Nota publicada online
Una muestra multidisciplinaria de instalaciones de Desirée De Ridder y Alfredo Muñoz, con curaduría de Julio Sánchez Baroni. La cita es en el Museo de Arte Contemporáneo de Salta, MAC-Salta, Zuviria 90, Salta, de martes a domingo de 10 a 20 horas.
Origen proviene del latín, oriri, surgir, nacer, aparecer, (ser oriundo). En las lenguas germánicas origen es Ursprung, el primer manantial que emerge o salta de un caos horizontal y sin centro. El prefijo Ur denota lo más arcaico, lo primero, como Ursprache, la primera lengua que se hablaba antes que Dios las confundiera en la Torre de Babel, y que los alquimistas denominaban lenguaje de los pájaros o de los ángeles; Urmensch es la primera humanidad antes que se distingan las razas. A este Ur, tiempo remoto antes del tiempo, donde no hay historia sino mito, apunta “El origen del origen”, la muestra conjunta de Desirée De Ridder y Alfredo Muñoz.
Fue una vivencia en los valles calchaquíes donde juntos, los artistas y yo, pudimos ir al Origen que dio lugar a esta muestra. El proyecto nació de una idea de revalorizar la sacralidad de la Naturaleza y las primeras acciones del hombre sobre ella. El punto de encuentro de ambos artistas fue la cerámica que, según dicen los antropólogos, surgió de la necesidad de hacer recipientes para contener el exceso en las cosechas, algo más duradero que la cestería. La cerámica aúna la tierra, el agua, el fuego y el aire, es decir los cuatro elementos, una síntesis del universo material, y a modo de un quinto elemento, la mano del hombre que permite esta fusión. Los artistas reivindican el oficio artesanal en la figura ancestral del ladrillero, tan antiguo que se remonta al amanecer de la civilización, con las primeras arquitecturas de la Mesopotamia asiática. Materiales naturales de fuerte presencia visual, táctil y olfativa se combinan con obras de Desirée y Alfredo.
Una sala con vasijas de diferentes morfologías, hacen alusión al agua, uno de los cuatro elementos de la Naturaleza, todas fueron hechas artesanalmente por Desirée, Alfredo y artistas que pasaron por La Providencia -lugar donde vive y trabaja Desirée en la provincia de Buenos Aires-, cocinadas en hornos de leña y algunas de ellas provenientes de culturas originarias como la huarpe y la wichí. El espíritu del fuego está presente en los candelabros que iluminan la noche, y en el horno construido dentro del museo, que -como el atanor de los alquimistas- transforma la materia, el barro, en objetos preciosos. En la esquina del viento una apacheta, construcción con piedras de cerámica hechas por Alfredo, nos recuerda que estamos de paso, como un viajero en el camino, somos peregrinos en esta vida material y dejamos una ofrenda durante nuestro tránsito. La apacheta emerge entre la policromía de diferentes tierras de los colores del paisaje salteño, incluyendo el brillo precioso de la mica. La vida vegetal acampa entre las piedras del camino en forma de cardones de cerámica hechos por Desirée, que custodian el silencio de la montaña, se yerguen orgullosos como guerreros atentos a su misión, mientras en un rincón, el tabaco -una de las plantas sagradas preferidas de los chamanes- perfuma el ambiente con delicado sopor.
Dos potentes esculturas de yaguaretés abren el recorrido de las instalaciones. Es el mayor felino americano, animal sagrado por excelencia, algunos chamanes pueden tomar su espíritu y su prestigio pervive en las máscaras y objetos de innumerables pueblos originarios de América. Su presencia también es un llamado tanto a la conservación de esta especie como la de todas aquellas en peligro de extinción.
En otra sala, la leña seca del monte, combustible necesario para transformar la arcilla, se acumula junto a un gran tríptico de Alfredo, pinturas hechas con propóleo, pigmento natural y técnica desarrollada por él (con el aroma propio de ese producto apícola), junto a piezas de cerámicas que calcan la corteza de los árboles como la huella digital de cada tronco. En una de las salas más amplias, una instalación con cientos de adobes descansa sobre el aserrín, tal como se ponen a secar al aire libre en las cortadas de ladrillos, junto a la mesa de madera de donde salieron uno a uno, de las manos diestras de los ladrilleros salteños. Acompaña un video documental del trabajo de estos ladrilleros, trabajo tan antiguo que se remonta a unos 11.000 años en la historia de la humanidad.
El maíz, el oro de los incas, tan fundamental en la alimentación andina, se abarrota en otra sala, alrededor de nueve mazorcas de cerámica de Desirée. Finalmente, una lechuza de campanario salida del horno de cerámica, parece estar atenta a un pequeño bosque de árboles nativos (ceibo, tipa, cebil, lapacho y otros) provistos por un vivero local.
En esta muestra, los elementos naturales se fusionan con las obras de los artistas en las diferentes instalaciones y hay un homenaje explícito a la generosidad de la Madre Tierra.
Reubicar barro, leña, maíz, alfalfa, tabaco, semillas, árboles en un museo es reconocer y agradecer los dones infinitos de la Naturaleza, poner en valor la belleza de los materiales más simples y primarios. Volver a los orígenes no es fácil, re unirse con la Naturaleza tampoco, sin embargo, Desirée y Alfredo lo plantean y a la vez parecen acompañar las palabras de Carl Gustav Jung: “He renunciado a la corriente eléctrica, yo mismo enciendo el hogar y la estufa, en la noche enciendo las viejas lámparas, no hay agua corriente y bombeo el agua de un pozo, corto la leña y cocino la comida”. Los actos simples hacen simple al hombre, y qué difícil es hoy ser simples.