News Argentina

miércoles 16 de julio, 2008
SANTIAGO GARCÍA SÁENZ
Creencia y memoria
por Rosa María Ravera
SANTIAGO GARCÍA SÁENZ

A Santiago Garcí­a Sáenz nunca le interesó estar "aggiornato". Hizo lo suyo. A todas luces, siempre pintó arte religioso, ya con las ambigüedades inevitables que esos términos arrastran. Y que en su caso particular respondí­an a caracterí­sticas singulares.
Santiago Garcí­a Sáenz se pintaba empuñando el pincel y la cruz. Se veí­a como artista, en definición autoral. Era la asunción de su autocomprensión como pintor, como caballero. Con presente y pasado, con familia, con recuerdos. Con memoria.
La transformación de las significaciones que sus telas despliegan, rememora, en efecto, las impresiones de la primera infancia. Quedaron fijadas, e inspiraron toda una serie de estampas en las que se vivencia, nuevamente, la originareidad lejana, la aparición de una imagen sobrenatural que se superpone a la siempre trabajosa elaboración, plena de temores, de temblores, de la constitución del yo. La constitución de una subjetividad que se representaba a sí­ misma y al objeto de sus percepciones, de su imaginación. Este doble registro existí­a siempre. El arte, ya se sabe, es una de las mayores mediaciones por las cuales el artista logra hablar de sí­ mismo. El racconto sacro del pintor es "su" racconto.
En el ir y venir de las realizaciones el objetivo perseguido consciente, obsesivamente, adquiere relevancia indiscutible. Lo apreciamos en numerosas telas. Implica un tránsito, un recorrido que orienta la mirada y la lleva a admirar el nacimiento del sentido: el alumbramiento del infante sagrado. La travesí­a relata el encuentro con el otro, es el camino hacia sí­ mismo que en absoluta necesidad de alteridad suprimió de golpe todas las mediaciones, para ir directamente al Otro.
Ese recorrido esencial, donde los dos niveles de la representación quedaron pegados, siempre fue el eje de las propuestas de Santiago. Y fue la base de una variedad de visiones directa o indirectamente conexas. El territorio invisible se instalaba en lo visible no sin dejar de traslucir la intensidad de sus conflictos.
Con un denominador común, apelación a la interioridad, como permanente trabajo en torno a la conflictualidad de la vida y del arte, sin olvidar las angustias de todo tránsito. Sobre todo, necesidad de persistir en la creencia. Esta se instaló en el alma muy pronto.
Hoy despedimos con cariño a Santiago Garcí­a Sáenz, pero su obra queda. Su alma nos acompaña.

 

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