Nota publicada online
Una remake de la muestra presentada hace dos años en el Museo MAR, pero de dimensiones más acotadas, vuelve a poner a los espectadores frente a un gran trabajo de Rodrigo Alonso y Daniel Fisher, curador y diseñador del espacio, enlazando en un recorrido el potencial imaginativo de 29 artistas argentinos.
Algunas de las obras que pueden verse en las tres salas del CCR, en su reciente reapertura, ya habían estado instaladas en otras muestras, tanto individuales como el caso de Ananké Asseff en el desaparecido espacio de IPF en Puerto Madero, o la Bienal de Lyon de 2011 en el caso de Eduardo Basualdo, pero produce una gran fascinación volver a verlas. En 2014 cuando fue inaugurada en el Museo MAR de Mar del Plata hizo un récord de público, no sólo porque duró lo suficiente como para que nadie se la perdiera, sino porque algunas piezas permiten la participación inmersiva del espectador, transformándolo en usuario activo. Si bien esta versión tiene menos despliegue adaptado al nuevo emplazamiento, seguro provoca esos impactos que hacen que una muestra sea muy recordada.
El planteo de asociar uno de los libros de Borges escrito en colaboración con Margarita Guerrero, para dar cuenta de un conjunto de seres imaginarios que pueden rastrearse en muchos textos, sirve muy bien para actualizar este recorrido que se construye con la imaginación, la potencia de algunos rituales ancestrales, la representación del recuerdo, la simulación de una situación imposible o simplemente el encuentro de algunos animales mitológicos o siniestros. Las salas C, J y Cronopios del Centro Cultural Recoleta, muy bien conectadas por el recorrido que planteó con eficacia Fisher, potencian la idea de pasar un rato con el espíritu lúdico activado por la calidad de las obras.
Claro que hay algunas instalaciones que sobresalen, pero las piezas pequeñas nos proveen ese paso de lo majestuoso a lo que se recorre con la vista sin moverse un paso. El silencio de las sirenas de Eduardo Basualdo es un clásico para grandes y chicos. Utiliza un sistema que permanece oculto para hacer brotar miles de litros de agua oscura que pueden observarse de muy cerca generando muchas sensaciones. Lo mismo la instalación de Marcela Cabutti¡ Mira cuántos barcos navegan aún!, totalmente onírica, donde un lobo desde una plataforma observa un estanque, funciona como una ilustración de cuento infantil en 3D. Con el mismo misterio de una escena imaginada, el enorme felino que enfrenta a un joven frágil sin disposición a luchar de Ananké Asseff nos hace tomar partido por alguno de los dos.
Pero si de mundos imaginarios hablamos este recorrido no puede dejar fuera a Xul Solar, el artista que supo proponer ir más allá con la escritura musical, con los juegos, con las palabras y con representaciones ideales de hábitats posibles. Tampoco faltan los astroseres de Raquel Forner ni las ciudades hidroespaciales de Gyula Kosice. Esa posibilidad de abrir las puertas a un tiempo que está por venir, activa sin duda la capacidad de generar ensueños, ideas y nos vuelve más atentos.
Las acuarelas de Amadeo Azar, tan delicadas tanto por el color como por las formas evocadas de su memoria marplatense, nos colocan en el plano de lo que puede hacerse con la representación del recuerdo si pasa por el tamiz del arte. Jugar con esas pequeñas piezas seriadas como lo hace Liliana Porter, tamiza con mucho humor parte de los juegos infantiles ya no cargados de inocencia sino casi de roce con lo perverso y hasta nos convencen que están animadas.
El tamaño gigantesco del fondo del mar en la instalación Osela x del colectivo Proyecto Biopius que transforma la materia en luminosidad y se activa con los movimientos, nos lleva a otros mundos. La fuerza de un sireno, bello y trastocado del relato clásico que siempre fuera encarnado por una mujer, en la pieza de Marcos López. Los personajes extraños que imaginó Fermín Eguía en el papel o los tentáculos siniestros de Paula Toto Blake, en dos o tres dimensiones, funcionan como atractivos señuelos que conducen al fisgoneo entre lo que nos repele y lo que nos atrae.
La bellísima instalación de Silvia Rivas con su representación de un momento playero que todos queremos revivir, la evocación a los seres y rituales de las culturas precolombinas de Anabel Vanoni o Leónidas Gambartes.
En fin, nada nos deja en este recorrido pleno de novedades, fuera del disfrute o de las emociones que nos produce el arte cuando está bien exhibido y seleccionado. Imperdible y recomendable para ir más de una vez.