Nota publicada online
Sorprendente. Así podemos definir la actual muestra de Josefina Robirosa en la sala Cronopios del Centro Cultural Recoleta; una explosión de alegría y libertad que transmite la esencia misma de la artista.
Josefa no se guarda nada; derrocha alegría, dice todo lo que piensa y hoy, a sus ochenta años, pinta mejor que nunca. Antes se divertía con los otros; ahora aprendió a divertirse con ella misma y esto se nota. Su obra es madura pero jocosa, conoce el oficio de pintar y se permite hacerlo en libertad.
La obra de Josefina Robirosa (1932), siempre se mantuvo más allá de las tendencias de moda y, con mas de cuarenta años de trayectoria, sigue asombrando al espectador. Extremadamente sensible, la artista surgió al panorama de las artes plásticas argentinas en un momento en que el riguroso arte concreto y la no figuración irradiaban con toda su fuerza. Su lenguaje se enroló desde un principio, y como contra posición, dentro de la abstracción lírica, como otra manera de observar la realidad. Una poética individual que se mantiene a través de todas las etapas de su obra.
La posibilidad de realizar una obra pensada especialmente para esta sala representó un gran desafío, confiesa con su sonrisa amplia y luminosa como es su obra. El hombre y su entorno –la naturaleza- siempre fue el eje de su búsqueda y es lo que descubrimos apenas ingresamos en la sala. La obra central, una enorme pieza de 4 x 2 metros pintada sobre chapa en los años 60, revela un grupo de figuras humanas que emergen con fuerza de las bandas de vibrantes colores del cuadro. Un cielo poblado de pájaros multicolores coronan la escena en la que también flotan aquellas esferas que produjo en esa misma época y que se reconstruyeron especialmente para esta muestra. Dos inmensos frisos, frutos de su última producción, ubicados a ambos lados de la sala nos zambullen en este imaginario de absoluta libertad que cuenta con el impecable diseño de montaje de Gustavo Vazquez Ocampo.
La exposición, se completa con 26 de sus bosques, paisajes abstractos que no dan referencias de lugares específicos, sino que son la continuidad del espacio interior del hombre, con sus luces y sus sombras. Y, si bien no es una retrospectiva, cada uno de los 57 pájaros que sobrevuelan la sala, nos remiten a las distintas etapas de la obra.
El fundamento metafísico de la libertad interior es una cuestión psicológica y filosófica que mucho tiene que ver con la celebración. Josefina Robirosa es mujer, es ser espiritual y es artista y celebra la vida con su pintura, una pintura en la que se reconoce a sí misma: madura y libre.