Nota publicada online
Una serie de sus últimas investigaciones, que se exhiben en la galería porteña Ungallery, reflejan su búsqueda espiritual. La muestra está curada por Cristina Rossi, crítica e investigadora de arte.
“La búsqueda de la luz de mi pensamiento concede alas a mi espíritu para buscar la verdadera claridad.”
Hay artistas que dejan huella y Miguel Angel Vidal (Buenos Aires, 1929-2009) es uno de ellos. Artista de la abstracción geométrica, exploró con coherencia y en profundidad, generando más que la movilización y sensibilidad de la retina, la movilización y la sensibilidad del espíritu.
En la reconocida exposición “Arte Generativo” de 1960 en la emblemática Galería Peuser–junto con su colega y amigo Eduardo Mac Entyre- expresan, desde su manifiesto, el interés que los movía, alejándose del carácter estático del arte concreto de la época: “hemos partido de ese pequeño punto y de la línea y le hemos dado movimiento, hemos GENERADO movimiento.” Así se inició este movimiento plástico argentino que se caracterizó por su práctica interdisciplinaria.
A fines de esa década y, a instancias de una iniciativa de Jorge Glusberg, director del Centro de Arte y Comunicación (CAyC), trabajaron con el software desarrollado por la fábrica de computadoras IBM, integrando un colectivo de artistas visuales, ingenieros, programadores y analistas de sistemas de la Universidad de BA y de la Escuela Ort, aplicando estas investigaciones a las propuestas plásticas del momento. Las obras realizadas se exhibieron en la galería Bonino en 1969. Muchos de los dibujos de Vidal, generados por computadora, generaron una trama con efectos vibratorios que podemos reconocer en las obras de su última etapa, hoy expuestas en Ungallery.
En los tempranos 70, se interesa por la topología –rama de las matemáticas que estudia aquellas propiedades de los cuerpos geométricos que permanecen inalteradas por transformaciones continuas- profundizando nuevas experimentaciones.
Investigador nato, ensayó con nuevos materiales y creó las primeras cajas de acrílico. Un prisma dividido en celdas que contenían láminas de aluminio y que trabajó dándoles formas cóncavas y convexas aprovechando estas superficies reflejantes para trasmitir y descomponer la luz. Varias de estas cajas están expuestas en la segunda sala permitiéndonos apreciar su espíritu sutil y vanguardista.
Hacia 1980 su pintura se vuelve mas espiritual y la luz es el eje central de la obra, enfatizada por el brillo de los tonos. Seguramente esto se inició cuando, en 1979, fue invitado por la Canning House a inaugurar la muestra “Homenaje a Truner”. En la Tate Gallery se fascinó con la obra del artista inglés que según sus propias palabras “pudo poner en evidencia un deslumbrador y apasionante protagonista: la luz” y provocó en él la necesidad de manejar la luz en un período post tecnológico o sea en luz-energía que se consolida en masa de formas irradiantes. La tinta exhibida en la sala Generación Topológica de la luz, es ejemplo claro de esto.
En la cuidada muestra, curada por Cristina Rossi, está presente el espíritu sensible del artista cuyas obras irradian energía con su síntesis formal y en muchos casos imponiendo una restricción cromática como es el caso de Centro de Voluntad, de 1984 de la serie Lux est Umbra Dei. Verdaderamente, la luz es la sombra de Dios, un concepto que podría resumir la experiencia que trasmite esta exposición. Imperdible. Hasta el 31 de julio.