Nota publicada online
Antes de partir a Venecia, donde ya hizo pie para representar a nuestro país en la edición número 56 de la Bienal Internacional, Juan Carlos Distéfano, entrañable, cálido, reflexivo y, al tiempo, un hombre con un gran sentido del humor, da la bienvenida. Subimos la interminable escalera de mármol que lleva a su taller mientras conversamos sobre los detalles previos al viaje.
Con curaduría de María Teresa Constantin, se presentará un conjunto de más de veinte obras, dos de ellas pertenecientes al museo de Houston, el resto a colecciones privadas. Se incluye también “Emma traviesa”,una escultura inéditaque Distéfano terminó hace dos semanas.
Estamos en La Boca, en el estudio del artista, una casa soñada del siglo XIX donde la luz entra suavemente por varios vitrales. Distéfano ofrece un café a la turca. Lo prepara y arranca la entrevista con el artista que, junto a Víctor Grippo, Pablo Suárez, Alberto Heredia y Norberto Gómez, marcó un quiebre en el arte argentino.
AOl-¿Qué imagina de Venecia y del día de la inauguración?
JCD- Soy bastante fóbico. Es una sensación ambivalente: por un lado, es la estúpida vanidad, pero además voy a estar en calzoncillos: ya no se puede modificar nada de lo que hice. Estoy desnudo: eso es lo que soy. Ya ahí, como digo bromeando, el mal está hecho. No hice demasiadas muestras en mi vida.
AOl- ¿Por qué?
JCD- Trabajo muy lento. Demasiado lento. No es mi voluntad, no puedo hacerlo de otra manera. Eso no significa obviamente que si trabajás lento y tardas mucho, labures bien. No tiene nada que ver. Son formas de ser. Picasso hacía veinte obras en un día y generalmente eran fantásticas.
AOl- Hace un tiempo, me había comentado que con Griselda (Griselda Gambaro, su esposa desde hace casi sesenta años) suelen conversar sobre sus trabajos. ¿Qué le aconseja ella respecto a Venecia?
JCD -Griselda es más recoleta que yo. No es amiga de estar con grupos. Es de hablar con una persona o con dos. No me dijo nada de Venecia.
AOl- ¿Lo acompaña?
JCD- Sí, yo quiero que me acompañe, pero si fuera por ella se quedaría acá.
AOl-¿Fue un trabajo muy arduo terminar Emma?
JCD- Sí, porque es una pieza compleja, demasiado ambiciosa para mi edad. No calculé eso. Tomó mucho tiempo, pero quería llevarla: es un homenaje a Spilimbergo. “Breve historia de Emma”, la serie de monocopias, es una de las obras capitales del arte argentino.
AOl- ¿Terminar esta pieza lo movilizó afectivamente? JCD- Sí, hacía mucho tiempo que se me había ocurrido. Emma era una chica pobre que pasó la infancia con sus padres. Luego se hizo prostituta, se la llevó un cafishio a un prostíbulo. Después se mató. Ese es el esquema de “Breve historia de Emma”. Spilimbergo escribió la historia, el argumento, es como una historieta. Es maravillosa. Nunca se supo si fue un invento suyo o si fue una noticia que leyó en el diario. ¿A cuántas chicas les habrá pasado eso? A mí se me ocurrió que en vez de ser una nena, fuera un nene. Hago un solo momento: cuando ese nene ya es un hombre, que es un travesti. En las obras de Spilimbergo, por lo general, alrededor de las prostitutas están los esqueletos: los cafishios o los clientes. Es muy dramático. |
AOl-Como fantasmales.
