Nota publicada online
Curada por Cecilia Cavanagh la muestra reúne esculturas textiles, grabados y dibujos
¿Es la infancia un lugar seguro? La pregunta flota en el aire a medida que recorremos esta inquietante exhibición de Marisa Insua en el Pabellón de las Artes de la UCA. Si bien la infancia está inmersa en mundos mágicos, alegóricos y felices, también allí se cuela la crueldad. Fieras, adultos, incluso la propia maldad innata de otros niños, pueden dejar heridas en almas sensibles que tardarán en sanar. Es en la infancia donde se talla nuestra esencia de adultos.
Excelente dibujante, también trabaja en grabado desde 2011 con Patricio Bosch, pero es a través de la escultura como se expresa plenamente. Primero fueron las semillas, redondeadas y suaves, talladas en mármol, o modeladas en cemento. Las dejó atrás por ser “formas sin alma”, como ella misma las define. Sin embargo la semilla es el origen y, sin duda, fueron el principio de este camino que necesitó transitar, modelando en arcilla la figura humana, especialmente caras, muchas grotescas y caricaturescas, como cabezas de títeres con cuerpo de trapo. Un camino de introspección, como un túnel del tiempo, que la llevó a redescubrir su infancia. Un camino que se fue ablandando ya que fue con los textiles con los que logró las formas adecuadas para sus niñas.
La obra actual de Marisa y que presenta en esta muestra, se centra en escenas de niñas que develan infancias inmersas en el universo simbológico de la crueldad. Niñas con esqueleto de alambre, cuerpos mullidos rellenos de estopa–para abrazar y ser abrazados-, cada una con su sexo y sus caritas modeladas con la aguja.
La muestra reúne también gran cantidad de reveladores dibujos, xilografías, aguafuertes y aguatintas que nos dan ciertas pistas de este mundo herido que comenzó a explorar. Heridas que Marisa va abriendo, capa a capa, mientras que con la gubia arrasa la madera de su taco, dando paso a los recuerdos y sanando con la sabiduría del arte; dejando escapar el dolor y permitiendo una nueva mirada.
Con su particular arte, esta discípula de Juan Carlos Distéfano y admiradora de Marcia Shwartz, inició este proceso alquímico que le permitió volver a mirar con ojos de niña mientras modela, puntada a puntada, estas caritas soñadoras que rescata de su infancia.