Nota publicada online
Con curaduría de Julieta Gargiulo, la artista exhibe desde el 29 de enero un conjunto de obras, en el espacio de arte de la casa/bodega Solo Contigo recientemente radicada en el valle del Uco. Acompañando la muestra se presenta, en Mendoza, el libro que recorre la obra producida en los '80 y '90.
La vida con intensidad
(Texto del Libro)
Las imágenes son espejismos, sin ninguna duda. Inmateriales, inasibles, evanescentes, cobran vida en un instante con un destino, por lo general, incierto. Algunas sobreviven en fotografías, en pinturas, en publicaciones, en los medios de comunicación o en la pantalla de una computadora, pero la mayoría desaparece irremediablemente. Así, no existe nada más precioso que una imagen y nada más banal que su continua disipación.
Una de las grandes preocupaciones de la humanidad ha sido hallar una manera de fijarlas. Por siglos, las artes visuales cumplieron esa tarea, plasmando en ellas las formas de lo inmediato, los sueños y la imaginación. Con lentitud, fueron encontrándose también con sus propias formas, buceando en las profundidades de sus materiales, herramientas y soportes hasta desarrollar una realidad independiente de la visualidad del mundo. Texturas, gestualidad y expresión aparecieron entonces como unidades de un vocabulario plástico que creció con autonomía de las exigencias de la representación mimética de la cotidianidad.
La invención de la fotografía resolvió la tarea de registrar lo inmediato y conservar las formas huidizas del mundo. Sin embargo, a diferencia de las pictóricas, sus imágenes no poseen materialidad alguna. Son espejismos, sin más. Algo de la carne de la realidad está ausente en ellas, aun si su valor documental es incontestable.
Las obras de Stella Benvenuto retoman la vocación mimética de la tradición pictórica a través de imágenes cargadas de espesura plástica y expresividad. El color, el empaste, la pincelada contundente (reemplazada con frecuencia por la colocación de pintura sobre el soporte directamente con las manos), le otorgan una presencia que no es sólo visual sino, ante todo, física. Las grandes telas pobladas por situaciones vitales, de un cromatismo ardiente, encarnado en líneas serpenteantes y figuras rotundas, transmiten una visión, por momentos salvaje, de unos tópicos clásicos pero no por eso menos atractivos: personas capturadas por la cámara fotográfica, paisajes rurales, las formas de la naturaleza, la incógnita psicológica detrás del retrato. Temas visitados una y otra vez con voluntad analítica y pulsión casi obsesiva.
Según lo ha declarado la artista, el punto de partida no es nunca la imaginación. Sus primeras obras delatan el trasfondo fotográfico de las poses y los escenarios: en varias, los personajes sonríen a la cámara; otra, exhibe la típica estampa turística frente a las Cataratas del Iguazú. La banalidad de tales situaciones pone de manifiesto su desinterés por los temas grandilocuentes y por utilizar al arte como una excusa para la declamación discursiva. “No creo en la inspiración – sostiene Benvenuto. Sí en una euforia que me incita permanentemente a un trabajo incesante, sin límite de horario, con el gozo del quehacer de la pintura y en mi espacio-taller, donde medito, pienso y siento”.
Ese gozo del quehacer de la pintura está por doquier. Está, ante todo, en la libertad con la que se gestan las figuras y en el desprejuicio con el que se trastocan permanentemente las normas de la buena composición. Hay obras en las que colisionan diferentes perspectivas, y otras en las que los personajes y sus entornos no guardan proporción. El color, aunque a veces es naturalista, casi siempre aparece exaltado, presentándose como el vehículo de una sensorialidad a flor de piel más que como un instrumento al servicio de la representación. En muchos casos, los motivos se dejan abocetados, “sin terminar”, como si las escasas líneas que los definen fueran suficientes para transmitir el concepto que los anima. En definitiva, cada pieza es el resultado de una actitud ante la realidad y no de un intento por traducirla al medio plástico. Detrás de cada una hay una intensidad y una personalidad que son el verdadero corazón de su andamiaje visual.
Hacia mediados de los ochenta, los retratos dominan la obra de Stella Benvenuto. El óleo, mezclado con acrílico y arena, y los pasteles, son los materiales que le permiten plasmar los potentes rasgos de los modelos sobre las telas. A veces, el volumen aparece como consecuencia de la técnica del claroscuro, pero otras, son las líneas las que recortan a los personajes de los fondos, sugiriendo una tridimensionalidad no siempre convincente. De hecho, éstos últimos suelen ser planos abstractos o esbozos de elementos apenas sugeridos. Toda la energía plástica está puesta en la búsqueda de un temperamento que pueda derivarse de los datos fisionómicos. Sin embargo, Benvenuto no intenta volcar el interior del retratado en el exterior de la representación, como en el retrato tradicional, sino que los rostros son, para ella, una superficie sobre la cual se permite desplegar su mirada singular sobre el modelo. “La gente quiere verse linda en los retratos – declara. Y yo, generalmente, descubro aspectos ridículos; la miro con cierta crueldad, con ironía”. Este objetivo confesado tiñe a este conjunto de obras de un tinte netamente expresionista.