JCD- Fantasmales. Es decir que el que las usa, en el término más guarango, es ese cafishio. Las travestis la pasan mal: mueren muy jóvenes, no pueden hacer otro trabajo más que prostituirse. Perdón, esto es lo que a mí me pasa y lo que a mí me hace trabajar, pero el espectador no tiene por qué enterarse de esto. Una vez que yo tengo el envión para hacer la pieza, sale un trabajo que el espectador interpretará como puede, como quiere, como sabe, con lo que tiene adentro. Es una llave, nada más. Si yo le cuento esto a cada espectador -te lo cuento a vos porque me lo preguntás-, lo fijo a un significado y, de pronto, el que mira ve otra cosa. Cuando trabajo necesito un puntapié inicial para trabajar. Después, la pieza se va alejando del tema que le da origen. Cuando trabajo, miro que la forma en sí misma sea expresiva: que no sea una forma tonta, estúpida. Que la forma abstracta diga algo. No importa qué representa sino cómo se representa: si no, tenés grandes temas hechos de una manera totalmente idiota. Tuve la suerte de ver “Los asesinatos de la Moncloa” de Goya, que los españoles expusieron al lado de “El fusilamiento de Maximiliano” de Manet. Te aseguro que lo de Manet no estaba sentido, allí no pasaba nada. Mira que Manet es un grande, pero al lado de eso no pasaba nada: era como una ilustración de una revista. No había carga, no estaba la forma expresiva de “Los asesinatos de la Moncloa”. Y eso es lo que vale en todo el arte. Si yo, que soy agnóstico, admiro determinado arte religioso no es por lo que representa sino por cómo se representa. ¿Por qué me quedo extasiado delante del retablo de Isenheim, de Grünewald? Porque es inconcebible. Es milagroso. O de un Vermeer o un Carpaccio o un Bellini. No es lo que representan. Los artistas, si bien hacían trabajos por encargo, eran grandes contrabandistas: hacían lo que querían y les hacían creer a los mecenas que hacían lo que ellos querían. ¿Qué diferencia hay entre una virgen de Rafael y “La Fornarina”, que era su amante? Ninguna. (Distéfano muestra una pequeña imagen de “La Fornarina” que tiene sobre su escritorio, junto a fotos de su familia y otras de amigos artistas). Es preciosa, de una gran sensualidad. La virgen también. Con las obras de Miguel Ángel ocurre lo mismo. Si vos ves un trabajo de Morandi, ¿por qué te emociona hasta las lágrimas? Por la enorme belleza. ¿Quién sabe lo que uno ve en esa botellita? ¿Qué te mueve adentro esa botellita? O, por ejemplo, alguien como Garavito que con un balde hace una obra de arte. Y de pronto te quedas fascinado con ese balde de plástico: ¡hay que ser grande para hacer eso!
AOl- Hace un tiempo, me comentó que sentía la necesidad de que su trabajo fuera menos dramático, ¿hoy qué siente? JCD- Sí, me gustaría que fuera más distante, menos dramático, pero es muy difícil zafar de ciertas situaciones. ¿Cómo se hace? Porque no podés zafarte de lo que sucede: por lo general son noticias conmovedoras. ¿Qué pasa con las enormes masacres? ¿No importa, te encogés de hombros? ¿Qué pasa con las violaciones? ¿Qué les pasa a los chicos? ¿A los que se mueren de hambre? Eso tampoco sirve: si considerás solo eso y la forma es estúpida, no sirve para nada. |
AOl-Su obra conjuga colores deslumbrantes con imágenes dramáticas. ¿Cómo es el trabajo con el poliéster?
JCD- Me decidí por ese material porque quería salir del plano, quería ser pintor: supongo que intenté eso por influencia de De la Vega o de la Nueva Figuración. Hubo un curso en Buenos Aires al que fueron algunos artistas como Emilio Renart y Pablito Suárez, se llamaba algo así como “Plástica con plásticos”, en los años sesenta. Yo no hice ese curso porque no me enteré, era recoleto, estuve medio oso. Después vi lo que ellos hacían y le consulté a Emilio: él me enseñó algunas cosas mínimas. Yo le decía: “Me quedé pegado Emilio, ¿con qué se disuelve esta porquería?” Renart me decía: “Usá acetona, tapate los ojos”. Pablito también me decía cómo hacer. Después, Emilio me presentó a un ingeniero en poliéster que me enseño cómo se trabajaba ese material de una manera ortodoxa. Me decidí por el poliéster porque no tenía plata para hacer fundiciones, en cambio eso podía hacerlo yo mismo, todo yo… desgraciadamente (Distéfano se ríe con ganas). El uso del material te va contando cómo tiene que ser la forma. Te da ideas si lo escuchás: si no te pones con una idea fija, el material te cuenta cómo hay que tratarlo. Con paciencia, de los errores sacas virtudes. Me costó un tiempo largo. Estoy muy atento al azar.
AOl- Es muy perfeccionista.
JCD- Es una desgracia: la virtud de un trabajo no radica en ser perfeccionista. Soy maniático, pero creo que eso no agrega nada.
AOl- ¿Con Emma fue más permisivo?
JCD- No, pero mejor que me la hayan sacado porque si no seguía tapando agujeritos (risas). Me gusta dejar reposar… pero no importa, después de la Bienal, en Buenos Aires, la voy a agarrar de nuevo (risas).
AOl- ¿Venecia va a ser una fiesta?
JCD- Venecia me produce una enorme nostalgia (pronuncia esta palabra en italiano), una gran tristeza. Algo angustioso. Es un lugar muy melancólico. Hay milagros fantásticos y al mismo tiempo sentís que ahí está todo hecho: no podés tocar nada. Cómo vas a tocar eso si es milagroso, cómo vas sacar ese farol de ese lugar... y ese tronco podrido ahí, si está fantástico ese tronco que sostiene esas casas que se hunden. Todo se hunde... Esa agua podrida, ese mal olor… Es decadente. Mirá que estoy hablando de milagros: adoro Venecia, pero me produce una gran melancolía. Esas góndolas negras, el ruido del agua, ese silencio… delicioso…
Juan Carlos Distéfano from Arte Online on Vimeo.