Nota publicada online
Ángela Copello y Desirée de Ridder reúnen sus escenarios poéticos en “Naturaleza sagrada” en Oda Oficinas de Arte.
Fotógrafa una, escultora y ceramista la otra comparten su mirada sobre los mundos naturales que las rodean.
Angela Copelloexhibe sus impactantes espesuras a las que ya nos tiene acostumbrados, pero en un tamaño que nos invita a adentrarnos en ellas. Y nos sorprende con una obra inédita, realizada en pandemia: su primera obra abstracta en la que su jardín es el protagonista. Con una cámara estenopeica captó la luz/color de cada una de las plantas de su jardín y en cada una de las estaciones. El resultado son 4 obras realizadas a modo de collage con aproximadamente 1500 tomas cada una. Una obra que invita a entrecerrar los ojos y dejarse caer en ese mágico espacio.
Desirée De Ridder, por su parte, nos conmueve profundamente con su mirada crítica de la acción del hombre sobre la naturaleza. Ella vive en Perkins, a 300 km de la ciudad de Buenos Aires, en plena zona sojera, donde el uso de agroquímicos mata, a animales y también al hombre. Su mensaje es elocuente; lo grita con su obra de excelente factura que disimula esta agonía. Por suerte, existe una esperanza erguida en sus cactus guerreros. Guerreros y protectores.
Ángela y Desirée nos ofrecen sus propios relatos sobre la naturaleza. “Las visiones se mixturan: romántica, moderna, contemplativa, agónica y resiliente,” afirma Verónica Gómez, curadora de la muestra. “Naturaleza sagrada” es un episodio de encuentro, una encrucijada.
Compartimos el Texto curatorial
Ángela y Desirée. Parecen nombres salidos de un cuento. Si así fuera, el escenario del primero sería la espesura amorosa de un jardín, la posible domesticidad de lo desconocido que se traduce en trabajo de hormiga obstinada. Un diálogo devocional con la maravilla que crece lenta e imperceptiblemente, el segundo escenario, una pampa donde el horizonte sin límites se revela escondite último, lo vegetal chilla festivo al son de coyuyos maldicientes y el barro se subleva, sanguíneo y viscoso, en la crónica de una muerte anunciada.
Ángela y Desirée escriben sus propios relatos. En el medio hay un episodio donde ambos se cruzan. Es esta muestra. Un capítulo, una encrucijada. Un alto en el camino.
Pero antes de este encuentro, fueron Ángela, y Desirée. Por separado.
Ángela. ¿De cuántas repeticiones está hecho un paisaje? La identidad de un tronco, una hoja, un tallo, adecúa su voz al contexto, se camufla en el efecto coral de luz y sombra en alternancia. La manera de avanzar de esta naturaleza es la del tapiz que se estremece sabiéndose intersticio, paréntesis. Hay paisajes que existen sólo como jardines secretos.
El ojo de Ángela es dúctil, respetuoso. Detecta el sitio exacto donde la naturaleza silvestre se vuelve rincón, espacio construido de latencias. Allí el paisaje es cobertor y es abrigo. Murmullos verdisecos, cartuja, oliva, verde helecho, esmeralda, glauco, se hermanan en una extensión que adormece y arrulla. Cada tanto nos sobresalta un púrpura sedoso o un rosa encendido, el breve lapso de una flor. Fugaz intromisión, volvemos pronto al reino de lo mullido, de lo repetitivo.
Dice Diana Bellessi en su poema: El jardín exige, a su jardinera verlo morir. /Demanda su mano que recorte y modifique/ la tierra desnuda, dada vuelta en los canteros/ bajo la noche helada. El jardín mata/ y pide ser muerto para ser jardín. También Ángela sabe de ciclos, de poda y de recorte, de finales y comienzos. Las estaciones se suceden en el jardín de su casa. Ella equipara esa fuerza invisible de la naturaleza, que vira formas y colores sin prisa y sin pausa, con un trabajo meticuloso y tenaz de captura, acopio y collage. Como fotógrafa, Ángela hace jardinería.
Desirée. Dos yacarés. Un puma. Dos carpinchos. Una garza. Un ciervo. Un zorrino. Un yaguareté. Un pájaro negro berenjena. Un pájaro negro lava. Un gallo. Una mulita. Un sapo. Hacer un inventario es poner en orden, pasar lista de los bienes valiosos que pertenecen a algo o a alguien. Y los seres de este inventario ¿de quién son? ¿Quién los cuida? ¿Quién los usa? ¿Dónde y cómo se anotan los faltantes? ¿Sobreviven las mudanzas, el éxodo? ¿Quién decidió sus nombres? En un inventario las cosas no nacen y mueren en términos materiales, sensibles, sólo nacen a la existencia nomenclada, registran procedencia y pertenencia. Morir es dejar de pertenecer al inventario. Así el ser humano, en calidad de tenedor, en rol de patrón, pergeña sus listas, anota sus bienes, se sabe poderoso en sus dominios. En la fábula de Desirée los animales cacarean las contradicciones, graznan las fisuras del amo y señor. Amenazantes sin perder la simpatía, tambaleantes en su belleza esmaltada o ahumada, avanzando erguidos, quiebran el inventario impuesto y se organizan de otro modo. El orden nuevo es un ejército variopinto, multiespecie y vengador.
La fábula es la forma aleccionadora de la ficción. Los seres modelados por Desirée nos advierten que existen otras alianzas posibles para la supervivencia. La herida es textura vital. La coraza está hecha de fuego y humo.
Ángela y Desirée. Entonces se reunieron. Los edenes de Ángela, la empática fauna de Desirée.
La oración matutina en la soledad de un jardín silencioso y la ululación de los campos, el eco de un croar nocturno. El enmudecer ante el misterioso lenguaje vegetal y el grito de guerra ancestral. La naturaleza romántica y la silvestre. La naturaleza moderna y la naturaleza de estancia revisionista. La poesía del inventario botánico, con sus nombres exóticos, cadenciosos, y los bichos fugados del inventario humano para vivir su propia gesta heroica. Ambos universos recurren a la idea de cobijo, herida y repliegue, ambos señalan distintas estrategias de avance, entre el ánimo contemplativo y el ímpetu proactivo, sobre un territorio del cual es necesario recuperar la noción de sacralidad para protegerlo.
En “Naturaleza moderna”, el meticuloso diario de Derek Jarman sobre la construcción de su jardín, un Edén antinatural cultivado en un desierto de piedra, la árida zona costera del cabo Dungeness al sur de Inglaterra, las condiciones adversas multiplican el empeño de un jardinero que asume plenamente una concepción de la naturaleza despojada del idilio. A la naturaleza entendida como un orden atávico y originario Jarman opone la experiencia material, concreta. Hay lucha, hay conciencia, hay respeto. El ambiente ofrece diariamente nuevos desafíos al proyecto humano y la belleza es el resultado de una fricción constante plagada de desacuerdos. Entre la observación y el trabajo el jardín crece, el material hace lo que sabe hacer, el hombre también es material de este jardín. Ángela y Desirée lo saben. Observan, trabajan, manipulan la materia para obtener resonancias internas que volverán a nosotros en forma de imágenes. Una sabiduría que el ejercicio del arte provee desde hace siglos.