La Bienal de La Habana busca su espacio. Hace algunos años lo tuvo claramente; nació y se desarrolló como la gran exposición internacional de arte contemporáneo de la periferia, o más precisamente del Tercer Mundo, y desde ese lugar cuestionó el lugar de la Documenta de Kassel y las bienales de Venecia y de San Pablo. Pero en estos 22 años de vida muchas cosas cambiaron y ya Cuba no es mirada con la misma expectativa. Este detalle no es menor, la Bienal depende del apoyo de artistas, entidades y gobiernos extranjeros, y en esta ocasión sufrió el retaceo de algunos patrocinios. Pero no menos cierto es que la crisis proviene también de un problema de definición: el arte requiere de riesgo, y no se trata sólo de cuestionar las políticas del Gran Hermano.
Tal vez por la lógica del bajo costo, la fotografía fue la gran vedette de esta Bienal que presentó obras de más de cien artistas de unos cincuenta países en casi veinte espacios de la ciudad. Esta IX edición fue convocada bajo el título "Dinámicas de la cultura urbana" en una abierta apuesta a preguntarse acerca de una de las problemáticas clave de la actualidad, ya que en la ciudad se desarrollan en forma acentuada conflictos sociales de todo tipo, y es el lugar más permeable a los avances tecnológicos y a los planteos de la globalización.
Los grandes "nombres" fueron pocos. Estuvieron, entre otros, el norteamericano Spencer Tunick, famoso por sus retratos colectivos de desnudos, que en este caso sólo mostró imágenes; el cineasta español Carlos Saura con una muestra de fotografías intervenidas; el arquitecto francés Jean Nouvel a través de los proyectos de sus obras y un clásico contemporáneo: la iraní Shirin Neshat, quien se propuso revelar el sufrimiento de una prostituta en el mundo islámico.
El envío argentino fue uno de los más numerosos y se pudo concretar por el gran apoyo de la Cancillería, que financió todos los gastos. La selección de los curadores cubanos fue diversa. Dolores Cáceres presentó la instalación "Dolores de Argentina" con la que invita a recorrer hechos personales y tragedias sociales que marcaron su vida, y el proyecto Cartele, del grupo integrado por Gastón Silberman, Machi Mendieta y Esteban Seimandi, invitó al público a sorprenderse y divertirse con las fotos que relevan cientos de curiosos graffiti, avisos y afiches de la vía pública.
Rosalía Maguid mostró una serie de fotografías sobre barrios "chinos" de Argentina y Brasil; Andrea Juan, un video donde un personaje desarrolla un recorrido por la ciudad en una burbuja y Laura Messing, un conjunto de obras sobre "la construcción social del espacio".
En el recorrido urbano se expuso un mural sobre un gentío en escala real pintado por Mariano Molina, mientras que Pablo Siquier dibujó con carbonilla sobre la pared sus laberintos, mezclas de paisajes y construcciones. Elisa Strada también eligió una instalación para mostrar sus registros de garajes obtenidos a través de paneos fotográficos, mientras que Ingrid Sinzinger y Federico González siguieron en La Habana tomando marcas en el pavimento de los espacios públicos para llevarlas impresas a la tela. Un rescate de la historia que se expande por los pisos. La diseñadora Andrea Saltzman fue invitada a realizar un taller de vestuario. Consciente de la falta de industria en Cuba, trabajó con el reciclaje, apostando a dar respuesta a la necesidad y la satisfacción cotidianas.
|
|