Nota publicada online
Alrededor de cincuenta obras de los dos artistas contemporáneos dialogan en Trayectorias, la primera exposición del espacio de la calle Arroyo en 2023, curada por Micaela Bianco. Una muestra que abre preguntas sobre la pintura, el lugar del autor y la historia del arte.
Dos extraordinarias obras de Silvana Lacarra (Bragado, 1962) y Mariano Vilela (Buenos Aires, 1970) ingresaron a la colección de la Fundación OSDE en 2006 como premios adquisición en la edición del Premio Argentino a las Artes Visuales. Esa conexión es el punto de partida de la exposición que reúne ahora en el Espacio de Arte de la Fundación alrededor de cincuenta trabajos de estos artistas, producidos desde fines de los noventa hasta hoy. Curada por Micaela Bianco, Trayectorias es la primera muestra del espacio en 2023. En ella, de acuerdo con la curadora, “a través de las obras, las ideas, los deseos y las historias, Lacarra y Vilela generan diálogos, preguntas y contrapuntos. Además, las palabras —de los propios artistas y de otros— recopiladas al final de la exhibición, proporcionan otro modo de acceso a este espacio de juego, que se completará con el propio recorrido/movimiento de cada espectador”.
Es posible encontrar en esas dos obras monocromas pertenecientes a la colección una clave para descubrir puntos de encuentro entre las trayectorias de Vilela y Lacarra, más allá de sus recorridos como artistas, en los que coincidieron varias veces concurriendo, por ejemplo, a los mismos talleres. Frente a ellas, el espectador posiblemente se haga la misma pregunta -¿qué es esto, una pintura?- y se acerque, después del primer golpe de vista, para descubrir más sobre su materialidad. Descubrirá entonces, en el caso de la obra sin título de Lacarra -que enfrenta apenas ingresa en el espacio de exposición- que no es una pintura sino una madera cóncava revestida de fórmica. El rojo de la obra no es pintura sino el color mismo de la fórmica, material industrial imposible de pintar. Y sin embargo, es una hermosa pintura. En el caso de la obra de Vilela, también sin título -colgada en un rincón muy especial del Espacio de Arte-, la primera impresión es que se trata de una pintura, pero un segundo después una puede ver en ella un relieve en algún tipo de metal. Uno verá luego, en la información de la cartela que acompaña la obra, que es grafito sobre papel montado en aluminio. Es decir: lápiz meticulosamente pasado sobre el papel. La obra conmueve por su belleza tanto como por la imagen -que inmediatamente sobreviene en el espectador- del artista trabajando con el lápiz sobre ella durante horas y horas. Dan ganas de tocarla para comprobar si efectivamente el trazo visible del lápiz tiene también esa textura, para investigar de dónde viene su brillo, una especie de lustre metálico e inestable que va cambiando conforme uno de desplaza frente a la obra. Igual que en la obra de Lacarra, no hay pintura. Y sin embargo, es una hermosa pintura.
Preguntas similares aparecerán en el espectador en su propia trayectoria por Trayectorias. En la mayoría de las piezas de Lacarra, todas abstractas, el volumen juega un papel central, con curvas, concavidades y convexidades de una sensualidad que uno no imaginaba en la fórmica, material sucedáneo de la madera en las casas de clase media, casi exclusivo de la cocina, que por eso mismo puede ligarse en la experiencia del espectador emotivamente a lo familiar y a la memoria de la propia infancia. Esa sensualidad, suma de tensión, rigidez y blandura, aparece también en los colores de sus geometrías y en la combinación y superposición de la fórmica con los otros materiales de sus piezas; el cartón y la madera.
En estos recorridos de tres décadas, Lacarra permanece apegada a esos materiales y a la abstracción geométrica mientras que la trayectoria de Vilela es sin duda más sinuosa, va y vuelve de la abstracción a la figuración. Por momentos, se hace paralela a la de Lacarra, por momentos se distancia. En ciertos momentos se vuelve fuertemente conceptual, pero nunca abandona su rigor plástico y su laboriosidad. En este sentido impresiona especialmente “Paisaje recobrado”, una obra de 2010 de gran formato que replica con grafito en blanco y negro un antiguo óleo de un paisaje marino pintado por alguien hace un siglo o más. Vilela reproduce con grafito no solo la antigua pintura sino que de alguna manera la “envejece”, le produce el deterioro del paso del tiempo, simula en el papel de su obra el resquebrajamiento presunto de la antigua tela como si hubiera estado olvidada por décadas en un desván. La ilusión es perfecta y el descolocado espectador no puede sino preguntarse: ¿es una pintura, un dibujo, una foto en blanco y negro de un cuadro lleno de color, quién es autor de esta obra, de qué año es? Vilela produce una operación similar pero inversa -pasa de lo gráfico a la pintura- en “Arte abstracto”, obra también de gran formato realizada en 2000. En ella reproduce fielmente en óleo sobre tela la tapa de un libro, “Abstract Art”. Si a estas dos obras se suman otras radicalmente conceptuales en las que “reproduce” naturalezas muertas cubistas y paisajes impresionistas del período moderno, reemplazando cada elemento de esas composiciones poniendo en su lugar una palabra en francés que los nombra -sol, barco, sombrilla, bandera, niebla, mujer, flores, bosque-, se concluye que el juego del artista son las citas, las preguntas sobre la autoría, la copia y el original, la reescritura, la visita de obras clásicas con nuevos lenguajes... En suma, la trayectoria de la historia del arte.
Trayectorias se puede recorrer hasta el 18 de marzo en el Espacio de Arte Fundación OSDE, Arroyo 807. Todos los días, excepto domingos, de 12 a 20. Gratis.