Nota publicada online
La exposición, curada por Cecilia Ivanchevich, reúne pinturas, dibujos e instalaciones realizadas a lo largo de sesenta años, y pone el acento en las constantes y variables con las que el artista desarrolla su “estética del caos”, entre 1957 y 2017. Esta mirada prospectiva tiene un doble sentido: el artista mira hacia el futuro y las nuevas generaciones miran a Noé.
En un reciente reportaje Luis Felipe Noé, un artista que viene acompañando la historia argentina, se reía de sí mismo y afirmaba: “el color es como las palabras, tartamudeo cuando hablo y cuando pinto”. Es que la obra de Yuyo Noé no puede concebirse sólo por aquello que está colgado o presentado en una gran instalación, hay otras dimensiones de profundidad que tienen que ver con la palabra, un proyecto del que puede dar cuenta en numerosas publicaciones a lo largo de su extensa trayectoria. En esta gran sala de MNBA todas aquellas cosas que le han hecho pensar están presentes. Obras claves que encarnan momentos de gran profundidad introspectiva, como otras donde se percibe la singularidad con que Noé hace evidente su calidad de artista como intelectual y viceversa.
Estar vivo y atreverse a dar manos a la obra a sus planes, aún los más osados en cuanto a dificultad técnica, es un plan que lo reivindica. Cecilia Ivanchevich, su curadora, lo atestigua muy bien en el texto que acompaña este nuevo proyecto expositivo donde se repasa -tal vez de un modo muy original por tratarse de un plan no necesariamente temporal- el circuito creativo contenido por tres lineamientos discursivos que delimitan su obra desde los inicios. Ivanchevich propone tres planos: la conciencia histórica, la visión fragmentada y la línea vital. De este modo hace seguir un recorrido al visitante que no defrauda en su potencialidad y accediendo al texto en sí, amplía de un modo interesante la forma de percibir la producción de Yuyo en su dimensión temporal a lo largo de casi siete décadas.
Su familia hizo una gran parte de lo que Noé es como persona y como artista, le dio una formación intelectual sólida y un plano de familia donde siempre tuvo forma de reconocerse. Su matrimonio con Nora, sus hijos artistas, su vocación por la escritura y la inseparable pasión por el conocimiento fueron fundantes de su persona y aún se testimonian en algunas muestras que comparte con los hijos o el anillo de casado que sigue en su dedo anular. Es que en ese largo camino recorrido pudo, como él mismo enunció, “no sólo reconocerse sino volver a conocerse”. De hecho, aun cuando no sepamos mucho de su vida, una obra de Noé es reconocible con claridad. Y lo interesante de esta nueva muestra es que destruye la idea de retrospectiva por una dimensión hacia el futuro como es el de prospectiva, un concepto que se adhiere a la idea de anticipar lo que está por venir.
“Soy un escéptico optimista” reconocía hace poco y también que estaba preocupado por el tiempo actual, claramente atraído por cierta fragilidad que prevalece en el orden mundial, lleno de amenazas contundentes, para un hombre activo y a su edad, esta reflexión sobre el presente se vuelve atrapante porque no ha claudicado en sus desvelos ni en su aguda mirada. Por esto la muestra vincula muy bien esa dimensión temporal que lo deja fuera del encasillamiento de los años 60 y el grupo que logró acordar un punto medio entre la disputa entre figuración y abstracción, la Nueva Figuración. También dimensiona y explora los numerosos significados que implica usar un concepto como el caos en su producción. Yuyo reconoce que su intención fue siempre atrapar el caos en una imagen fija, porque “el caos es un concepto temporal, lo impredecible, la vida misma” y la pintura se construye como un plano donde queda atrapada esa temporalidad. Por eso recurre a la tinta china que permite rasgarla para dejar ver lo que estaba atrás, o al color vibrante y plano del acrílico que tiene un rápido secado.
El otro aspecto sobresaliente, es la simultaneidad y la fragmentación, dos procesos que se desarrollan casi como un plano de verborragia imparable, pero que una vez compuesta la obra determinan un equilibrio de donde sacar conclusiones que se dirigen al tiempo específico en el que fueron realizadas. Es muy valioso el aporte de la curadora en este sentido, darle potencialidad argumentativa a la conciencia histórica implica que Noé estuvo muy atento a las contingencias que vivimos como argentinos durante décadas. Siempre sensible, tal vez nos aporte la curiosidad de una gran reflexión sobre la articulación de oposiciones, a veces duras y violentas, que hemos y estamos viviendo. Algunas de sus piezas claves, rompen la formulación de la pintura que es sin dudar “su medio” para expandir los límites, romper barreras de contención, dar vuelta y contraponer en una misma obra: tesis, antítesis y síntesis usando solamente los recursos de una tela rasgada, invertida y unificada.
En el plano donde se analiza la línea como impronta, recurso y potencialidad discursiva, es donde creo, aparece uno de los aportes fundamentales del texto curatorial. Ivanchevich la denomina “la línea vital” para englobar otras segmentaciones donde se aleja del plano para acercarse a la idea del dibujo que, afirma Yuyo, funcionan como “un lenguaje cuya unidad no es la palabra sino la línea: por lo tanto, un lenguaje de contenidos más sensibles que precisos.” Línea continua, línea mancha, la línea naturaleza, la mancha naturaleza, el ritmo naturaleza confirman esa actualidad que la obra de Noé ha venido dando en el siglo XXI. Y de esa potencialidad también adquiere intensidad algo que otro curador vio en su obra, Fabián Lebenglik se interesó por sus vacilaciones “en ese temblor, esa inquietante inestabilidad” es donde aparece el mejor Noé. Por todo esto hay que visitar la muestra y verificar que, como sostiene su curadora: “La vida, como el arte, es el tiempo que se inscribe en la materia” y es maravilloso que uno de nuestros artistas claves nos oriente en el camino de entenderlo.