Nota publicada online
El entorno es casi de una muestra editorial, pero una vez dentro del recinto de la sala de exhibición, se comienzan a revelar las dimensiones únicas de su proyecto de arte, basado en gran parte, por el modo de dejar una huella sobre el papel. Pero en esta primera retrospectiva en un museo, el trabajo de Dermisache se expande en las derivas que profundizó como artista singular y docente. Ultimos días para visitarla.
Un excelente trabajo de análisis acompaña este proyecto y se presenta en parte dentro de la sala, pero tiene su despliegue mayor en una publicación muy completa que registra esas dimensiones de originalidad que tiene su producción artística. Dimensión que comenzó a ser revisitada hace unos años, con apariciones de algunas de sus páginas con caligrafías diversas que hemos visto en ferias de arte y curadurías dedicadas a la relectura del arte argentino. Pero esa presencia se ve notablemente proyectada hacia adelante a partir del trabajo coral que esta muestra representa. El propio curador, Agustín Pérez Rubio, enuncia en su texto de presentación, las dificultades de presentar este proyecto por la complejidad de abarcar las diferentes maneras de hacer que, a lo largo de su vida, marcaron el trabajo de Mirtha Dermisache “de lo pedagógico a lo plástico, de lo musical a lo escritural, del control metodológico a la libertad creadora”. Y reconoce que pudo avanzar con su plan puesto que el trabajo de catalogación y clasificación de su obra, se basa en el Archivo Mirtha Dermisache (AMD) fundado después de su fallecimiento bajo las directivas que ella misma designó, al que le sumó otras piezas y documentos que no estaban en ese archivo.
Pues reconstruir y presentar al público de museo su trabajo, casi revela el paso de comprender un gran texto desplegado en muchas páginas. Se puede vislumbrar en esa penumbra de la sala, su dimensión significativa de artista única, cuyo modo de producción fue notablemente exhaustivo, que reivindicó siempre la dimensión de una manualidad que deja otros rastros de sentido por tratarse, como dicen los especialistas, de una escritura asémica, es decir a la que accedemos por lo visual y no por la interpretación del código compartido. Belén Gache se explaya sobre este punto en uno de los textos del libro: “Se trata de una escritura sin palabras que nos enfrenta a una serie de interrogantes. ¿Son verdaderas escrituras? ¿Existen acaso las escrituras falsas? ¿Esconden éstas un secreto? ¿Qué tipo de secreto?”
Es que, frente a la regularidad de líneas sucesivas que indican claramente nuestro modo de lectura de un texto en una página, hay unas variaciones de alternancia, repetición, simetría que se desarrollan como modos de trasmisión de estados de ánimo: agresivos y dentados, furiosos y superpuestos, caligráficos con líneas muy cuidadas, tachados o convertidos en barras, conforman un corpus que contiene libros, cartas, textos ilegibles, textos legibles, postales, newsletters y textos murales entre otras materialidades propias del texto en el plano.
Su particular modo de producción fue advertido por Jorge Glusberg, quien la invitó a integrar el Grupo de los Trece dentro del CAYC en los setenta, invitación que rechazó en parte, pero que la llevó a integrar la muestra itinerante Arte de sistemas I con cinco libros manuscritos originales y catorce cartas. “Lo mío no quiere decir nada. Únicamente toma valor cuando el individuo que lo toma se expresa a través de él” fue su expresión en 1971. Pero al año siguiente en la segunda edición de Arte de sistemas profundizó: “Desde el inicio pensé en crear libros. Mi primer trabajo fue hacer un libro”, pero aclarando que eso le confiere a cualquiera una accesibilidad no sólo para comprarlo sino para manipularlo, “es importante para que la obra pueda ir por todos lados”. De esas itinerancias surgieron asociaciones que le valieron reconocimientos muy claros en un arco que va desde los poetas visuales y los artistas conceptuales al propio Roland Barthes, el semiólogo francés que la elogió en una carta manuscrita que se exhibe en la sala junto a otros documentos.
En la época más oscura de los años setenta, cuando la dimensión de persecución, muerte y debate de ideas era ascendente y se asociaba a un peligro inminente, Mirtha se dedicó con mucho éxito a su labor docente, que también tenía su singular huella. El taller de Acciones Creativas (tAC) que dirigía, se abocó a la tarea de integrar personas de todo tipo que, en un contexto de violencia política promovieron la “libre expresión gráfica, el desarrollo de la creatividad y el trabajo colectivo”. Las Jornadas del Color y de la Forma aparecieron como experiencia piloto en diciembre de 1974 en la Galería Carmen Waugh y se repitieron en varios años sucesivos y en dos ediciones anuales en los espacios del Museo de Arte Moderno, que por ese entonces estaba en el Teatro San Martín.
Con una planificación minuciosa, en mesas con materiales ordenados para experimentar en espacios convivenciales ambientados por una secuencia musical que ella misma diseñaba, propició una vinculación sensible con el sustento creativo que cualquier persona trae consigo. La experiencia fue exitosa, pero había que estar prestando atención pues: “no fue fácil hacer esos talleres públicos en contextos políticos de censura, de oclusión de las libertades sociales, de represión” contó, y una de las consignas fue cuidar que no se realizaran pintadas políticas, sobre todo en los murales, porque se exponían a que ese pequeño y valioso espacio de libertad creativa que sentaba gente que no podía andar por la calle más que de a dos personas, se integrara por pura voluntad de un pequeño grupo que colaboraban apasionadamente con la iniciativa.
Imperdible para profundizar en todas sus dimensiones, la muestra concluye el 9 de octubre pero queda el libro para todos aquellos que intenten conocerla.
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Encuentros con artistas y escritores
Sesiones Dermisache II:
Arturo Carrera e Ivana Vollaro
Jueves 5 de octubre a las 18:30. Sala pedagógica
Hasta el 9 de octubre de 2017
Curador Agustín Pérez Rubio
Libro coeditado por Malba/ Fundación Espigas