Nota publicada online
La Galería Herlitzka & Co celebra sus primeros diez años de vida con una exposición que propone invertir las convenciones tradicionales de una muestra para establecer un paréntesis reflexivo ante un escenario de permanente turbulencia e incertidumbre.
El mes de junio nos ha traído felices aniversarios. Uno centenario como el de la galería Van Riel y otro no tan longevo, aunque también merecedor de una celebración como el correspondiente a la primera década de actividades de la galería que comanda Mauro Herlitzka. Sin importar las magnitudes de tiempo, todo aniversario parece implicar un balance de lo cimentado y al mismo tiempo una medición de expectativas.
Pasado y presente conviven en primera persona cuando la mirada de un joven Herlitzka, desde el retrato que le confeccionó el grupo Mondongo se encuentra con el Herlitzka que les habla a los visitantes que recorren su espacio. El paréntesis abierto entre ambos puede imaginarse como una interlocución íntima, suerte de caja negra que guarda parte de una sólida trayectoria como agente cultural, además de almacenar algunas de las claves a tener en cuenta en relación a un horizonte a discernir sembrado de lábiles presunciones.
Descifrar el porvenir combina en la práctica dos fórmulas del habla cotidiana: el “desensillar hasta que aclare” y el “barajar y dar de nuevo”. En esa especie de mientras tanto, como afirma en el texto de sala Ana María Battistozzi, la galería se vuelve hacia sus entrañas como una operación que pareciera metaforizar intentos de respuestas a las numerosas inquietudes que nos atraviesan. En consecuencia, la trastienda ocupa el primer plano, se convierte en protagonista principal. Así lo testimonia la centralidad de una mesa sostenida por caballetes, a modo de instalación, en la que se destacan una caja de Joseph Beuys, otra de Nicolás García Uriburu con botellas para la coloración del Riachuelo durante el Bicentenario, junto con obras de distintos artistas sobre allí dispuestas o envueltas en film alveolar apoyadas en el piso.
A sus espaldas, un acrílico de Alicia Herrero Movimiento para deshechizar un paisaje (2020-2021), advierte sobre la omnipresencia del incesante flujo financiero global; sacralidad contemporánea contrapuesta desde otra pared por la Crista(2000) de Res, fotografía a color que recuerda a una crucifixión de Andrea del Castagno del Quattrocento. Cierta brisa renacentista, aunque tamizada por el under porteño se continúa en El David (Heber) de Sergio de Loof, una instalación que muestra la imagen de un modelo escoltado por dos banderas. La espesura de lo trágico es aportada por El placer y la nada (1978), cuatro serigrafías intervenidas que llevan la firma de Juan Carlos Romero, mientras que el arrebato del color se encuentra en Vector (1966) de Noemí Escandelly en una curiosa pieza triangular de Alejandro Puente rodeada de laberintos pergeñados por Marta Minujin.
Panel de por medio, un símil póster en blanco y negro de David Lamelas de fines de los noventa, lo muestra al artista en actitud rock star sobre escenarios europeos. A su lado, dos obras de Herbert Rodriguez dan parte de la crisis político institucional del Perú durante la década de los ochenta. El artista yuxtapone en ellos textos y documentos gráficos de medios de prensa para confrontar las prácticas autoritarias. Para finalizar, otro registro, en este caso gozoso, hace brillar el ambiente en Locurísimo (2003), de Javier Barilaro, suerte de afiche callejero que anuncia un festival de música tropical que cuenta con el “soporte literario de Washington Cucurto” según se indica en el extremo inferior derecho de la tela.
Para Mauro Herlitzka las galerías tienen que repensarse, reactualizarse y aceptar los actuales desafíos para no mostrarse aplanadas y aburridas. La postpandemia está configurando un nuevo orden en el mundo y específicamente en el mercado del arte en el que asoman nuevos actores y fenómenos como el vértigo de la aceleración tecnológica anudada a la expansión financiera no les son ajenos. Es una época de transición en donde el futuro se encuentra demasiado lejos.
Pensar es arrancarle algo a las entrañas dijo alguna vez la filósofa española María Zambrano. Sentido e intuición parecen estar en juego en esta afirmación. Para realizar un desciframiento la idoneidad acerca de una materia en particular no puede prescindir de esa otra dimensión del saber que pulsa desde el cuerpo