Nota publicada online
La idea de un museo de arte contemporáneo con instalaciones y esculturas monumentales en 35 hectáreas de un campo a 95 kilómetros de Buenos Aires podría parecer un delirio, sobre todo cuando en todo el mundo y particularmente en la Argentina la suerte futura de los museos parece sujeta a las penurias económicas y a las restricciones de todo tipo impuestas por la pandemia. En parte por eso, una mezcla de gratitud y felicidad animaba a la pequeña multitud de artistas, curadores, periodistas, críticos y amigos que se reunió días antes de terminar el año en el lanzamiento del MUSEOCAMPO Cañuelas que realizó la Fundación Tres Pinos.
Ricardo y Rodrigo Cadenas, padre e hijo al frente de la Fundación Tres Pinos, tienen alguna experiencia en emprendimientos épicos vinculados al arte: en 2017 inauguraron en La Boca el Museo MARCO de arte contemporáneo en un bello edificio centenario que reciclaron durante cinco años. Allí se presentó hace meses “El Atajo”, exposición de José Luis Landet cuya pieza central, una enorme instalación interactiva, se exhibe ahora, como parte de Bienalsur, con curaduría de Tainá Azeredo, en el campo de Cañuelas revelando otros sentidos que adquirió con el nuevo emplazamiento. En el MARCO contenía fragmentos de escultopinturas que aludían al paisaje; ahora sin ellas, el paisaje, fragmentado, literalmente penetra la obra de Landet.
“El Atajo” es una de las grandes obras que integran un recorrido de unos dos kilómetros entre eucaliptus, palmeras, lapachos y otras especies. Apenas a unos metros, el tronco de uno de esos árboles, con las raíces al aire y apuntalado por una estructura metálica piramidal, espera que Luis Felipe Noé se instale durante dos semanas en el campo para convertirlo en obra.
En un claro entre los árboles, bajo el rayo del sol, llama desde lejos a la vista una obra de Gabriel Chaile que en 2018 se exhibió en Arte Foco, bajo la autopista en La Boca: “70 veces 7”, un cubo de ladrillos y metal de 3 metros de lado que cuando se mostró hace años -guardando en su centro un huevo de gallina- tenía algo de sagrado, algo de templo, y que ahora parece una pequeña Meca criolla perdida en Cañuelas.
Lo que en realidad es diferente en este museo al aire libre es el contacto con la naturaleza y la forma en que modifica, por un lado, las obras y la propia percepción por el otro. Los aromas del campo, los cambios permanentes en la luz, los sonidos de los pájaros y del viento entre las hojas, la fugaz aparición de un ciervo o de un pavo real convierten la experiencia del espectador en algo especial.
Serán parte del recorrido de 2 kilómetros artistas como Juan Stoppani y Jean Yves Legavre, Carola Zech, DOMA, Delia Cancela, Rafael Parra Toro, Andrés Paredes, Alexis Minkiewicz y Lucila Gradín, entre muchos otros. Algunas obras ya están emplazadas, otras están aún en proceso.
El día de la presentación del museo, cuya apertura al público general está prevista para mayo próximo, se presentó también en su sala de exposiciones temporarias la muestra De materias salvajes y misterios florales: Poéticas botánicas, con obras de Adriana Bustos, Fernando Brizuela, Marcela Cabutti, Delia Cancela, Zoe Di Rienzo, Santiago Gasquet, Lucila Gradín, Pablo La Padula, Hernán Marina y Carola Rousso, artistas de diversas generaciones que indagan sobre el tema en interrelaciones de lenguajes variados y eclécticos, con curaduría de Patricia Rizzo y colaboración de Mariana Gioiosa. Los artistas parten del mundo vegetal y sus procesos vitales para construir sus poéticas personales.
El conjunto tiene puntos fuertes en las obras de Delia Cancela (libros envueltos en delicadísimos bordados y estampados, flores, pétalos, estambres, hortensias, liliums y otras especies); el artista y biólogo Pablo La Padula (herbarios realizados con humo sobre papel y uno de sus ya clásicos gabinetes biológicos de extraordinaria riqueza visual en los que con vidrios, acrílicos y dibujos aporta su mirada de los misterios naturales); Marcela Cabutti (varias piezas de su serie de Mujeres cactáceas y suculentas en las que se confunden formas femeninas y vegetales, una delicada escultura de un colibrí y sus imponentes pasionarias); Fernando Brizuela (trabajos de diverso tipo -esculturas, dibujos, obras lumínicas- derivados de su investigación sobre la marihuana); y Adriana Bustos (un video y dos fotografías realizadas en una excursión por el Paraná a las yungas bolivianas).
La muestra, que es de gran calidad y se recorre con interés, anticipa sin embargo la dificultad que probablemente tendrán siempre las exposiciones temporarias del museo: cómo competir en el cubo blanco con la experiencia del recorrido del resto del museo al aire libre y en el campo sin llevar siempre las de perder.