Nota publicada online

miércoles 13 de marzo, 2024
Liliana Porter
Cuenta cuentos en Benzacar
Costa Peuser, Marcela
por Marcela Costa Peuser
Liliana Porter

Una vez más la artista se despliega en los lenguajes más diversos –pintura, escultura, instalación, dibujo– y nos invita a sumergirnos en su inspirador universo.

Un pequeñísimo perro muerde obstinadamente una cuerda, tirando de ella y tratando de dar vuelta la página de la hoja del cuaderno Rivadavia donde se desarrolla la historia. ¿Qué hay detrás de esta página?

¿Su dueño que está en peligro?

¿Un jardín para jugar a sus anchas?

¿Una puerta para escapar del cuento y volver a la realidad?

Cualquiera de estas respuestas pueden ser el final de la historia. O, cualquiera que elija el visitante que recorre detenidamente la sala de la galería Ruth Benzacar donde Liliana Porter presenta su muestra más reciente: “Cuentos inconclusos”.

Y es que Liliana Porter cuenta cuentos; infinidad de ellos. En sus cuentos aparecen decenas de personajes mínimos que realizan tareas fantásticas y titánicas, personajes que nos conmueven y nos deslumbran. Pero, la verdadera magia está en que la artista sólo propone una situación -cientos de ellas-, dándole rienda suelta a la imaginación del espectador para que sea él quien cuente el final de la historia.

Liliana Porter es artista y dramaturga. Nada es casual; su padre, Julio Porter, era escritor y director de cine y su madre, Margarita Galetar, poeta y grabadora. A los 12 años ingresó en la Escuela Nacional de Bellas Artes Manuel Belgrano en Buenos Aires. De los 16 a los 19 años vivió y estudió artes plásticas en la ciudad de México. Regresó al país en 1961 dónde continuó sus estudios en la Escuela de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón y en el taller de grabado de la Cárcova, dónde Fernando López Anaya y Ana María Moncalvo fueron sus profesores. En 1964 viajó a Nueva York, ciudad donde reside desde entonces.

Su obra incluye grabados, dibujos, obras sobre tela, instalaciones, fotografía, video y teatro. Su exploración tiene que ver con su interés sobre la representación, sobre el tiempo y sobre nuestra relación con lo que llamamos realidad. En los últimos años, sus obras se poblaron de un variado elenco de protagonistas: objetos inanimados, figuras pequeñísimas y adornos encontrados, preferentemente, en mercados de pulgas.

Desde que tiene memoria Liliana Porter dibuja en las emblemáticas hojas de los cuadernos Rivadavia. El pequeño perro es el primero de una serie de dibujos alineados cuidadosamente, donde sus personajes construyen diferentes historias: el hombre que remonta un hilo rojo, el que dibuja un gran círculo que tal vez se convierta en el sol, otro desentierra un rubí con su pequeñísima pala; un tenista mira absorto la pelota que la artista dibujó en el medio de la hoja cuadriculada esperando un contrincante para comenzar el juego.

Una gran instalación se convierte en el centro de la escena de la impoluta galería, presidida por una pequeñísima mujer que, prolija y conscientemente, barre el caos de objetos rotos. Un caos en el que coexisten decenas de otras historias interpretadas por diminutos individuos entregados obstinadamente a sus tareas. Allí conviven el tenaz picapedrero con la mujer de rojo que se mira al espejo; la plácida tejedora -creadora de una desmedida trama que desborda la escena- con el jardinero que riega flores pintadas sobre un pedacito de porcelana rota; soldaditos de plomo desparramados en el campo de batalla donde un grupo de graciosos patos -todos de diferentes apariencias y procedencias-, que siguen a su madre pata y conforman una misma familia (cualquier semejanza a la raza humana es pura coincidencia).

Por fuera de la instalación, en una gran tela se desata una tempestad y una ola de pintura está a punto de dar vuelta una antigua carabela como metáfora de un viaje turbulento; en otra, una pequeñísima mujer derrama un bote de pintura negra. Un hombrecito está sentado en el borde de un pizarrón enredado en los trazos multicolores allí dibujados. La desesperanza y la soledad también están presentes en dos pequeñas obras que nos conmueven al infinito; mientras, un diminuto hombrecito perfora con su taladro, una y otra vez, la pared de la sala. Finalmente, a través de un video Porter nos invita a entrar a su mundo de fábulas mudas, con una serie de relatos animados compuestos a dúo con Ana Tiscornia y que le dan el nombre a la muestra.

“Cuento inconclusos” es una invitación a sumergirnos en el inspirador universo de Liliana Porter donde está presente su decisión indeclinable de reestructurar el orden de las cosas y de enseñarnos a descubrir, a través de su mirada de niña inquieta, las infinitas posibilidades que nos ofrece la vida. Y es que, como afirma Graciela Esperanza en el texto de la muestra, “el mundo de Porter parece querer alojarlo todo, una ambición que tal vez dé la clave del sentido esquivo.”

¡Imperdible!

 

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