A medida que avanzan los ochenta, los ambientes adquieren mayor protagonismo. Las personas ocupan ahora lugares concretos en espacios concretos, poseen una ubicación específica y establecen relaciones con éstos. Con frecuencia, cierta desproporción magnifica a las figuras, poniendo en evidencia la empatía que siente la artista hacia sus modelos. Éstos aparecen casi siempre sonrientes, en una estricta frontalidad, y con una presencia que denota algún dominio sobre los ambientes que habitan. Se percibe una asimilación natural hacia el lugar, como si unos y otros fueran interdependientes. Por esto, no resulta excesivo caracterizarlos como personajes, verdaderos dueños de la escena, incluso si ésta no se demuestra como narrativa. Hay una preferencia por los ámbitos domésticos o ligados al ocio, y una ausencia casi absoluta del universo urbano. Debido a esto, los individuos parecen vivir en otro tiempo, distendidos, en un presente prolongado, sin urgencias inmediatas.
Esta visión se potencia en la serie de paisajes rurales que cobra cuerpo hacia el final de la década. La figura humana desaparece lentamente para dar paso a los animales, la vegetación, las construcciones y las maquinarias que pueblan el campo argentino. Amplias extensiones se desenvuelven en telas espaciosas, en las que predominan los verdes y los azules, las plantas y los cielos, en imágenes muchas veces idílicas, incluso si plasman los escenarios más prosaicos. Líneas serpenteantes transmiten la energía incontenible de un universo insuflado de vida. Los contrastes cromáticos acentúan la vitalidad de este espacio pródigo, aun cuando Benvenuto ha decidido representarlo casi sin movimiento, quizás en el final de la jornada laboral o en la placidez de la siesta. Las vacas pastan, las mariposas pigmentan los pastos, los cerdos comen, los viñedos crecen rutilantes. Pero la aparición insistente de los tractores, los tambores industriales, las acequias, nos recuerdan que el campo no es necesariamente lo opuesto a la ciudad, sino que es también una unidad productiva. La tecnología lo atraviesa; en ella se fijan las marcas de los seres humanos ausentes.
Un conjunto de pinturas representan paisajes campestres en una paleta reducida a las diferentes variantes del blanco y el negro. Aquí, una naturaleza extrañada exhibe la belleza y variedad de sus formas emancipada de las connotaciones inmediatas estimuladas por el color. A pesar del negro dominante, no hay nada sombrío en estas imágenes de una simplicidad exquisita, que juegan con los límites del reconocimiento. Con leves modificaciones serían casi abstractas, aunque la pregnancia de los contornos de las hierbas, los tallos y las hojas no dejan duda de sus filiaciones con el mundo natural.
Esta serie monocroma abre el camino hacia un despojamiento progresivo del color. Su relativización permite a la artista internarse en un camino de mayor introspección, orientado a penetrar en la esencia de las cosas. La naturaleza continúa como motivo en un conjunto de ramas, troncos, hojas y raíces que sintetizan un destino inexorable. “Hace un tiempo, no muy lejano – declara Benvenuto en estos años –, se me colaba el color; hoy se me cuela el silencio y el dramatismo de las cosas, esas cosas tal vez intocables, inviolables como el alma humana”. En realidad, no hay en estas telas un cambio rotundo, sino la continuación de un proyecto estético. Es evidente que para la artista, la pintura es ante todo un medio analítico, nunca meramente descriptivo. Aun cuando parte de la fotografía, es apenas el reconocimiento de alguna escena o del encuadre lo que queda de ella en la obra final. Todo lo demás es pura expresión, temperamento e intensidad, orientados a volcar todo su ser en escenarios y personajes banales sólo en apariencia, ya que ellos le permiten “estar allí”. Carlos Gorriarena, lo expresaba con las siguientes palabras, “Es como si Stella Benvenuto desatendiera la piel de las cosas y su sensualidad pusiera el acento en su relación con esas cosas”.
El arte de Stella Benvenuto es ante todo relacional. Según ella misma ha referido, sus retratos son el resultado de largas conversaciones con los retratados. En la frontalidad de los cuerpos y la mirada hacia adelante, se percibe la relación cómplice entre la artista y su modelo. El campo es otro ámbito de relaciones queridas y entrañables. Un lugar en el mundo dotado de la serenidad y la vibración exacta para dejarse llevar, para salir de sí misma, para proyectarse y al mismo tiempo encontrarse en formas pero también en colores, en figuras pero también en materia plástica, en motivos pero también en expresión.
Ese carácter relacional se detecta igualmente en cierta empatía inevitable. En su preferencia por los lugares corrientes, por la gente común, por la belleza y la claridad. También en su afición a ciertos tópicos nostálgicos, a las baldosas en damero, las carpetas sobre los muebles, las macetas, los patios.
No obstante, no hay idealización alguna en estos elementos recurrentes. Porque la pintura de Stella Benvenuto no es un espacio de evasión sino de afirmación. Todo en ellas es una aserción constante de una vida que se expande incluso más allá del arte. O mejor, de una vida que es arte cuando llega a sus niveles de intensidad.