Como todos los años, arteBA, la Feria de Arte de Buenos Aires, recibirá una multitud de visitantes. Entre ellos hay artistas, críticos, galeristas, coleccionistas y espectadores relacionados en mayor o menor medida con el arte contemporáneo. Pero abunda otro público, menos adicto al arte de estos días, que pasea por los stands como si estuviera en una feria de atracciones o de rarezas.
Entre estos, algunos que se consideran "conocedores", amantes de la pintura, asiduos concurrentes a exposiciones, quizá coleccionistas, suelen preguntarse con algún dejo de sorna: ¿esto es arte contemporáneo? Es evidente que los domina un prejuicio: las obras de arte para ellos son objetos sublimes y no debería exhibirse algo tan bajo y plebeyo como lo que se denomina "arte contemporáneo".
La frustración de estos espectadores frente a las obras (por lo general escasamente "nuevas") se debe, en principio, a que suponen que el arte es un fenómeno cuya inteligibilidad está dada sólo por sus "elementos formales". Quizá admiran la pintura que, gracias a la habilidad de los pintores, presenta las cosas "como si fueran reales". Los bodegones, los desnudos, los paisajes, realizados "a la manera" de la academia simplificada, incluso cierta abstracción más o menos decorativa, pueden complacer a quienes ven el arte como algo desvinculado de sus orígenes históricos y de las intenciones de los artistas.
El arte contemporáneo (algunos lo denominan posmoderno) posee una característica generalizada: es el producto de una sociedad en la que predomina un individualismo cruel, desconocido hasta estas últimas décadas. Hoy no existen tendencias ni corrientes, como las que permitían ordenar los fenómenos artísticos décadas atrás.
Por otra parte, uno de los temas que suele indignar a muchos espectadores es la afirmación, reiterada por teóricos de muy diversa orientación, de que el arte contemporáneo no puede ser comprendido por gran parte de la sociedad. En definitiva, se trata de una disciplina especializada cuyo destinatario es apenas un pequeño sector del mundo de la cultura.
Existe otra pregunta, además de la infaltable ¿esto es arte? El indignado espectador suele indagar: ¿cuándo se considera que una obra contemporánea es de calidad? La solución se encuentra en las teorías de varios estetas contemporáneos: el francés Yves Michaud y los norteamericanos Nelson Goodman, Arthur Danto y George Dickie.
Según estos autores, no hay objetividad en el mundo del arte. Sin embargo, el sistema funciona de cierta manera: se acepta el valor de las obras cuando lo indica el consenso de las instituciones especializadas (museos de importancia, galerías de prestigio, las principales bienales internacionales, la Documenta de Kassel, críticos e historiadores). Según parece, esta es la única posibilidad de tener alguna medida. La opción tiene un problema: no es infalible. Esta descripción se aproxima a la formulada por George Dickie, quien en su libro "Arte y estética, un análisis institucional", afirmaba que "una obra de arte es arte a causa de la posición que ocupa dentro de una práctica cultural". Por su parte, Arthur Danto, en "La transfiguración del lugar común", agregaba otra referencia: más que preguntarse si una banal caja de estropajos o una lata de sopa pueden considerarse obras de arte, es necesario saber que éstas son "maneras de mirar el mundo".
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