En el año 1993, la editorial fotográfica La Azotea dedicó un libro a la producción de un joven pero ya reconocido fotógrafo: Marcos López. La publicación estaba compuesta exclusivamente por retratos, en una cuidadísima edición en blanco y negro, con un cuerpo de obras suficiente como para comprender en toda su dimensión la propuesta estética del fotógrafo santafecino.
Las imágenes distaban un poco de las que hoy caracterizan la producción de Marcos López. Eran, en general, retratos intimistas, serenos, en muchas ocasiones autobiográficos, concentrados en las expresiones y en lo que en ellas se vislumbra sobre el personaje retratado. Piezas de intensa profundidad, donde cada mirada se transforma en un punto de atención tan poderoso que cuesta despegar la vista de los rostros que la interpelan con insistencia.
Hoy, las fotografías más reconocibles del autor están plagadas de color, absurdo e ironía. Durante los años noventa, López recurrió al cromatismo exacerbado, retocado manual o digitalmente, para aludir a la artificialidad de la realidad social de aquellos años. La imaginería kitsch y los clichés -en particular, aquellos de connotaciones nacionalistas- fueron igualmente parte de su lenguaje expresivo y crítico, lugares donde muchas veces se articulaban puntos de tensión que contrarrestaban el aspecto publicitario de las imágenes. Si sus primeros retratos fueron ante todo intimistas, estos son pura extroversión, exterioridad, superficie. El retrato y las poses siguen siendo fundamentales, pero el contexto no es menos elocuente en la construcción de su mirada crítica.
Sin embargo, es inexacto plantear una comparación en estos términos. No existe, en realidad, un quiebre entre ambas producciones, sino más bien una continuidad conciente y estudiada, que sólo aparece cuando existe la oportunidad de acceder a los trabajos en conjunto. Y este es uno de los objetivos principales de la exposición Hoy no es Ayer que se presenta en el Museo Nacional de Bellas Artes, y que coincide con la reedición del libro de fotografías publicado hace ya trece años.
Como sostiene Sara Facio, editora del libro y curadora de la muestra, "su temperamento está alejado de toda premura, de lo instantáneo. Está acostumbrado a meditar, a elaborar. Se toma su tiempo. Hace las fotos una a una. Construye la imagen mucho antes de la toma, la produce como si fuera un proyecto publicitario o cinematográfico. Todo está concebido a priori. La caza, lo instantáneo, la sorpresa, no entran en sus planes".
Estas palabras, escritas en 1993, son tan válidas hoy como entonces. Hay una retórica de la pose y un control obsesivo en el resultado final que puede rastrearse desde aquellos retratos en blanco y negro hasta la producción actual, y muy especialmente, en las fotografías recientes que citan escenas famosas de la historia de la pintura y la fotografía. López no es un fotógrafo: es un maestro de la fotografía. Y esa maestría, que involucra tanto un conocimiento profundo del oficio como la construcción de una mirada singular y reconocible, lo posiciona como uno de los grandes artistas de la fotografía de nuestro país. La muestra en el Museo Nacional de Bellas Artes es sin dudas un acontecimiento merecido. Pero no sólo lo es para el artista. También, y fundamentalmente, lo es para el espectador. Desde el 22 de junio hasta el 30 de julio en el MNBA, Av. del Libertador 1473.
|
|