Flores para Elizalde
Realizar una exposición que sólo contenga flores resulta hoy francamente vanguardista. Y en primavera.
Uno estaría errando el camino si creyese que sólo basta una mirada a vuelo de pájaro, aunque los pájaros y las flores bien se lleven indiscutiblemente.
Las flores de Elizalde sostienen una muestra de más de veinte acuarelas, y la sostienen en primavera. Porque en invierno las flores aún son pensamientos, pero en primavera nos persiguen hasta en los sueños. Y Elizalde no elude lo obvio, lo remarca.
Su desafío nos hace detenernos, y es en ese movimiento que las flores de Elizalde aparecen. Pero al rato, entrenadas en el arte del ilusionismo, desaparecen.
Las figuras estelares ya no tienen pétalos; buscar flores en el jardín de Elizalde se vuelve un sinsentido.
Él se ha dejado gobernar, no es la figuración su meta; la forma en tanto tal, represente lo que represente, es su actriz principal. Y el color, su libreto. Los tres emprenden un recorrido donde él se deja llevar, pero donde conoce perfectamente el punto de destino.
Ahí es donde conviene seguirlo, por todas sus estaciones. El estudio concienzudo del color nos devuelve diálogos de tonos nada ingenuos, composiciones donde el trazo, con sus contornos decididos, no equivoca el punto donde el ojo asesta.
Y la forma, llevada a exámenes cada vez más complejos, hace olvidar, por momentos, cualquier intento por recordar el referente.
Elizalde elige un tema engañoso, aparentemente cándido. Su temática simple le permite un despliegue en otro plano, que es el que verdaderamente le importa.
Si el espectador cree que irá a ver una muestra de flores, sólo verá flores.
Si en cambio, le otorga a este singularísimo pintor la madurez visible que le han dado años de trabajo sostenido, se encontrará entonces no con flores, sino con todas las primaveras juntas, las primaveras de Elizalde.

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Más info
Hasta el 6 de noviembre
Biblioteca Argentina "Dr. Juan Álvarez",
Pte Roca 731, Rosario