo que era ya existe o no existirá nunca más. Cerca de la muerte ya casi no hay preguntas. Las inquisiciones pertenecen a los albores. Al final se saben todas las respuestas.
Este es el ciclo de la cultura y el del hombre. Nacer y morir. Y volver a nacer. Hoy, agotadas las posibilidades del espíritu, el arte es presa fácil de los intelectuales. El arte dirigido por una nomenclatura, que puede ser la Contrarreforma y la Propaganda Fides, la Academia de Le Brun, el Materialismo Dialéctico o los actuales formadores de opinión-mercado, es siempre puro lenguaje, pura forma. No lleva ninguna ilusión consigo, porque es fruto de la des-ilusión. Todo contenido es excluido, porque en el culto académico esa posibilidad ya ha sido cumplida y forma parte de la Historia. El arte dirigido por intelectuales, sabe que no forma parte de la historia. Esta certeza proviene de ser únicamente vehículo, lenguaje, mero esqueleto. Y por ello niega el contenido, como posibilidad de su existencia, excluyendo a los que se apartan del canon.
El arte ha quedado maniatado por juegos de entretenimiento y de mercado, remedando una falsa rebeldía que ya tiene cien años de historia. Toda interpretación del arte implica censura. Los "legitimadores" dictan lo que está bien y lo que está mal (dura lex sed lex). La antiquísima intención de dirigir el arte, que existió en todas las épocas, anida en la necesidad de conceptualizar, de "geometrizar", de detener el flujo irrefrenable de la conciencia y paralizarlo.
En cada legitimador hay un eléata que quiere jugar a que todo esté inmóvil para comprenderlo, para dominarlo, olvidando que el estado de reposo sólo es posible como una mera ilusión de la conciencia. Asistimos hoy a un nuevo embate de los intelectuales que pretenden mantener acorralado el arte en una foto de hace cien años: el mingitorio de Duchamp. Este cerco seguramente estallará en poco tiempo. Es el sino de la historia. ¿Y mientras tanto? En el crepúsculo es poco lo que se ve. Las formas se ocultan por la falta de luz. Esta dificultad permite que los artistas puedan subvertir el orden académico. Escondidos en la bruma del final, pueden dar a luz verdaderas obras de arte al amparo de la censura de los intelectuales. Es cierto que el arte nacido en libertad tiene el encanto de la primavera. Pero solamente el que nace bajo cautiverio puede rozar la terribilitá de Miguel Angel y generar un nuevo amanecer. Afortunadamente, no hay noches eternas.
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