Un señor salta un charco y por poco no llega a la orilla. El pie se congela justo en el instante previo en que el agua va a recibir el estampido de su peso. La figura del hombre parece la de un bailarín que se duplica en un espejo de agua a punto de estallar en mil gotas. Esta es la menuda descripción verbal de una gran obra del mayor fotógrafo del siglo XX, Henri Cartier-Bresson. Este francés, fallecido a los 96 años en 2004, había dicho: "Fotografiar es reconocer un suceso y, en ese mismo instante y en una fracción de segundo, organizar las formas que uno ve para expresar y dar sentido a ese suceso. Es cuestión de poner el cerebro, el ojo y el corazón en el mismo punto de mira". Esta estética es la que siguieron hombres como Robert Doisneau (el autor de aquel famoso -y falso- beso apasionado de una pareja en la Place de l'Hotel de Ville, un destello de amor en la agitada París de posguerra), pero que sobre todas las cosas fascinó y sigue fascinando a los reporteros gráficos. Y por la difusión mediática alcanzada también formó el gusto de millones de lectores. En el otro extremo estético se colocó el alemán August Sander. En 1910 Sander comenzó un ambicioso programa que consistía en un atlas de tipos humanos alemanes que abarcara todas las clases sociales. Su proyecto se llamaba Hombre en el Siglo Veinte y no buscaba registrar la personalidad individual, sino a los representantes típicos de diversas profesiones, oficio o negocios, como así también a los integrantes de grupos políticos y sociales. Estaba muy alejado de la delicia y la gracia de una situación encontrada, y más cerca de un trabajo de investigación con las condiciones del motivo fotografiado bien controladas. En un estudio serio, nada se puede dejar al azar. Sander estaba inaugurando una estética que daría en llamarse documentalista u objetiva, revitalizada por la llamada Escuela de Düsseldorf desde los años sesenta hasta nuestros días.
Básicamente entre estas dos columnas estéticas, la del "instante decisivo" y la documentación pretendidamente científica, se ha movido la fotografía del siglo XX. Claro que en el medio hay una infinidad de variantes y subvariantes, como la fotografía pictorialista, la abstracta, la de diseño; y otros tantos paradigmas clasificatorios como el blanco y negro o color, o los géneros heredados de la pintura: paisaje natural o urbano, retrato de aparato o espontáneo, individual o grupal, naturaleza muerta, desnudos, etcétera. De haber sido la sirvienta de las bellas artes -por su carácter funcional como documento de lo real- hoy en día la fotografía ha pasado a ser la invitada de honor de todo festín artístico. En bienales y ferias internacionales se pueden contemplar fotos de grandes dimensiones (como las grandes telas en la pintura) y los fotógrafos alcanzan el mismo reconocimiento que sus pares pintores o escultores. Poco a poco la fotografía le fue arrebatando el sitial de honor a la última de las expresiones contemporáneas, la instalación. La fotografía se ha convertido en una expresión bien experimental, pero con la ventaja de poder ser comercializada sin las dificultades de la instalación y con la costumbre heredada de la pintura, de poder "colgar" algo en la pared. Los felices poseedores de una foto de Marcos López, Alessandra Sanguinetti o Martín Weber (entre otros talentosos fotógrafos locales) se pueden ufanar de estar a la avant-garde del arte de hoy. El productor fotográfico suele tener dos orígenes; puede provenir de las artes plásticas o del campo específico de la foto; entre los primeros podemos citar las obras de Oscar Bony, Juan Doffo o Matilde Marín. Afortunadamente en nuestro país son muchos los lugares destinados a exponer fotografía, pero son pocas las galerías que se animan a comercializar el producto y muchas menos las especializadas sólo en foto. El sistema de venta de una foto es similar al de un grabado, cada copia debe estar numerada, certificada y firmada por el autor, y el número de identificación debe estar seguido de una barra con otro número que indique la cantidad de copias de esa edición. En general se prefieren los número impares (tres, cinco o siete) y el precio de una foto varia según la cantidad de copias; cuanto menor sea el número, mayor es su valor. El otro factor constitutivo del valor está dado por la trayectoria y el reconocimiento del artista. A veces la proyección internacional supone un inconveniente para el mercado local ya que los precios son substancialmente inferiores a los internacionales. La conservación de la copia fotográfica es cada vez más fácil, ya que se ha extendido el uso de soportes no nocivos para el sensible papel fotográfico. Así como pintar un cuadro no implica ser artista, sacar una foto tampoco garantiza el ingreso a un museo o galería de arte. Hoy los artistas disponen de un sinnúmero de posibilidades técnicas para poder expresar los temas fundamentales que han preocupado al hombre desde siempre, y la fotografía parece llevar varios cuerpos de ventaja en la preferencia de la mayoría.
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