Nota publicada online
La Fundación Santander Argentina inaugura su nueva sede en el Distrito de las Artes con el propósito de invitar a artistas argentinos y promover cursos de formación, actividades multidisciplinarias con exposiciones, ciclos de cine, charlas, talleres y seminarios.
Allí, justo donde se cruzan las avenidas Paseo Colón y Juan de Garay, se levanta la nueva sede de la Fundación Santander Argentina en el Distrito de las Artes. El inmenso lobby del Santander está bañado con el colorido resplandor de las obras de Hasper. La luz, tamizada, atraviesa los frentes vidriados del edificio. En el interior cuelgan del techo inmensas gotas de acrílico traslúcido, sus colores radiantes crean un ambiente tan mágico como irreal. La experiencia al caminar por las salas, interactuar con los colgantes y los enormes cubos de la terraza resulta sorprendente.
El curador de la exhibición, Roberto Amigo, destaca la belleza inocultable de la obra y presenta a Gachi Hasper como artista que dio sus primeros pasos en la década del 90. De esos tiempos, sin duda, proviene la libertad y la audacia. Hasper, lejos de renegar de la belleza en aras del conceptualismo y de un arte con contenido social y político que, desde entonces ha sido moneda corriente y ganó franca visibilidad en el mundo, se dedicó en un sentido epicúreo a cultivar las plantas de su propio jardín.
Sobre las posibilidades interpretativas del nombre de la muestra, “Intemperie”, Amigo aclara: “El título apela a una apertura a sus distintos sentidos. La propuesta de Hasper parte de una construcción atmosférica: intentar que el espacio cerrado parezca intemperie y a la vez generar una experiencia inclusiva, en un punto protectora. La protección que otorga la belleza como una instancia de la alegría, como latencia de nuevos hábitats”. En el texto de un libro que el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires le dedica a la artista, Amigo señala: “Su fortaleza visual reside en su anacronismo, considerar todavía posible la belleza”.
Hasper y Amigo no sólo entablan una relación intensa con la belleza, se acercan al concepto de lo bello entendido al modo de Stendhal, como una “promesa de felicidad”. Ambos, con sus obras y sus textos, coinciden. Le deparan al espectador una experiencia que puede compararse a la del llamado “síndrome de Stendhal”, fenómeno que aconteció en Florencia cuando abismado ante la belleza del arte, el escritor sintió el éxtasis que le provocó un vahído. Desde el siglo XIX este síntoma es el paradigma del pathos que puede deparar una experiencia estética.
Amigo aclara que la trayectoria de nuestra mirada coincide con el despertar emotivo y refuerza la idea: “el arte de Hasper solo puede completarse con la percepción del espectador, en la propia contingencia del trayecto emotivo individual. Emoción que no puede sostenerse en la referencialidad sino en el color y las formas”.
Hasper es pintora, y a partir de una serie de formas geométricas reiteradas, fuerza los límites, se apodera del espacio y sale en busca del “éxtasis” que puede provocar el color. Con la pintura como oficio, Hasper comenzó a explorar el arte público y a utilizar los materiales más diversos. Montó sus obras debajo de la Autopista, la Usina del Arte, el subte porteño y pintó grandes murales en Miami y Puerto Madero.
El ritmo es la clave de Hasper y, para lograrlo, cuenta con el desplazamiento del espectador. Es decir, el ojo del espectador se mueve y los objetos están quietos, pero parecen desplazarse. Claro, siempre y cuando el que mira se deje llevar, permita que sus ojos vagabundeen y recorran las obras. Allí está la gracia del gesto poético. Reside en la presencia desinteresada de la belleza y de cierta irracionalidad, en la carencia de toda finalidad utilitaria y en el derroche de vitalidad de la artista.
Los objetos colgantes recuerdan los famosos “penetrables” del venezolano Jesús Soto, los cubos con cintas colgantes que se balancean cuando el espectador los recorre. Hasper ostenta la relación de parentesco genuina con artistas de Latinoamérica como Raúl Loza, Hélio Oiticica, Lygia Clark.
Victoria Noorthoorn, directora del MAMBA, observa en el mencionado texto: “Hasper actúa en dos escenarios: por un lado, refiere a los modernismos europeos o latinoamericanos y a su sistema de construcción de obra, y por otro lado, los torna inútiles al hacerlos estallar, al volverlos barrocos y excesivamente dinámicos e invadirlos con un lenguaje cromático propio… Así, propicia con rigor una pulsión festiva y una celebración del color en tanto vehículo para establecer vínculos comunicativos directos”.
Guillermo Tempesta, vicepresidente de la Fundación destacó que: “La Fundación cuenta con una importante sala de exhibiciones de 1.500 metros cuadrados y un auditorio con capacidad para 300 personas, que va a poder disfrutar toda la comunidad. La idea es seguir convocando a los artistas argentinos y promover cursos de formación, actividades multidisciplinarias con exposiciones, ciclos de cine, charlas, talleres y seminarios. Aspiramos a que la Fundación sea un gran canal de relacionamiento y comunicación en temas culturales”.
¡Que así sea!