Nota publicada online
María Luz Gil presenta en esta muestra por primera vez en el Museo de Arte Contemporáneo de La Plata pinturas, obras sobre papel, objetos, instalaciones, videos, donde explora la abstracción geométrica (alejada de la referencialidad), con su propio cuerpo ubicado en un contexto real.
En esta nueva exposición María Luz Gil presenta una selección de obras donde reafirma sus inquietudes recurrentes. Desde sus primeros trabajos mantiene una reflexión constante en torno de la abstracción geométrica que practica con rigor meticuloso. En este interés, el color adquiere un rol preponderante como campo de experimentación. Así, en las formas que se pliegan y despliegan virtualmente sobre el plano, ofrece al espectador asombrosas variacio- nes tonales que liberan la potencialidad expresiva del pigmento y estimulan su capacidad perceptiva. Con estos recursos obtiene imágenes de intensa belleza que inducen al goce con- templativo. Lejos de ser complaciente, su propuesta avanza sobre la posibilidad de indagar desde el arte nuevas formas de entender y ver un mundo que ha dejado de ser armónico y certero y en el que peste, pobreza, inequidad, violencia, son algunas de las formas de nuestra afectada imagen actual.
Al mismo tiempo, desde hace varias décadas la cuestión de lo femenino -encarada desde su propia ontología interna y externa- se constituye en referencia necesaria para discutir el lugar de la mujer frente el canon patriarcal dominante en nuestra cultura. En este orden, el protago- nismo que asigna a su propio cuerpo como zona de reflexión metafórica, donde el sentir y el percibir son capacidades de dimensión crítica, resulta central. Ya hace décadas que en sus instalaciones, fotografías y videos, la artista abre el juego al espectador para integrarlo a su universo íntimo y propiciar una interacción imaginaria y cómplice.
Por caso, en Animación (video, 2011) la vemos experimetar lúdicamente con su cuerpo y, no sin humor, intervenir en el espacio mediante unos cuadrados negros con los que procura “geo- metrizar” y regular el entorno que la circunda. A pesar de su titánico esfuerzo, estos cuadrados no se subordinan al control y orden que procura imponerles. Con todo, su aceptación del fracaso no implica un renunciamiento ya que el solo intento por orgnizar el caos constituye el objetivo prioritario de su accionar. En un paisaje, que cambia continuamente, hay algo que permanece y yo intento ordenarlo con la geometría, afirma con conciencia reflexiva.
Quadratum (video, 2020) donde se impone la belleza de la imagen y el sonido plantea una meditación sobre la realidad y su representación. El cuerpo de la artista se desplaza ante lo ilimitado del cielo y el mar buscando un lugar donde disponer el marco vacío que lleva en sus manos. Su intención es demarcar un espacio donde detener metafóricamente el tiempo. Ese traslado sobre la superficie del terreno escarpado que bordea la orilla del mar la enfrenta un desafío constante. Sus pies desnudos avanzan con dificultad sobre los sedimentos que las olas dejan en su retirada. Los motivos de su acción no están explicitados, aunque resulta inevitable intuir que se trata de su obstinado intento por controlar un paisaje que la desborda y conmue- ve. Carente de autonomía, el marco debe su desplazamiento, necesariamente, a la interven- ción de la artista, pero, al mismo tiempo, su imposibilidad por alcanzar ese propósito hace que su acción parezca un intento inútil, tanto como el del mítico Sísifo. Al mismo tiempo, como objeto significativo, el recurso del marco no es inocente para la historia del arte argentino. Por el contrario, hacia 1940 las polémicas en torno a su función impugnaban su uso desde la idea de “cuadro-ventana” donde acceder a una representación realista, heredera de la tradición clásica. Aquella idea de ornato o parergon, que Kant entendía como límite entre lo bello y lo que no lo era, deja de tener sentido. Así, desplaza su centro desde la antigua idea de representación o mímesis a la de presentación y metáfora.
Alcanzar esa zona de atemporalidad sería entonces la opción de María Luz Gil. Sin embargo, ninguna certeza lo garantiza. Nada parecie- ra estar estrictamente determinado. Es ahí donde aparece el abismo que supone la pérdida de referencia. Si hacia el final de la acción, el marco desaparece bajo el movimiento de las olas, es tal vez porque la artista intuye que el anhelo por controlar el mundo pareciera una pretensión inalcanzable. No obstante, también podríamos sospechar que, ante la nostalgia del paraíso perdido, opta por la esperanza de recuperarlo.