Nota publicada online
La muestra, curada por Víctor Fernández, Director del Museo Benito Quinquela Martín, está integrada por una serie de pinturas que muestran en toda su dimensión la inconfundible personalidad de una artista que, entre otros reconocimientos, ha recibido el Primer Premio de la Bienal de Valparaíso, Primer Premio del Salón Nacional de Artes Plásticas, Primer Premio de Boca 100 años y la beca Pollock-Krasner Foundation en Nueva York.
Si hay un rojo pura pasión que queda grabado en la memoria y en la retina, ese es el de Silvina Benguria. Hay en su universo fantástico flamencos magentas, dinosaurios que asoman a la contemporaneidad, y lobitos buenos, maltratados por los corderos, que emergen de las tinieblas. Hay también retratos de sus adorados Oscar Wilde, Pablo Picasso, Groucho Marx y Alfonsina Storni. Y recuerdos de su amor con Rómulo Macció.
Por estos días en Pasajes, su muestra en el Museo Benito Quinquela Martín se pueden ver pinturas suyas de distintas épocas (algunas se exhiben por primera vez) que evidencian su sello inconfundible. Con colores vibrantes y la técnica delsfumato, sus pinturas de gran formato nos llevan a escenas oníricas inolvidables.
A Benguria, sus padres no la dejaron estudiar en la Escuela de Bellas Artes. “Sólo a mi hermano lo dejaron ir a la universidad. Para mis padres, las cuatro hijas mujeres debíamos tener hijos y casarnos jóvenes”, cuenta la artista. Su tío consiguió un profesor español hiperrealista y logró convencer a su padre para que tomara clases con él. “Para mí el olor a trementina es el olor a la felicidad”, dice la artista. Y agrega: “En el taller la enseñanza era muy tradicional: siempre venía a posar el cónsul de España: le hice muchísimos retratos. También traía un gallo y teníamos que pintarlo mientras se movía o hacer los brillos de unos limones”. Luego tomó dos clases con Leopoldo Presas, pero no era lo suyo: “Quedamos muy amigos, pero no volví”.
Obtuvo la Beca Francesco Romero que le otorgó el Fondo Nacional de las Artes y la Embajada de Italia en Argentina para viajar por 9 meses a Roma, pero decidió quedarse a vivir allí por 12 años, en Piazza di Spagna. En Italia, recuerda, se acrecentó su gran fascinación por los barcos, que había surgido durante su infancia, en Mar del Plata.
Expuso en Estados Unidos, Finlandia, Holanda, Italia, Japón, Bolivia, Brasil, Chile y Uruguay. Recibió el Primer Premio de la Bienal de Valparaíso, el Primer Premio del Salón Nacional de Artes Plásticas y la beca Pollock-Krasner Foundation en Nueva York, entre otros. Sus obras integran las colecciones permanentes de importantes museos de Argentina, EE.UU., Canadá, Italia y Japón.
No sólo los barcos ligan a Benguria con el museo creado por Benito Quinquela Martín, quien donó terrenos para la Escuela-museo Pedro de Mendoza, el Museo de Bellas Artes de La Boca, el Jardín de Infantes y el Teatro de la Ribera. Para el museo, puso como condición que sólo se mostraran artistas argentinos figurativos.
“Con Rómulo, en los noventa, veníamos siempre al museo a ver una pintura de una pera de Lacámera que nos fascinaba”, cuenta la artista. Es una de las obras de la colección que Quinquela compró, a partir de 1936, para el Museo y que integra la colección, junto con trabajos de Forner, Spilimbergo, Gómez Cornet, Daneri, una obra de Fader de 1908 y una de Berni de 1950, entre otros.
En una pintura Rómulo y Silvina, ambos de perfil, se miran, sólo llevan gorros de marineros, flotan unas esferas en el fondo: “Estábamos viviendo en Nueva York y nos propusimos hacernos autorretratos mutuamente, nos divertíamos mucho –dice la artista–. En la Colección Fortabat hay otro retrato en el que yo estoy cantando tango. Hice miles de retratos de él y él de mí. Después de más de tres décadas, no necesitaba mirarlo para pintarlo. Siempre lo recuerdo”.