Nota publicada online
Un panorama de artistas desde la década del 50 a la actualidad expresan las variables de la poesía experimental desplegándose en autores y obras de interesante calidad y variedad.
Dos curadores, uno el experimentado gestor y artista Juan Carlos Romero; otro el investigador de fuste que viene de La Plata, Fernando Davis, son los encargados de documentar una serie muy amplia en el tiempo, de artistas que han asociado su obra al texto. Haciendo pie en esta actividad que pone fuera de sí o en un contexto ampliado, el uso de la palabra como parte de un sistema percibido llegando incluso a representar las onomatopeyas como formas visuales.
La Plata es una ciudad que supo dar muchos ejemplos de poesía experimental, comenzando por Edgardo Antonio Vigo, considerado por Pérez Balbi, investigadora de la misma ciudad, como el introductor y principal difusor de esta disciplina. Por ello, esta muestra se centra en tres experiencias colaborativas que han delineado en nuestro país esta generación de proyectos. El Movimiento Diagonal Cero (1966- 69), el grupo Paralengua (1989-98) y Vórtice Argentina activo desde 1996 a la actualidad.
Como es de esperar muchas obras de esta muestra tienen un soporte de papel y deben ser exhibidas sobre vitrinas o algunas enmarcadas para facilitar su conservación, pero estaban destinadas a circular y ser tocadas por las personas, pues muchas de ellas fueron parte de envíos de arte correo o participaron en sendas muestras curadas por Vigo en los finales de los 60 comienzos de los 70. Considerar el arte ligado a la vida y por lo tanto infiltrar todo el programa de actividad cotidiana como parte de una gran obra, ya consistía en señalar lo que Peter Bürger consideró en su Teoría de la vanguardia, al artista definido como un operador de acciones dentro de un sistema de códigos.
Juegos muy interesantes se presentan en este segmento incluido el disco de Omar Gancedo de 1969 Poemas (in) sonoros Un disco para mirar. O la serie de poemas matemáticos que ocupó tantos años al propio Vigo donde el juego de los números y las fórmulas matemáticas servían de vehículo de desvío para intentar llegar a una imagen visual que además se prestaba a juegos de dobleces y nuevas formas.
Están también los cuadernos de Mirtha Demirsache, aquellos en donde la palabra se suplanta por una grafía que sigue el renglón sin darnos ni una pista de su lectura, tanto como si fuese sólo un acto de rebeldía o de sostén para no dejar de escribir. Se puede leer en el texto de Clemente Padín, artista uruguayo que escribió La identidad de la poesía experimental de 1992, que los artistas que trabajan con este “proyecto radical de investigación e invención de escritura, ya sea verbal, gráfica, fonética, cinética, holográfica, etc” están intentando seriamente cuestionar su estructura significante.
Así el grupo Paralengua realizó performances que incluían un largo texto leído o un diálogo donde no existía forma de encontrar significados sino más que intentar descubrir el tono del discurso, algo que evidencia claramente un plan que compone mediante un poema, una pintura, una danza o una zaga escénica, un gesto a partir de la sonoridad que remite a una unidad de sentido altamente crítica.
Los propios curadores han definido esta selección, a la que consideran una “edición” al modo de los gráficos, que “ciertos usos que podríamos llamar 'contraproductivos' en las operaciones de apropiación, desvío y montaje de signos, gramáticas y sintaxis.” Pues están ligados a la incipiente aparición de las computadoras, a los textos médicos o a la propia publicidad como es el caso de Claudia del Río y sus juegos con las viejas páginas de revistas argentinas de los cincuenta y sus collages con latas de gaseosa. Y agregan “la denominación de 'poéticas oblicuas', que da título a la muestra, hace referencia a estas operaciones de desplazamiento, desvío, torsión, reinscripción, interrupción, etc., operaciones de interpelación oblicua de diferentes signos y gramáticas."
Algunas obras son bellas como las de Leandro Katz en Conjuro usando el ángulo de la sala para producir esos ensambles por algunos hilos que conectan el ritmo de lectura de frases cortas de cada verso del poema que se exhibe en un plano para poder ubicar los colores y seguir el sentido. Otras son un raro ejemplo de inclusión como la obra de Roberto Elía de los años 70, donde el gesto de la escritura se desarrolla en papel negro que como pizarra se llena de los colores de un texto que no puede ser leído.