Nota publicada online
La actual muestra, curada por Marcelo Pacheco, María Amalia García y Javier Villa, hace un recorrido por la compleja producción de Alberto Greco, un artista que desestabilizó la escena del arte argentino de las décadas del 50 y 60, y que se constituyó como un artista clave del paso del arte moderno al arte contemporáneo en la escena internacional.
Alberto Greco (Buenos Aires, 1931 – Barcelona, 1965) es, sin lugar a dudas, un artista inaugural de la escena contemporánea y esto es lo primero que comprendemos al recorrer la muestra en Museo de Arte Moderno, en San Telmo.
La exposición, organizada en núcleos temáticos implica una experiencia física sorprendente , ya que el diseño de montaje a cargo de Daniela Thomas, Felipe Tassara e Iván Rösler, propone recorrerla a través un espacio sin paredes donde se entrecruzan los ejes conceptuales de la obra de Greco estratégicamente señalizada. Textos -bilingües- ploteados en el piso remiten a interesantes anécdotas en cada una de las “estaciones”.
Una gran fotografía de Alberto Greco, haciendo un señalamiento de sus “vivos ditos”, recibe al visitante y lo invita a iniciar este viaje imaginario por la producción de este artista revolucionario que en sólo una década rompió todos los límites -de la pintura y los sociales- convirtiéndose en una figura clave del arte contemporáneo.
Para Greco, “el arte vivo es la aventura de lo real. El artista enseñará a ver no con el cuadro sino con el dedo.” Y para ello se valió de múltiples recursos y ficciones: textos, pinturas teatro y performances, ubicándose él mismo como su primera obra de arte vivo y como la última al escribir la palabra “FIN” en su mano antes de su propio suicidio performático en octubre de 1965.
Otra de las características de la muestra es que muchos de los documentos recopilados a lo largo de la investigación, se convirtieron en “documentos vivos” ya que los propios curadores invitaron a otros artistas a realizar con ellos obra para acercarnos la vivencia. Así es como muchos de sus “Besos Brujos” -destinados a Claudio Badal, un viejo amor y con el que pasó su último verano en Ibiza-, pueden leerse en una gran pantalla. Y, la acción que realizó en la galería Bonnino, en 1964 puede ser revivida en otra gran pantalla donde se escucha a Palito Ortega cantar “Viva la Vida”.
La segunda sala impacta por su montaje; las pinturas informalistas de Alberto Greco, dispuestas en círculo reciben misteriosas, al espectador. Despierta raras emociones ubicarse dentro del círculo ritual de sus pinturas negras. “Hace dos meses, murió Alberto Greco. Quienes fuimos y somos sus amigos y admiradores, le tributamos esta tarde el primero de sus homenajes póstumos. Lo hacemos rodeados por sus cuadros negros. ¿Pensó el mientras los creaba que alguna vez le servirían como enlutados tapices?” Estas fueron las palabras de Manuel Mujica Láinez leídas en la Galería Pizarro en diciembre de 1965 y que pueden leerse en el piso.
La tercer sala, ubicada en el primer piso del museo, invita a un recorrido espacial por Piedralaves, una aldea rural en Ávila, España, que él mismo bautizó como la capital internacional del Grequismo, y en la que construyó su obra a partir de la creación de redes comunitarias; Piedralaves y cada uno de sus habitantes se convirtió en obra. Estas fotografías, bastante conocidas toman una nueva dimensión y su espectacularidad, dada por formatos inmensos y proyectadas en la sala oscura, hace que el visitante “habite” el espacio.
Una impactante y monumental muestra en la que la propuesta es hacer partícipe al espectador de esta particular manera de vivir el arte que tuvo Alberto Greco. ¡Imperdible!
Desde Arte Online acompañamos con un recorrido visual pero insistimos: ¡Vayan al Moderno; es una muestra para ser vivida!
Las primeras vinculaciones artísticas de Greco están ligadas al ámbito literario y a figuras como Sara Reboul, Ernesto Schoo, Juan Rodolfo Wilcock y María Elena Walsh. Entre 1947 y 1948 asistió a los talleres de Cecilia Marcovich y de Tomás Maldonado y Lidy Prati; en esta línea se vinculó con Edgar Bayley, teórico del invencionismo. Durante 1950 recorrió el Noroeste argentino y se interesó por la cultura y la música de la región. En 1954 obtuvo una beca del gobierno francés, y en junio se embarcó a París. Allí vendió sus dibujos y pinturas tachistas en el café Les Deux Magots y en el Café de Flore, y en 1955 expuso por primera vez en la galería La Roue. En 1956, Greco regresó a Buenos Aires y exhibió en la galería Antígona los gouaches realizados durante su estadía en París. En 1957 viajó a Brasil: en Río expuso en la Petite Galerie y en San Pablo presentó sus obras informalistas en el Museu de Arte Moderna; a su regreso a Buenos Aires, en 1958, realizó la muestra 9 Artistas de San Pablo (entre los cuales se incluye a sí mismo) en la galería Antígona. En 1959 integró el Movimiento Informalista argentino, junto con Enrique Barilari, Kenneth Kemble, Fernando Maza, Mario Pucciarelli, Towas y Luis Alberto Wells. Greco exhibió su serie de “pinturas negras” en la galería Pizarro en 1960. También en 1960, en el VI Salón Arte Nuevo, realizado en el Museo de Artes Plásticas Eduardo Sívori, Greco mostró un tronco quemado y unos trapos de piso. En 1961 efectuó dos intervenciones claves de su carrera: en octubre, su exposición Las monjas, en la galería Pizarro; en noviembre, su primera intervención urbana: una pegatina en el centro porteño con las leyendas “¡Greco qué grande sos!” y “Greco: el pintor informalista más grande de América”.
En 1962, ya nuevamente en París, participó en la muestra Pablo Curatella Manes et trente Argentins de la nouvelle génération, organizada por Germaine Derbecq en la galería Creuze, donde presentó su primera obra de “arte vivo”: 30 Ratones de la nueva generación. En marzo realizó la Première Exposition Arte Vivo en las calles de París, señalando y firmando personas, objetos y lugares; en esta experiencia participó el artista argentino Alberto Heredia. De Francia se desplazó a Italia, y en Génova, el 24 de julio de 1962, publicó en italiano el “Manifesto Dito dell’Arte Vivo”. En enero de 1963, en el Teatro Laboratorio, junto a Carmelo Bene y Giusseppe Lenti, presentó Cristo 63: omaggio a James Joyce: el escándalo que suscitó esta acción terminó con su expulsión de la ciudad. De Italia huyó a España; alternó su estadía entre Madrid y Piedralaves, una pequeña localidad de Ávila. Allí comenzó a trabajar en su obra Gran manifiesto-rollo del arte-dito. En Madrid se relacionó con Adolfo Estrada, Manolo Millares y Antonio Saura, entre otros. En esta ciudad, organizó numerosas acciones; entre ellas, Viaje de pie en el metro de Sol a Lavapiés. En 1963, con la ayuda de Lawrence Viola, se instaló en un departamento en Madrid, y desde allí lanzó Galería Privada. En mayo de 1964 expuso estas obras en la muestra individual Objets vivants, en la galería Juana Mordó de Madrid, y en un viaje a Buenos Aires realizó en la galería Bonino “Mi Madrid querido”, espectáculo vivo-dito con la colaboración del bailarín español Antonio Gades.
En 1965, hizo la Rifa vivo-dito en la Central Station de Nueva York, con la colaboración de Christo, Roy Lichtenstein, Daniel Spoerri y Allan Kaprow, entre otros. En mayo retornó a España con Claudio Badal, un viejo amor con el cual se reencontró en Nueva York. Greco pasó ese verano en Ibiza junto con Badal, y allí trabajó en Besos brujos: 120 láminas intervenidas con textos, pinturas y collages. Ya alejado de Badal, regresó a Madrid y de allí siguió a Barcelona. Se suicidó un 12 de octubre. En diciembre de ese mismo año, la galería Pizarro realizó una muestra homenaje y, a los cinco años de su muerte, Luis Felipe Noé, junto con la galería Carmen Waugh, le dedicó una segunda exposición póstuma.